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La victoria de los cangrejos

Los dominicanos nos independizamos de Haití. Y fuimos a la guerra para refundar el país que los anexionistas entregaron a España. Durante ocho años, Estados Unidos llevó las riendas de la nación que todavía setenta y dos años después del grito liberador en la Puerta del Conde no terminaba de consolidarse. Y volvimos a la guerra, cuando los norteamericanos regresaron en 1965 a detener la revolución constitucionalista.

Pareciera como si toda nuestra historia hubiese girado solamente sobre estos tres goznes maléficos, y que no hubiesen existido otros componentes inamistosos en la contienda casi perenne que hemos sostenido por muchas décadas para ser una nación sin dueños foráneos. Y, en verdad, así ha sido, solo que ha faltado un elemento de ajena procedencia en nuestro acontecer que poco solemos mencionar y que pudo incluso haber cambiado radicalmente el curso histórico no solo nuestro, sino de toda la isla, y haber convertido esta ínsula amada en una más de las que, con sello inglés, se recogen apocadas entre las barloventinas.

El cuarto integrante en el quebradero de cabeza que han significado las tres naciones anteriormente citadas en momentos específicos de nuestro discurrir histórico, es Inglaterra, que deudas conserva con nuestro terruño porque alhajas, pieles, campanas, ducados y recuerdos se llevaron en sus faltriqueras las temibles huestes de Francis Drake, y batallas gananciosas nos llevaron a librar las repudiables tropas de William Penn y Robert Venables que intentaron incorporarnos al dominio inglés. La reina hizo de Drake un héroe por venir a saquear nuestras limitadas riquezas, en una hora de miseria espantosa como la que vivía la ciudad de los colones en ese momento. Oliverio Cromwell envió una flota de cincuenta y siete navíos y nueve mil soldados con la finalidad expresa de que Santo Domingo pasara a ser parte de la corporación inglesa, como Tortola, Virgen Gorda o Anegada, islas vírgenes violadas por la fiereza de estos ingleses ambiciosos de poder, gloria y riquezas.

Los ingleses de Drake penetraron por Haina, como igual lo hicieron los marines yankees en 1916 y 1965. Los ingleses de Cromwell arribaron por Nizao un sábado 24 de abril. Los americanos desembarcarían sus primeras tropas por Haina el 28 de abril, trescientos dieciocho años más tarde. Era, a todas luces, una lucha desigual, aquella y esta. Los ingleses sumaban 8,173 soldados. Los nuestros eran apenas 870. Corría el año 1655. Los soldados y marines norteamericanos llegaron a ser 22,000, según el dato aportado por Tad Szulc. Los nuestros seguro que no pasaban de mil reales combatientes. Corría el año 1965. Solo para comparar.

De los 870 criollos y españoles que teníamos en la isla dispuestos a dar la pelea a los ingleses en 1655, reunidos a la carrera a ver cuánto aportaba cada uno: trescientos eran los únicos soldados fijos, el conde de Peñalba recolectó doscientos y los lanceros, héroes indiscutibles de esta jornada, totalizaban cuatrocientos. Digamos que de esta totalidad no todos estaban en condiciones reales de echar la pelea por razones de edad, salud y miedo. De modo que, 870 contra 8,173, equivalen a 8 contra 80, a casi uno contra diez, según los numeritos de Bernardo Vega.

Los lanceros fueron los constructores de la victoria contra los ingleses. Una muestra de que la valentía guerrera dominicana -contra haitianos, españoles, norteamericanos e ingleses-, a pesar de estar siempre en desventaja, es cosa ya más que demostrada. ¿Quiénes eran los lanceros? Un grupo predominantemente criollo que tenía como oficio jarretear vacas y toros, o sea, lanzarles una especie de lanza directo a los tobillos del animal para inutilizarlos, y luego aprovechar junto a la carne, el cuero y el sebo para uso propio y para exportarlos. Eran unos expertos en esta tarea y sabían guerrear, porque dos años antes de llegar los ingleses de Cromwell habían participado contra los franceses -que también dieron sus fuñideras por estos predios- en el ataque a la Isla de la Tortuga, donde igualmente salimos victoriosos.

