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La transformación de Franz Kafka

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La transformación de Franz Kafka
Franz Kafka

“La misión del escritor es convertir la mortalidad aislada en vida eterna, conducir lo casual a lo forzoso. El escritor tiene una misión profética”. F.K.

El 17 de noviembre de 1912, Franz Kafka escribía desde Praga a su novia Felice: “…tengo que dejar escrito un pequeño cuento que se me ocurrió en la cama, en esa desolación, y que me aflige íntimamente”.

Al día siguiente, vuelve a escribirle a Felice: “Querida, es la una y media de la madrugada; el cuento anunciado no ha quedado terminado, ni mucho menos”.

Ese mismo día, vuelve Kafka a escribirle a su amada, donde le informa que ha paralizado la escritura de su novela “América”, porque tiene “un deseo indómito de proseguir esta nueva historia, igualmente monitoria”, al tiempo que le muestra la ansiedad en que se encuentra al pasar los últimos días y noches en insomnio total.

Cinco días después, Franz vuelve a la carga y le comenta a Felice: “La noche ya está muy avanzada y acabo de dejar mi pequeña historia, en la que por cierto ya no escribo desde hace dos noches, y que calladamente comienza a transformarse en una historia mayor…sería hermoso leerte esta historia, pues es algo tremebunda. Se titula ‘La metamorfosis’…al héroe de mi historia le ha ido bastante mal hoy, y eso que sólo se trata del último relevo de su desgracia, ahora ya continua”.

El día que sigue Kafka regresa a su correspondencia con su novia y le cuenta: “Querida, ¡qué historia extraordinariamente repugnante es la que acabo de dejar, para recrearme ahora pensando en ti! La historia ya ha sobrepasado algo su mitad y tampoco en líneas generales estoy descontento de ella, pero resulta ilimitadamente repugnante…a buen seguro todavía queda mucho por desarraigar de mí, y las noches no pueden ser lo bastante largas para esta tarea, por lo demás en extremo voluptuosa”.

Después del almuerzo, Franz le deja una nota a Felice. Es domingo y como de costumbre visita a unos amigos. Le dice a su novia, “les leí la primera parte de mi pequeña historia”.

Cuando ya tiene una semana en esta tarea, obsesivamente vuelve a escribirle a la mujer con quien comparte en ese momento su vida, ese mismo domingo en la madrugada: “…hoy, querida, tendré que abandonar mi pequeña historia, en la que he trabajado menos que ayer…todavía precisa de tres a cuatro noches de trabajo...la narración ha quedado ya bastante maltrecha debido a mi forma de trabajo. Un cuento de este tipo habría de escribirse a lo sumo con una sola interrupción en sesiones de dos horas; entonces tendría su curso y vigor naturales, tal como lo imaginé el domingo pasado en mi mente”.

Llega diciembre. En la noche del primer día del último mes del año, escribe Kafka a su misma destinataria: “Querida Felice, después de acabada la lucha con mi pequeña historia –he comenzado a principiar una tercera parte, pero ahora con toda seguridad la última (con qué inseguridad y cuántas erratas escribo antes de acostumbrarme al mundo real) –todavía debo desearte, querida, unas buenas noches…”

Pero, ya en la madrugada, antes de terminar la fecha primera de diciembre, Kafka insiste en escribir algo más a su confidente: “…por fin ardo casi de entusiasmo por mi pequeña historia; con sus palpitaciones el corazón quiere meterme más en ella…Querida, me gustaría añadir todavía algo divertido, pero no se me ocurre nada natural y por añadidura en la última página abierta de mi historia los cuatro personajes lloran o, por lo menos, están en una disposición de ánimo triste”.

Dos días después escribe: “…me encuentro muy cerca del final de mi pequeña historia, y la uniformidad y el fuego de unas horas seguidas serían muy beneficiosos para este final…Mi historia no me dejaría dormir, pero tú me traes, con los sueños, el reposo”.

Pasan dos días. Kafka le dice a Felice: “¡Llora, querida, llora, ahora ha llegado el tiempo de llorar! Hace un rato ha muerto el protagonista de mi pequeña historia. Si puede consolarte, te diré que ha muerto en paz y reconciliado con todos. La historia en sí todavía no ha terminado del todo, ya no tengo demasiadas ganas y dejo el final para mañana…yo mismo, con las fuerzas configuradoras que siento dentro de mí, aparte de su poder y tenacidad, con unas circunstancias de vida más favorables habría logrado un trabajo más puro, conciso y organizado que el realizado ahora…espero poder terminar la historia mañana, para volver pasado mañana sobre la novela” (Se refiere a la novela “América” cuya escritura había abandonado para producir “La metamorfosis”).

Al día siguiente, Felice recibe la carta donde Franz le escribe: “Escucha, querida, mi pequeña historia ha quedado terminada, sólo que el final de hoy no me alegra en absoluto. No cabe duda de que podría haber quedado mejor”.

Llegado a este punto, es de suponer que ya “La metamorfosis” estaba lista para ser servida al público. No hay noticias en el largo interregno de tres meses sobre el relato. Tres meses después, a las dos de la madrugada del sábado 1 de marzo de 1913, Kafka le escribe a Felice: “Sólo unas palabras, querida. Hermosa velada en casa de Max. Leí mi historia hasta el delirio. Nos lo hemos pasado bien y hemos reído mucho. Cuando uno cierra las puertas y ventanas ante este mundo, todavía puede conseguirse aquí y allá la apariencia y casi el inicio de la realidad de una hermosa existencia”.

