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La hora final del libro

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La hora final del libro

Algunos dolientes quedaremos cuando la lectura, tal como la conocemos hoy, descienda el último peldaño y hacia el vacío se desplacen los restos de una pasión incontrolable. Los lectores sin tregua, los que nunca hemos abandonado la navegación por las páginas impresas de leyendas, ficción o realidad, hemos estado buscando todas las fórmulas posibles que nos ayuden a negar el anunciado óbito del libro.

Leemos las conversaciones de Eco y Carriére ("El libro ha superado la prueba del tiempo... seguirá siendo lo que es"). Admiramos la clarividencia de Jesús Ferrero cuando nos revela, con irónica certidumbre, que vivimos un momento angular que quebrará en dos la historia y que a partir de esta división, comenzarán a cerrar en el mundo todas las librerías: "Los libros dejarán de verse, y los libreros. La gente lo agradecerá y no habrá nostalgia social de ningún tipo. Por alguna razón, se habrá modificado el pasado y será como si los libros nunca hubiesen existido o se hubiese desvanecido toda su materia. Felizmente, y como ya habían aventurado algunos filósofos del siglo pasado, regresaremos a la Edad Media".

Nos anotamos en el discurso que, a la defensiva, enarbolan no pocos, tal vez: "Sobrevivirá". Hacemos caso omiso de aquellos que, sin ser lectores consecuentes, se activan en la fila de Vicente y por donde va la gente aseguran: "Muere ya. ¿No ven que está en sus últimos estertores?". Perdonamos la furia de los tecnológicos que no sabiendo, Señor, lo que hacen, afirman con regocijo subterráneo que la hora final del libro físico ha llegado y que urge marcar lealtades a las tabletas que se encargarán de salvarnos de la ignorancia, encerrando bibliotecas de miles de volúmenes en una máquina que podemos cargar perfectamente en la valija cotidiana o en la alforja de viaje. Pero, aun inscribiéndonos en esta corriente apocalíptica, muchos -aunque cada vez menos- seguimos sosteniendo esta pasión casi como un dogma de vida, que continúa llevándonos a intercambiar los hallazgos con los amigos lectores, a adquirir en Amazon ediciones anheladas o perdidas, a mantener la suscripción a los clubes de lectura que nos han proporcionado por décadas vivencias inenarrables, a salir corriendo a la librería a disponer de las novedades recién llegadas o, simplemente, a zambullirnos en la delicia que proporciona la lectura de un libro, en la belleza de su cubierta, en el prenuncio de su efugio, en el potosí de su contenido.

Pero, si como el paso del elefante, el drama caminase lento, pero aplastante, la realidad zarandea la pasión con irrefutables estadísticas. No hablemos de los espacios geográficos, donde hemos de incluir la media isla, en los que nunca se ha leído a voluntad. Que no somos solo los únicos, ni mucho menos los peores. Otros muchos andan todavía a tientas en esta materia. Hablemos de aquellos escenarios donde la lectura es pasión viva. España, por ejemplo, que por lengua y tradición es el referente obligado, y cuya industria editorial ha sido por largo tiempo pujante y poderosa. Datos escalofriantes, sin dudas, para los que seguimos aferrados al libro físico y desdeñamos, con petulancia que comienza a ser domada, el libro tecnológico.

1. La forma de producir, negociar y leer libros ha iniciado ya su proceso de jubilación. El modelo de negocio centenario cede ante la reconversión del sector entre lo analógico y lo digital, o sea el libro físico y el libro en tableta.

2. El mercado del libro sufrió un retroceso de diez años en su facturación, solo en España que hay decires similares en otras esferas geográficas.

3. Las ventas de libros llevan seis años en caída libre. Igual que las Aguilas Cibaeñas (que estoy dejando aquí constancia de que boto el golpe después de temporada tan errática). En serio: se acumula un 38% de pérdida en las ventas de este sexenio gris.

4. El otrora imantable libro de bolsillo (que, por cierto, nunca me produjo mucha atracción, aunque económicamente fue un gran acierto de la industria) es parte de esa caída, a un nivel de que tal vez pronto inicie su inminente salida del mercado.

5. El 22% de la totalidad de libros que se han vendido en España el año recién transcurrido son digitales. Esto no es ya una quimera, dejémonos de cosas.

