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Preceptora de auroras

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Preceptora de auroras
Aurora Tavárez Belliard

Había nacido en Guayubín el 14 de abril de 1894, y se estableció en Moca cuando ya había cumplido treinta y cuatro años de edad. Ignoro las razones de su estancia mocana, pero en aquel pueblo estaban algunas de sus raíces, de parte de los Belliard, un apellido de gente recia que arribó a Haití como parte de las tropas napoleónicas que se establecieron en ese territorio. Algunos se quedaron por la línea noroeste y uno de sus troncos se afincó en la villa mocana.

Parecería una metáfora, pero concretamente no lo es. Cuando ella llegó a Moca una aurora se fijó en sus dominios, allí a la vera de caminos estrechos, ranchos de madera y las lomas circundando una geografía de tierras feraces, donde víveres, hortalizas y frutos se producían a manos llenas, lo mismo que el saber, pues el florecimiento se ofertaba también con ejemplares educadores que, en medio del erial, colocaban arietes a la ignorancia y donaban sus conocimientos a una juventud que crecía en medio de las limitaciones múltiples que la época imponía.

Enfatizo aurora en las acepciones que me facilita el diccionario de la Real Academia. Como brillo, resplandor. Como "luz sonrosada que precede inmediatamente a la salida del sol". Como "principio o primeros tiempos de algo". Como "empezar a amanecer", que es cuando despunta la aurora. En todos estos significados, creo válida la afirmación de que ella estableció, con su nombre, un aura que iluminó ampliamente el porvenir de aquella comarca donde ella hizo residencia perpetua.

Ella fue el inicio de una larga temporada donde la destreza educativa, que en ella fue excepcional, creó un método de enseñanza que todavía recordamos, aun aquellos que, como es nuestro caso, nunca fuimos sus alumnos, pero solíamos acercarnos a la vieja casona que fue su alma mater para observar la libertad y la alegría con que mostraba su saber. Me parece verla todavía, sentada en su amplia mecedora, mientras desgranaba historias y esparcía saludos con una voz tronante que escondía sin embargo un alma dulce, sin escape hacia la vanidad ni el odio. Era furiosamente amable, tercamente generosa, luz pertinaz abriendo caminos en medio de la oscuridad.

Modeladora de párvulos inquietos que su amor y dulzura poderosas apaciguaban con los encantos de su enseñanza activa, juguetona, entusiástica. La educación era para ella un divertido juego de abalorios donde probaba alternativas para hacer crecer la savia del saber en sus infantes criaturas. Con su forma lúdica, hemos de recordarla saltando sobre un amplio mapa mundi lanzado al suelo para ir descubriendo con sus niños los lugares de la geografía nacional: -¿Estoy encima de…? -"Samaná", decían a coro los niños. -¿Ahora salto sobre…? -"Australia", contestaban los pequeños. Y así, aquella gruesa humanidad de ostentosas pecheras, saltaba sobre el mundo nuestro y ajeno con agilidad sorprendente, en un acrobático juego de saberes que a los niños deleitaba…y educaba.

La visité muchas veces en el templo de saberes que era su propia casa. En una ocasión, siendo redactor-corresponsal del diario El Sol, en su época fundacional santiaguera, le hice una entrevista, y a una de esas preguntas clisé que suelen soltar los periodistas novatos, le pregunté: ¿Cuál sería para usted, maestra, el sueño que le gustaría ver hecho realidad? Yo esperaba escuchar uno de sus hermosos discursos sobre el amor, o sobre el magisterio, o sobre sus cuentos infantiles, o sobre su trabajo como escritora. Empero, sin asombro y sin pausas, me contestó: -"Ver un partido de béisbol entre los Yankees y Boston en uno de los grandes estadios de grandes ligas. Soñaría con conocer un estadio de pelota en Estados Unidos". Lo dijo, mientras reía con su risa sonora como si disfrutase ya de aquel sueño. ¿Te parece extraño?, me dijo. "No, de ninguna manera, Seño", le respondí. Y aquella fue, dos días después, noticia de primera plana en el diario para el que trabajaba entonces.

Fui el periodista que dio la noticia de su muerte. Salió publicada en la primera página de El Sol el día 1 de febrero de 1972. Ella había fallecido a las 6:30 de la mañana en su casa de la calle 26 de julio número 9, el día anterior, 31 de enero, justo cuando se preparaba para acudir al colegio Porfirio Morales, que ella había fundado el 25 de septiembre de 1964, distante unos pocos metros de su hogar, que designara con el nombre de un gran educador mocano con quien había compartido la experiencia magisterial. Ese día, toda la comunidad se vistió de luto. El ayuntamiento declaró día de duelo. Los estudiantes y profesores de escuelas y colegios desfilaron por su hogar para rendir el tributo de admiración, respeto y gratitud que ella se había ganado por su labor incesante de maestra sin igual.

Aurora Tavárez Belliard tenía 78 años de edad al morir. Durante poco más de cuatro décadas dejó una estela profunda en la comunidad a la que sirvió con desvelo ejemplar. Cuando llegó a Moca, ya había fundado una escuela rural en Dajabón y luego sirvió como maestra en Santiago. Solo fue autodidacta en sus inicios como educadora, porque antes de llegar a Moca se había graduado de Maestra Normal Práctica, que era el título que se otorgaba en aquella época, y más tarde logró recibirse como Maestra Normal, que era un grado superior al primero.

