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Las memorias de Rafa Gamundi

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Las memorias de Rafa Gamundi
Rafael Gamundi Cordero

Yo era un imberbe cuando conocí a Rafael Gamundi Cordero. Eran los años del Triunvirato, y el PRD, del que era uno de sus pilares, andaba como nave al garete con Juan Bosch de nuevo en el exilio, los militantes del Partido dispersos sin orientación y las conspiraciones buscando un cauce para espantar la ansiedad de aquel tiempo aciago.

Acompañando a Winston Arnaud fuimos a la casa de Rafa Gamundi en La Vega y recuerdo aún la impresión que me causó aquel joven de hablar brioso, de porte gallardo y de personalidad resuelta. Rafa era entonces un treintañero y yo recién cumplía los quince. Winston y Rafa eran aguerridos hasta la temeridad. La historia, que creíamos entonces que tenía un curso lineal (luego fijaríamos su atención en su circularidad), unía a ambos prospectos de la política nacional por cuestiones de sangre. (El vegano reunía mayores cualidades que el mocano en este terreno dada la pericia que el exilio sobre todo había dado en pertenencia al primero). No tenían vínculos familiares, pero ambos eran nietos de dos de los héroes anónimos de la gesta del 26 de julio de 1899 que cambió el curso de la historia dominicana con el tiranicidio que cerró las compuertas fatídicas del lilisismo. Mon, Horacio y Jacobito fueron los gestores de la epopeya, pero un grupo de jóvenes valientes estuvo asociado firmemente al magnicidio en aquella calle mocana finisecular, entre ellos Vicente y Blas de la Maza, José Brache, Domingo Pichardo y, entre otros más, Pablo Arnaud y Casimiro Cordero, abuelos de Winston y Rafa. Los dos pues descendían de estos bravos legionarios del honor y el patriotismo. A propósito de Pablo Arnaud, fue Joaquín Balaguer en "Los carpinteros" quien informó por primera vez que cuando Mon huyó del lugar donde abaleó al general Lilís llevaba en la grupa de su caballo a Pablito Arnaud, quien obviamente había dispuesto de la bestia esperando el desenlace para ayudar a escapar a Cáceres que era un jinete de fama.

Cosas de la historia. Los dos nietos de quienes ayudaron a Mon en la ejecución del plan contra Lilís, conspiraban entonces para sacar del poder al triunvirato de dos que tenía entre sus miembros a un nieto del gran amigo de sus abuelos, Ramón Cáceres Troncoso.

Impetuoso y decidido, Rafa Gamundi nos causó una impresión que perduró por largo tiempo casi como un ícono de la rebeldía, pero también de la seguridad en las ideas que se asumen y de la entereza con que se dispone de los recursos intelectuales y humanos para un fin específico. El Triunvirato fue derrocado y vino la guerra. Rafa y Winston anduvieron jugando roles entre los comandos abrileños, y siguieron siempre juntos en faenas públicas y secretas durante los años posteriores a la revolución, los perturbados tiempos de los doce años y las traumáticas mudanzas del perredeísmo. Recuerdo dos hechos que han quedado fijos en la memoria. Winston Arnaud asistiendo al sepelio de su madre, doña Pipisa, en el cementerio de Moca, solo por media hora, viniendo desde la guerra y armado hasta los dientes con un grupo de respaldo, gracias a un permiso especial que le gestionó su amigo Víctor Gómez Bergés, el más joven colaborador del gobierno de Imbert Barrera. Y a Rafa Gamundi, semanas después de concluir la guerra, llegando jubiloso, con su casaca guerrera, a su ciudad nativa, en medio de una multitud entusiasta que ignoraba, tal vez como Rafa, que en poco tiempo comenzaría la caza de las ballenas.

Rafa Gamundi es mucho más que estas anécdotas que mucho traen de secuencia histórica, pero que igual tienen de brebaje fraterno. Hay personas, nombres, sucesos, épocas y momentos que marcan, y en nuestro caso, Rafa está inscrito desde hace decenios en esa memorabilia personal. Rafa es hombre-historia. Uno de los grandes dilemas dominicanos es no reconocer las trayectorias y minimizar -y muchas veces lo que es peor, ningunear- una huella, un ejercicio, una vida. Como Rafa, hay mucha gente que tiene mucho que contar, porque sus haberes humanos están ligados a la historicidad, a una faena de vida que se inscribe en el decurso de la dominicanidad, desde diferentes y, a veces, contradictorias, aristas. Gente que ayudaría a reconstruir episodios con el recuerdo de sus recorridos vitales, sobre todo si los mismos están unidos a situaciones y desvelos con los cuales se fue levantando, paso a paso, en medio de equívocos, dolores y ansiedades múltiples, la democracia dominicana.