6. La piratería -a la que ha dado su mano solidaria la tecnología- sigue haciendo estragos y las empresas editoriales españolas han dejado de ingresar unos 300 millones de euros el pasado año, a causa de esta actividad. (Naturalmente, a mi flojo entender, para la lectura en sí esto no afecta en nada, porque si es para leer cualquier excusa vale...)

7. No crean que es tan bonito el panorama de los libros digitales para los que andan en este negocio. El 68% de quienes leen por este método -¿podemos llamarlo así?- realizan sus descargas ilegalmente, o sea, no están pagando por el servicio. La piratería digital.

8. El libro electrónico paga impuestos en España (IVA, que allá es el caso de nuestro ITEBIS) de un 21%, frente al 4% que paga el libro de papel. Es una ventaja para este último, pero la gente del sector editorial que no anda perdida en lo que ya es una incruenta realidad, está pidiendo que el gobierno equipare ambos impuestos, de modo que pronto también desaparecerá esta ventajilla que aún tiene el libro tradicional.

9. Han hecho su entrada sigilosa, pero a la caza del venado llegan, las grandes librerías globales (Amazon, Google, Apple). Y el campo primerizo de su contienda es América Latina -lo han anunciado con tambores de guerra bien templados-, territorio al que parecen observar con positivos alcances.

Esta es la realidad monda y lironda. El resto es sueño, quejas, pesadumbres y dislates. Desde luego, en el caso español que es el que nos ocupa, hay desventajas grandes en el descenso que sufre su industria editorial y que ha hecho exclamar al líder del gremio que lo que está en juego es la supervivencia de la creación cultural. La industria del libro es de toda la industria cultural española la que hace el mayor aporte al PIB, una empresa aguerrida que editó más de 80 mil títulos en 2014, de modo que planta cara contra todo anuncio de exterminio. Y eso que España no es el país que más lee de Europa. Las encuestas revelan que solo el 63% de los ibéricos lee, por lo menos, un libro al año, frente a la media europea que es de 71%.

La realidad está pues, planteada. Terriblemente, para los que, con terca paciencia y alocada distensión, seguimos buscando espacio en la casa para más y más libros, de lecturas inmediatas, de lecturas referenciales, de lecturas que nunca tal vez se asumirán pero que, por encopetar la carcacha cerebral o por hacerle carantoñas al ego -que es lo mismo- están ahí, sobre los anaqueles: lustrosos, tibios, vitales, decorosos, accesibles, incluyentes, lozanos, morrocotudos o ligeros, espaciosos o estrechos, dulces o salados, engreídos o débiles, urticantes o deleitosos. Siempre a la espera de la mano que los baje del apretado hangar donde pernoctan. Anhelosos de arrumacos. Inquietos de elogios. De pie, ufanos al creerse, con toda razón, imprescindibles.

A esos libros físicos que han originado estas notas reiteradas (o sea al libro, que al otro habrá que buscarle denominación de otro tipo), todavía le queda tiempo para lograr la sobrevivencia y seguir surcando los tiempos. En España, como aquí, editores, escritores y libreros piden al Gobierno que ofrezca mejores perspectivas al sector, con buenas políticas del libro, sólidas campañas de lectura y apertura de bibliotecas públicas (a las que no se acercará ningún nuevo lector si no se les motiva adecuadamente). Están en lo cierto. Pero, no olvidemos que el mundo ha cambiado ya, el futuro se nos vino encima y casi ni podemos reconocerlo y, como hemos anotado, la jubilación del modelo de venta de libros que conocemos se ha iniciado. Por no sé dónde, acabo de leerlo en internet hace unos días, han abierto ya una confortable y amplia biblioteca sin libros, pero con centenares de computadoras que albergan en su caja millones de ellos. Casi me doy por vencido.

(Para la elaboración de este artículo fue imprescindible la lectura de El País, del 18 de diciembre de 2013).

www. jrlantigua.com

Perdonamos la furia de los tecnológicos que no sabiendo, Señor, lo que hacen, afirman con regocijo subterráneo que la hora final del libro físico ha llegado y que urge marcar lealtades a las tabletas que se encargarán de salvarnos de la ignorancia, encerrando bibliotecas de miles de volúmenes en una máquina que podemos cargar perfectamente en la valija cotidiana o en la alforja de viaje.