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Me despertaba con boleros

Era una mujer feliz. Cantaba todo el día, no importa si lavaba, cocinaba, planchaba o se sentaba en la terraza a tomar un cafecito. Le encantaba María Luisa Landín, Elenita Santos, Toña la Negra, imitaba a Casandra Damirón y a Carmen Delia Dipiní, y hasta hacía dúos con Pedro Infante y Jorge Negrete con sus falsetes. Lo hacía de voz en cuello. No había canción, de ese tiempo, que no le gustara. Su voz entraba a mi casa unas veces armoniosa y otras con un bullicio que llegaba hasta la esquina. Si cuando me despertaba, su voz era melodiosa, yo me arropaba de nuevo con mis sábanas y la escuchaba hasta la hora de levantarme. Es verdad que algunas veces me quedé dormida, arrullada por su canto y llegué tarde a mi trabajo. Sus comidas eran muy buenas pues las sazonaba junto a su radio RCA Víctor que tenía en la cocina con el que escuchaba programas valiosos y adorados.

No la volví a ver en mucho tiempo. Sus hijos la hicieron emigrar a otro país. Regresó. Dijo que no podía vivir ahí. Un día me la encontré saliendo de la iglesia. Tenía el aspecto de Mater Dolorosa, algo que la hacía aparentar más vieja, un poco despeinada y vestida con ropa descuidada. Estaba sentada en la Plazoleta de los Padres. Me senté a su lado. No me reconoció. La llamé por su nombre y le dije el mío. Al ver que no me respondía, muy quedito comencé a cantarle una ranchera de Amalia Mendoza: “Tú vendrás a curar mis heridas que otro amor me ha dejado tan grande, me caíste como algo del cielo cuando ya no lo estaba esperando...”. Con esa canción que le canté muy cerca del oído, en voz muy baja, pues yo no sé cantar, le vi encender la mirada y con el brillo salió “aquellos ojos verdes, serenos como un lago...”

Sé que cuando uno vuelve al pueblo en que nació lo encuentra transformado. Una parte es muy buena y la otra insoportable. Nada es lo que fue, ni las escuelas, los cines, las tertulias en los parques, y tampoco encuentra, ni sabe, donde viven los amigos y las amigas con que compartió tantas cosas y lugares. Eso duele. Es triste saber que ya somos una sombra. A veces se cruza ante nosotros una persona que nos saluda, nos da un abrazo y repite nuestro nombre. Ese que fue nuestro vecino de infancia y no lo recordamos. La vida es así, muchas veces voluble, inconsciente, arbitraria y hasta nostálgica. Los que se fueron y no volvieron, ya no son lo que eran, ahora son fantasmas. Yo también, salí hace años y aunque vuelva cada año, no ver lo que veía, me produce nostalgia.

Al reencontrarme con aquella amiga de boleros; para ambas, se nos vino encima un hermoso pedazo de la vida que creíamos ya muerto. Ahora, escucho boleros, merengues y rancheras, de esas que conservo con amor eterno, y canto. No sé cantar, pero abro la boca, repito las canciones, cierro los ojos y creo ver a mi lado los cantantes que tanto me gustaban y me siguen gustando todavía. “Pintor que pintas iglesias, píntame angelitos negros, que también se van al cielo, todos los negritos buenos...” (Xiomara Alfaro)