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El poeta que quiso ser Alcalde

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El poeta que quiso ser Alcalde
Como nunca antes, el embrollo electoral está difuso.

El poeta llegó temprano a su colegio electoral, acompañado de su esposa, célebre novelista, y de su hija -ambos son padres de tres retoños- que a sus dieciocho años votaba por primera vez.

Elisa García Grandes con un piercing en su labio inferior y un rodete escarlata y negro en su cabecita enmarañada, no estaba segura si hacía bien votando a su progenitor, un poeta laureado metido a político desde la edad que ella tiene ahora. Hubiese preferido golpear duro a los que gobiernan España, tal vez desde filas con mejores perspectivas, pero encontró correcto depositar el voto primo de su vida a favor de su padre.

Elisa es hija del poeta Luis García Montero, candidato en Madrid de Izquierda Unida (IU) y de la gran novelista Almudena Grandes, quienes la acompañaron a ejercer el sufragio. García Montero no es un simple militante del IU. Es su líder en Madrid, y por aquella plaza lucha para intentar abrir caminos a un enclave partidario que no hay forma de sacar del marañoso estadio que lo mantiene, desde hace muchos años, siendo apenas una referencia marginal en la vida política de los ibéricos.

Cuando llega la noche, los de IU se reúnen para esperar el veredicto de las urnas. Nada positivo esperan. La compañera de boleta de Luis García Montero al Ayuntamiento madrileño, Raquel López, ya tiene la noticia de que no ha alcanzado ni siquiera el 5% que le permita abrirse a una posibilidad de engancharse en la cuerda. El poeta parece desvanecerse, mientras su mujer novelista tiene rostro adusto y su hija muerde el piercing de sus labios, no ya nerviosa como cuando fue a depositar su voto en la mañana, sino incómoda por no haberse permitido irse de campaña con sus compañeros de cole que, ni remotamente, votarían por IU y su padre, porque sus ideas estaban más cerca, como ella hubiese pretendido, de Podemos o un poquito menos, de Ciudadanos.

Son las elecciones legislativas y autonómicas de España, preludio de la votación presidencial dentro de unos pocos meses. Como nunca antes, el embrollo electoral está difuso. Se juegan la vida los llamados partidos tradicionales, el que gobierna: el PP, y el que desea regresar al mando: el PSOE. Pero, entre estos dos y casi dándole alcance, vienen corriendo dos proyectos nacidos en las calles y en conciliábulos de terrazas, jamón y vino. Todos acudieron el domingo pasado a ver cuáles eran los alcances de sus discursos y hasta dónde puede llegarse para cambiar los mandos. La fauna política española es divertidísima, tan juerguera y malhablada como la nuestra a la hora de sacar trapillos al sol y dejarlos que cuelguen, no ya del tendedero, sino de las redes que les sirven de soporte. Lo que me divierte más, empero, es la informalidad de la vestimenta que llevan los líderes y los atavíos que acompañan su camino hacia las urnas. Es un sello español: el vestir informal que a veces alcanza ribetes de mal gusto. Y los líderes quieren ir a tono con esa "identidad". La abuelita Manuela Carmena, que llega con una de sus nietas al escenario de la votación, va en plan teenager con vaqueros y zapatillas, y llega en metro como cualquier otro militante de Ahora Madrid, la formación que le ha llevado a disputar la alcaldía de la capital del reino. Ada Colau, la mujer que parece va a gobernar a Barcelona, dejando al resto en el trompo, llega a la urna tal y como ha despertado en la mañana, sin ni siquiera una mota de polvo talco sobre el rostro, sus cejas gruesas que nunca se ha aliñado, ropa que deja al socaire todas las colgaderas y acompañada del marido y el hijo de tres añitos que lleva en brazos con la cornetica de juguete que por nada del mundo el bebé quiso dejar en casa. La ex mandataria madrileña Esperanza Aguirre, que en 2012 anunció que abandonaba la política para dedicarse a su familia, vuelve al ruedo después que Rajoy la llamó a Moncloa para que salvara el prestigio del PP en Madrid y se lanzara al ruedo a detener la vorágine que parecía venírsele encima. Ha caminado varias cuadras hasta su colegio electoral, acompañada de su perro como si acaso hubiese salido a pasearlo para que el can resolviera sus necesidades. Rajoy va de chaqueta gris y pantalón azul, y no puede ocultar el rostro de desesperación que anuncia lo que le aguarda al final de las cuentas. Albert Rivera, el líder de Ciudadanos -que algunos creen es una marca registrada del PP- llega de camisa con puños arremangados y su habitual sonrisa de estrella de Hollywood. Y ni qué decir de Pablo Iglesias, camisa a cuadros, zapatos sin medias, barba descuidada y su colita recoleta que se ha convertido en santo y seña de su figura mediática. Mientras espera la votación en un club de Emprendedores madrileños, aprovecha para tomarse un selfie con sus compañeros en aquel momento que es "histórico" para cada uno a su manera. En Cádiz, han destronado a mi amiga Teófila Martínez, la vivaz y singular alcaldesa que desde hace veinte años gobierna aquel emplazamiento andaluz del PP. Teófila, aguerrida y locuaz, no ha podido hacer el frenazo frente a su contrincante socialista José María González, quien llevaba años estudiando las estrategias de permanencia y continuismo de la ahora ex alcaldesa. González es socialista, pero es pareja de Teresa Rodríguez, la líder de Podemos en Andalucía. Buen augurio para las negociaciones que se anuncian ya. El nuevo alcalde llega a las votaciones con una camisita que parece haber comprado en El Rastro y con tennis medio desamarrados, mientras camina al lado de su mujer que ríe segura de los resultados que en la noche habrán de conocerse. La fauna del liderazgo político español es una gozadera permanente y un desfile de ornamentos y ropajes desmadrados que nunca tendrán espacio en la pasarela de La Cibeles.

