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Fábrica de instrumentos musicales da esperanza a discapacitados en Venezuela

"Esto me ha ayudado a mantener la mente ocupada", confesó Juan Carlos Marrón

CARACAS.- Sentado sobre una pequeña silla de ruedas, Brayan Utreras lucha con sus delgadas manos, que son de las pocas partes de su cuerpo sobre la que tiene control, para alisar con una lima una delgada pieza de madera que logró tallar luego de varias semanas de agotador trabajo y que le servirá para construir su primer arco de violín.


"Este taller le ha dado sentido a mi vida", afirmó ilusionado Utreras al recordar cómo perdió la esperanza de vivir hace seis años cuando unos maleantes le dispararon por la espalda en una estación de gasolina para robarle su motocicleta, ocasionándole una severa lesión en la médula espinal que lo dejó parapléjico.

La reparación de violines se ha convertido en una esperanza de vida para un grupo de humildes jóvenes discapacitados que batallan diariamente por superar las limitaciones físicas y graduarse de lutieres en un taller para minusválidos que según sus creadores es único en el mundo.

El taller fue creado por el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela y la Fundación Venezolana Pro Cura de la Parálisis para formar y ayudar con modestas becas a jóvenes muy pobres, algunos de ellos heridos de bala como consecuencia de la creciente criminalidad que agobia al país.

A un lado de la mesa de Utreras, y sentado también en una silla de ruedas, Juan Carlos Marrón, un moreno de musculosos brazos y escuálidas piernas, barniza absorto una pieza de madera, denominada "empujador", que es la tercera herramienta que ha construido con sus manos después de ocho meses de clases en las que también ha tallado un golpeador y cortador para reparar arcos de violín.

"Esto me ha ayudado a mantener la mente ocupada", confesó Marrón al reconocer que el trabajo diario en el taller le ha permitido sobreponerse de los recurrentes estados de depresión que ha enfrentado durante los últimos doce años luego de quedar parapléjico a consecuencia de un disparo de arma de fuego de recibió en medio de una balacera entre delincuentes cerca de su casa en la popular barriada de Los Rosales, al oeste de Caracas.

Marrón debe enfrentar una gran odisea tres veces por semana para ir al centro de clases, en el este de la ciudad, y volver a su casa.

El espigado joven debe ser cargado de espaldas por alguno de sus vecinos o familiares que lo bajan y suben por más de 50 empinados y estrechos escalones de la humilde barriada donde reside para llevarlo hasta el taxi que periódicamente lo traslada a sus clases y luego lo trae de vuelta.

El taller, en el que participan actualmente unos nueve estudiantes, más que una escuela se ha convertido en un centro de innovación donde sus maestros han ido creando sobre la marcha desde alicates para personas con limitaciones en las manos, hasta prensas especiales para arcos que permiten a personas discapacitadas trabajar cómodamente sobre unas pequeñas mesas, de unos 70 centímetros de altura, que distan mucho de los grandes y altos mesones que suelen utilizar los lutieres.