Los lanceros vivían en el monte. Eran los vaqueros nuestros. Fueron llegando en pocos días, una vez fueron convocados a la guerra. Venían de San Juan, de Guaba, de Santiago. "Su lanza, la desjarretadora -cuenta Bernardo Vega- era mucho más larga que la de los ingleses y especialmente efectiva en los bosques, los cuales cubrían toda el área entre las murallas de Santo Domingo hasta las cercanías del río Haina, a excepción de tres caminos que conducían a la ciudad, el de Haina hasta la puerta del Conde, el de la Esperilla, desde la zona hoy conocida como Manoguayabo, hasta la puerta de Lemba (que estaba entonces entre la Puerta del Conde y la actual estación de Bomberos de la avenida Mella) y, el tercero, desde el fuerte de San Gerónimo (por los frentes del restaurante El Vesubio, en el Malecón), el cual se unía al que conducía a la puerta del Conde. Los soldados ingleses solamente podían luchar en su acostumbrada formación de diez en diez en esos caminos, mas no en el bosque, donde tenían que actuar fuera de formación, enfrentando a los lanceros que, tirados en el piso, los emboscaban". Los lanceros pues, desjarretearon los tobillos ingleses, pero también gargantas y verijas, creando el temor entre los invasores. Un oficial de la banda de Penn y Venables -que, dicho sea de paso, se detestaban el uno al otro- dijo que las lanzas de los lanceros era "un arma desesperada" que "si le dan a un cuerpo hacen un agujero tan grande que le sacan el respiro del cuerpo de inmediato". Y un cronista español que dio cuenta del suceso, afirmó que prefería cien lanceros a mil armas de fuego, porque "dentro de dos credos no dejan hombre vivo en todo un ejército".

Pero, los criollos contaron con otro aporte guerrero, no planificado. Sucede que los soldados acampados en Haina, sentían un movimiento extraño en las noches mientras unos dormían y otros hacían la guardia. Era un sonido como de sonajeros que provocaban los abundantes cangrejos que se movilizaban en la oscuridad y que amedrentaban soberanamente a las tropas extranjeras. Un inglés, Henry Whistler, llevó un diario de la expedición y aseguró la existencia de grandes cangrejos que salían de noche de sus agujeros a buscar de comer y que mientras caminaban tocaban sus piernas ocasionando un ruido como la "matraca de las bandoleras", creando un nivel de terror tal entre los soldados ingleses que muchos abandonaban sus armas y se tiraban al mar pensando que eran los temibles lanceros.

Hay otros testimonios de esta victoria de los cangrejos. "Los cangrejos andaban de una parte a otra en continuo movimiento y con carrera tan bulliciosa, especialmente de noche, que persuadidos los ingleses que eran ejércitos armados que iban contra ellos, o volvían la espalda, o valiéndose de las armas unos contra otros se quitaban irreversiblemente las vidas", escribió el obispo Morell de Santa Cruz. De modo que esa historia de los cangrejos que vencieron a los ingleses que nos contaban en las clases de historia dominicana en la primaria y secundaria, no era leyenda, fue realidad que ahora constatan varios documentos. A tal nivel llegó la cosa que los criollos establecieron la fecha del 14 de mayo de cada año como La Fiesta de los Cangrejos, para recordar la huida de los ingleses. Y hasta su cangrejito de oro confeccionaron, el cual sacaban en procesión cada año en dicha festividad. Tan pendejos fueron esos ingleses que hasta a los cocuyos les temían, porque pensaban que eran enemigos con fósforos de luz, según relató el ya citado Whistler.

Con lanceros y cangrejos los criollos salieron victoriosos de esa guerra desigual contra los ingleses, quienes jamás volvieron a molestar nuestro territorio. El historiador Vega, en un libro que narra toda esta historia de Penn y Venables, que alguien podría convertir en una buena película o en una fascinante novela, como hizo Emilia Pereyra con la piratería y los horrores de Drake, hace una anotación que me parece la más importante de su investigación y en la que, pocos tal vez, han reparado cuando se realiza la evaluación de nuestro tránsito histórico, previo o posterior a la hazaña independentista. Lo copio íntegramente:

"De haber tenido éxito la invasión de Penn y Venables la isla Española se hubiese convertido en colonia inglesa, como lo eran en ese momento Barbados, St. Kitts y Nevis. Dada la superioridad naval de Inglaterra sobre Francia en los siglos XVII y XVIII en contraposición con la española, es improbable que los franceses hubiesen podido establecer su colonia en la parte occidental de la isla, por lo que Haití nunca hubiese surgido. La isla entera, pues, hubiese sido colonia inglesa hasta el siglo XX. Consecuentemente, la victoria de los criollos y españoles sobre los ingleses decidió el futuro de la isla entera". La gratitud ha de ser imperecedera entonces, a los valientes lanceros, a los temerosos cangrejos y a los iluminadores cocuyos.

www. jrlantigua.com

"Los cangrejos andaban de una parte a otra en continuo movimiento y con carrera tan bulliciosa, especialmente de noche, que persuadidos los ingleses que eran ejércitos armados que iban contra ellos, o volvían la espalda, o valiéndose de las armas unos contra otros se quitaban irreversiblemente las vidas", escribió el obispo Morell de Santa Cruz.