Pero, insólito, poco más de siete meses después, el 20 de octubre, Franz le escribe a un amigo, que ya no solo a Felice le anda contando su infortunio, sobre todo después de la lectura que hizo del relato “hasta el delirio” en casa de Max Brod: “... ahora he leído en casa ‘La metamorfosis’ y la encuentro mala... el escribir contribuye a mi tristeza”.

Y justo, tres meses más tarde y un año y dos meses después de que aquella historia comenzara a gestarse, una carta de Kafka sin destinatario conocido, deja constancia de su “enorme aversión ante ‘La metaformosis’. Final ilegible. Incompleto en casi toda su extensión. Hubiera quedado mucho mejor si aquel viaje de negocios no me hubiera estorbado”. Es el 19 de enero de 1914. De todos modos, ya “La metamorfosis” estaba concluida. Kafka hacía intentos de publicarla en alguna revista. En una carta a su amiga Grete Bloch le dice: “Vieja historia, por cierto, ya tiene más de un año”.

Existe un borrador de carta donde Kafka le escribe a Robert Musil (el escritor austríaco, autor de “El hombre sin atributos”, quien también fuese editor de revistas literarias), enojado porque no se le publica su cuento, a pesar de tener un largo tiempo en espera. Se queja de que “después de haber transcurrido meses desde aquella aceptación, se me pide que reduzca en un tercio la citada historia”. Kafka grita: “Esto es un trato indigno”. Y añade una posdata: “Pero quizás resulta que ahora quieren desentenderse por completo de esta historia y que a posteriori utilizan, incluso frente a usted, esta forma encubierta de rechazo”.

Luego de otros fracasos en lograr su publicación, al fin “La metamorfosis” se divulga en octubre de 1915, casi tres años después de que Kafka iniciara la escritura de su relato, en la revista “Die weisen Blatter”. “Me da igual que aparezca el próximo año o el siguiente”, es la expresión del autor, cansado ya de que le cerrasen las puertas a su obra, la cual poco tiempo después un editor decide publicar en libro.

Pero, queda un problema por resolver. Cuando a Kafka le informan quién será el ilustrador de la cubierta de “La metamorfosis”, salta al ruedo para aclarar cómo debe hacerse esa ilustración. El tipo era un ilustrador famoso de la época, Ottomar Starke. “Resulta que se me ha ocurrido, dado que Starke será realmente el ilustrador, que quizás esté en su deseo querer dibujar el mismísimo insecto. ¡Esto no, por favor!...El insecto mismo no puede ser dibujado. Ni tan sólo puede ser mostrado desde lejos”. Con los años, contraviniendo los deseos del autor, los ilustradores se dividirían el propósito de descifrar el insecto de “La metamorfosis”: a veces una cucaracha, en otras un abejorro, una tarántula, un escarabajo.

El 24 de diciembre de 1915, Kafka le escribe a Felice desde Berlín. “La metamorfosis ha aparecido como libro. Encuadernado resulta bonito”.

Un crítico de la época conversaría años después con el autor, señalándole que el protagonista de la narración, Samsa, sonaba como un criptograma de Kafka. “En ambos casos hay cinco letras. La S en la palabra Samsa ocupa los mismos lugares que la K en la palabra Kafka. La A…” Franz lo interrumpió: “Samsa no es por entero Kafka. ‘La metamorfosis’ no es una confesión, aunque sea, en cierto sentido, una indiscreción”. El crítico le replicó: “La metamorfosis es un sueño horrible, una horrible concepción”. Kafka puso fin a la conversación: “El sueño deja al descubierto la realidad, tras la cual permanece la imaginación. Esto es lo terrible de la vida, lo conmovedor del arte”.

Hace cien años de esta historia. Franz Kafka la escribió, la sufrió hasta el insomnio, veló por ella, se transformó con ella. Un escritor de poca importancia en su época, nacido en la Ciudad Vieja de Praga, llevó una vida atormentada, con amores que iban y venían, una aversión por la suciedad, una liturgia casi maniática con sus comidas diarias, excesivamente pulcro y una vida sexual “parca y calculada”. Pasó muchos años internándose en sanatorios naturistas para vencer sus enfermedades respiratorias, hasta que en 1917, dos años después de conocerse “La metamorfosis” se manifiesta la tuberculosis pulmonar que le llevaría a la muerte siete años después, en 1924. El título real de su famosa narración es “La transformación”, que es la traducción correcta del alemán en que la escribió. Así se conoció originalmente, hasta que un editor transformó el título como se le conoce hoy. Borges, que tradujo en una ocasión el relato, quiso siempre utilizar el verdadero título y puso resistencia, sin lograrlo, a que se le denominara “La metamorfosis”. Algunas ediciones recientes la han vuelto a titular como está en el original, “La transformación”. Del modo que fuese, esta prodigiosa narración que ha producido tantos análisis y evaluaciones de todo género, es cien años después una de las obras cumbres de la literatura universal. En la modestia de estos apuntes se encuentra el homenaje que su gloria póstuma ha de merecer por siempre.

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