El único en este concierto electoral que parece no llegará a ser ni un tutti de la orquesta del poder es el poeta Luis García Montero. Podemos está decidido a sacar al PP de La Moncloa y ya ha presentado a los del PSOE una de esas ofertas que no se pueden rehusar. Ha conquistado espacios importantes, igual que Ciudadanos, y el bipartidismo siente los mareos del tambaleo. Pero, IU y García Montero no tienen posibilidades ni siquiera de pactar acuerdos. "Prefiero negociar conmigo mismo el trago amargo del fracaso que haberme quitado de en medio cuando me lo pidieron los compañeros", declaró el poeta. Almudena, su mujer, se quejaba al día siguiente de los comicios del "tono brutal, incendiario y de las rayas rojas que se han traspasado" en la contienda "donde el fuego amigo ha sido mucho más cruel que el enemigo". Y con lenguaje acibarado espetó: "Ya no hablo de lealtad, que por desgracia parece un concepto trasnochado en la política española, sino de la espantosa mezquindad que se ha normalizado en nuestra vida pública". La autora de "Atlas de geografía humana" fue tremenda cuando dejó sobre el papel esta perla: "No quiero gobernantes capaces de vender a sus compañeros, de triunfar por la vía de humillar a sus contrincantes más débiles, de asentar su poder sobre las cenizas humeantes de incendios provocados por ellos mismos, sin atender el número de las víctimas que han perdido entre las llamas... Las malas personas no deberían dedicarse a la política".

El poeta García Montero, uno de los fundadores de Izquierda Unida en 1986, y quien no está de acuerdo conque su colectivo político se diluya en Podemos, sigue creyendo que IU "es fundamental para que la regeneración democrática de España no sea simple espuma", porque "no es lo mismo salir de la crisis hacia la derecha que hacia la izquierda". El autor de "Completamente viernes" y "Almanaque de fabulador" tiene un hermano en el PP de Granada con diez años de ejercicio como concejal de cultura y asistente del alcalde. García Montero se considera la oveja negra de su familia conservadora. De pronto, no llegará a ser el Alcalde de Madrid. Lo que sí seguirá siendo es poeta. Pero, la poesía es por naturaleza minoritaria y él desea vincularla al ejercicio político. "La poesía busca los valores profundos de la condición humana. Eso siempre ha tenido una clara repercusión política. La poesía del siglo XX descubrió mucho antes que los partidos políticos que la intimidad es un ámbito fundamental de emancipación humana. Decir "soy yo", "estoy enamorado", "temo la muerte", forma parte de cada época histórica. Los seres humanos somos tan históricos como nuestras Constituciones y nuestras leyes. Después de ver lo que estoy viendo y de escuchar lo que estoy escuchando, ante la inhumanidad de la política neoliberal, es imprescindible que las instituciones recuperen su corazón humano. No está mal llevar la poesía a los números para que la economía de abuso sea sustituida por la economía del amor". Es un pensamiento que debiera calar, aquí y allá, aunque no se ascienda un peldaño hacia el poder.

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