Como consecuencia de la intervención militar norteamericana de 1916, las escuelas de todo el país fueron clausuradas, con excepción de las que estaban ubicadas en la frontera. Para entonces, en medio del desaliento y la vergüenza que originaba aquella invasión foránea, la "Seño" -como la llamaban todos, porque nunca conoció varón- sentó plaza de maestra ejemplar trabajando en la cordillera entre Dajabón y Haití. Cuando concluyó la intervención, se le favoreció con un puesto de maestra en Partido, comunidad de Dajabón, pero los intereses políticos que comenzaron de nuevo a asomar en el territorio nacional determinaron que ese empleo debía entregársele a un miembro de uno de los partidos políticos en el poder, y la "Seño" entonces perdió su plaza.

Se marchó entonces a la capital y allí abrió una librería que logró a duras pruebas mantener durante año y medio con el apoyo de familiares. Pronto, la realidad determinaría su cierre. Fue entonces cuando decidió partir hacia Moca, no sabemos alentada por cuáles razones. Era la primavera de 1928 y Horacio Vázquez estaba conduciendo el país. En esta comunidad cibaeña sentó raíces y ejerció su amplio apostolado de 44 años al servicio de la educación. Abrió su escuela Corazón de Jesús, en su propia casa, sería profesora de la escuela Bolivia, para hembras, y luego fundaría, apenas siete años antes de morir, el colegio Porfirio Morales. En 1954 la habían jubilado por enfermedad, pero ella decidió persistir en su magisterio, incesante en su ajetreo de batir alas al viento y de educar hasta la muerte.

Pocas veces suele mencionársele entre las pioneras del movimiento feminista dominicano. En un tiempo tan lejano como julio de 1929, antes incluso de la Era de Trujillo, la "Seño" había escrito un artículo en La Opinión donde advertía: "Yo no creo que el feminismo es el resultado caprichoso de la moda y la innovación, sino un fenómeno sociológico que se opera en todo elemento o colectividad cuando tiene preparación y aptitud para formar parte de la vida social en su manifestación más avanzada". Y agregaba: "El feminismo no es la evolución de una prerrogativa porque el derecho que ha asistido a la mujer para colaborar con el hombre en la vida pública ha sido igual en todas las épocas, el feminismo es el resultado de la evolución de la capacidad, por ello es irreprimible, porque implica un proceso de adelanto, el desarrollo de las aptitudes, cuya consecuencia inmediata en cualquier elemento sea hombre o mujer es la emancipación".

"Muchas personas que atacan el feminismo -escribía en ese mismo artículo, adelantándose a otras mujeres que han sido consideradas pioneras del movimiento feminista en la República Dominicana- dicen que como la sabiduría no tiene sexo la mujer debe ilustrarse sin aspirar a la representación de Ciudadana. Eso es absurdo porque la ilustración es fuerza, es libertad, y pedirle a la mujer que decline las prerrogativas que concede la preparación es proclamar la inutilidad del talento".

La "Seño" fue declarada Hija Adoptiva de Moca, en 1969, rindiéndosele un homenaje en el que tuve el inolvidable privilegio de participar como colaborador de su principal organizador, el eminente escritor don Julio Jaime Julia. Se llevó a cabo el 3 de mayo de ese año, auspiciado conjuntamente por el ayuntamiento local, la Secretaría de Estado de Educación, la Sociedad Pro Cultura y el Ateneo Dominicano, estas dos últimas entonces, entidades muy activas y de prestigio. Pero, si su obra didáctica fue ciertamente ejemplar, todavía lo es mucho más su obra bibliográfica. Publicó numerosos libros, hoy todos olvidados. Entre esos títulos memorables se encuentran la Cartilla Silabario, Bronces de la Raza, Rayito de Sol, Niño Dominicano, Patria mía, Lengua materna, Historia Patria, En el sendero de Kempis, Simiente en el Camino, y Lecturas para la introducción a la Historia de Santo Domingo, en dos volúmenes. El historiador y periodista mocano Adriano Miguel Tejada la calificó en una ocasión, con toda justicia, como la más importante educadora dominicana del siglo veinte, en razón de que, a diferencia de otras maestras que realizaron también una labor extraordinaria, ella fue la única educadora que publicó libros. Uno de los primeros textos que leí, y releí, siendo un mozalbete, a un nivel de que todavía puedo recitar capítulos enteros de memoria, fue Bronces de la Raza, cuya reedición ordené cuando ejercí funciones oficiales en el ramo cultural, en años recientes, al tiempo que pude crear en 2004 el Premio Anual de Literatura Infantil con su nombre, pues ella fue fundadora sin dudas del relato para niños y niñas en nuestro país.

He recordado a Aurora Tavárez Belliard, porque el pasado 14 de abril se cumplieron 120 años de su nacimiento. Y nadie, por ningún lado, la recordó, salvo el amigo Miguel Collado, destacado investigador bibliográfico y escritor, que siempre la tiene tan presente. Preceptora de auroras, construyó una historia de saberes y de amor por la enseñanza que no conoció límites. Su ejercicio, recordando su propio decir, estuvo "vinculado con la consigna de amistad con todas las almas, porque no alcanza a tu predio de sembrador las imbéciles limitaciones que formuló la suerte, el credo, la casta, ni ningún otro postulado de la mediocridad y la estulticia erigidas en poder".

www. jrlantigua.com

Modeladora de párvulos inquietos que su amor y dulzura poderosas apaciguaban con los encantos de su enseñanza activa, juguetona, entusiástica.

La educación era para ella un divertido juego de abalorios donde probaba alternativas para hacer crecer la savia del saber en sus infantes criaturas.