El vegano ocupó siempre puestos de principalía en las luchas democráticas y revolucionarias del país. Siempre fue de armas tomar, con una gran capacidad organizativa, con principios rígidos no exentos del idealismo de épocas difíciles, pero sobre todo con una vocación de lealtad a su visión política y con una disposición anímica que no conoció de atajos ni eludió responsabilidades, aun cuando en algunos casos sufriera los embates de la ingratitud, tan cónsona con el ejercicio partidario, o los sinsabores de las aventuras malogradas.

Sus memorias intentan atrapar parte de todo lo que ha sido su vida, porque estoy seguro que otras muchas se les escapan o les resbalan. Las acciones que narra permiten conocer mejor los trechos abiertos por una vida entregada al ejercicio de la política desde mucho antes de que naciéramos a la vida democrática y luego dentro de ella. Hay una parte de la historia dominicana posdictadura, donde Rafa Gamundi jugó papeles estelares, en especial en lo que se refiere al tortuoso clandestinaje luego del golpe septembrino y del inicio de la era de Balaguer. El PRD de Bosch y el PRD de Peña Gómez, las relaciones con grupos de izquierda en ese interregno casi huérfano de 1966 a 1970 del que todavía no se ha dicho todo, pero se va avanzando en el conocimiento de historias que han sido hasta hace poco quehacer cerrado. De Benidorm a las garrapatas del buey hay un trayecto que produjo lesiones permanentes. Los antiguos discípulos se arrojaron a otras querencias y destinos, y el maestro terminó diseñando un nuevo rebaño que hace rato es el que pastorea la realidad dominicana.

Desde el exilio antitrujillista hasta la conformación del Partido Revolucionario Social Demócrata -la penúltima escisión de la amplia nómina perredeísta, que por estos tiempos conoce de la última hasta nuevo aviso-, Rafa Gamundi ha realizado todo el recorrido de manos de su jacho y de su buey. Incluso, con el MORENURE, la estela de su perredeísmo se mantuvo incólume. Al fin y al cabo, Peña Gómez haría luego su apartado similar con el BIS. Pero, sin abandonar la montura originaria.

Puede que algunas de las aseveraciones de Rafa no complazcan a muchos y afecten a no pocos. Es su memoria y es su historia. Al margen de posibles discrepancias en la evaluación de actitudes y medidas de los liderazgos consabidos, lo que el memorizador reseña camina al lado de su verdad y de la realidad que vivió y sufrió. Doy constancia de algunas de ellas, de las que conocía desde hace mucho. De otras, quedo perplejo porque las ignoraba. Y ahí está el valor de las memorias de nuestros hombres y mujeres de historia, cuando se deciden a asumirla con fidelidad a los hechos, con entera libertad de pensamiento y sin ocultamientos o falacias. Las de Rafa Gamundi son recuerdos de un atleta del ejercicio político dominicano que no ha conocido, en más de cincuenta años, descanso ni ha bajado sus banderas. Algún día todos deberíamos tener buen juicio, aún desde el disentimiento, para reconocer el valor de ciertas vivencias y andaduras que, como las de Rafa Gamundi, han dejado una estela y han seguido avanzando en medio de dificultades y renovaciones. Digamos pues que las suyas son de esas memorias que siembran, que el historiador profesional debe recoger para reconstruir el tránsito de nuestra contemporaneidad política, y que contribuyen a valorar los alcances y limitaciones del pensamiento partidario y de las ideas políticas en República Dominicana. Yo, que soy un perseguidor de memorias, sobre todo de las políticas y literarias, acojo las de Rafa Gamundi con el particular apego que me produjo su personalidad y sus ideas cuando terminó siendo para mí un ícono de aquella convulsa, pero inolvidable, época que algo tuvo de licencia de libertad y de formación política, y algo también de decrepitud y aventura predemocrática.