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¡Qué destino, Margot...!

Se la buscaba cada noche entre las inciertas sombras de un pueblo desamparado y echado a un lado por los políticos oficiales. Flaca, con cara simple, en la que sobresalían unos ojos siempre sonreídos, sin otra opción que “tirarse a la vida”, vivía a las orillas de un río seco que una noche se le antojó desbordarse, arrastrando en su natural desenfreno cuantas casuchas encontró a su paso. Ella lo perdió todo. Se alojó en un barrancón con sus hijos desnuditos, hambrientos y llorosos. Entonces, arremangó el hambre y salió a la calle. Allí se encontró con un guardia que vigilaba el local de una oficina gubernamental. Con él cada noche compartió un poco de café para matar el sueño y mitigar el hambre. Intercambiaron nombres y el lugar de nacimiento resultó ser el mismo, y también mezclaron sudores, bocas con sonrisas y jadeos, y así cada uno descubrió soledades, deseos y sueños.

Los políticos con sus ferias de ilusiones, sacando conejos de las chisteras de la demagogia, enraizaron el corazón de los damnificados con la promesa de un techo para cobijar los largos años de penuria. Con ello Margot guardó la promesa que cada florecía en su sonrisa. Junto al guardia hizo planes y abonaron ilusiones. Alguien les ayudó a rellenar el formulario y depositarlo en cuantas oficinas les dijeron, y aunque recibidos de mala forma por aburridas secretarias, nada les desanimó en su empeño de conseguir una casa. Al llegar el día de las entregas e inauguraciones, ella con sus “mejores galas” y él con su uniforme recién planchado, dentro de un tumulto de afiches y cartelones, la voz del locutor sonó muy fuerte después de la bendición del sacerdote. Hubo discursos recurrentes, y llegó la lista de nombres de propietarios de casas y apartamentos. Ni por equivocación dijeron sus nombres. Ella miró al guardia y sus ojos siempre sonreídos se llenaron de lágrimas. Volvió al barrancón arrastrando frustraciones, confundida entre sudores y cansancio.

Al siguiente año le prometieron otra asignación y su nombre estaba en otros proyectos. Entonces fue de aquí para allá a cuanta entrega sabía que había casas. Recibió insultos, empujones y uno que otro culetazo, pero siguió en su empeño en el que nada tenía que perder, aunque cada noche regresaba con sus pies cansados y el ánimo en el suelo. Hasta que un día se enteró de que no habría más entregas y el gobierno tenía otro destino. Cuando se reunió con su guardia aquella noche y le contó lo que le sucedía, él solo atinó a decir: “Qué destino Margot, tú cuero  y yo guardia.”

Algún día tendrán los políticos que pagar el precio que adeudan a miles de familias desalojadas, a las que se les ha arrebatado parte de sus vidas y el total de sus pobres bienes. Me da pena y coraje ver cómo se desbaratan las casas de gente que vive fuera de la ciudad, que ha hecho sus casitas de palos, con techo de ramas, con suelos de tierra y se las rompen porque dicen que ese lugar pertenece a un fulano. Está bien. Pero ellos dicen haber comprado el espacio y tienen documentos. ¿Y entonces?