Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Lecturas

¿Con qué sueñan las coles de Bruselas?

"Joven, hermoso y felón". Así me definió un día mi tío Nito al verme llegar borracho en un amanecer de domingo, con todas las trazas de quien había sobrevivido un sábado más entre cueros, saltimbanquis y tarambanas. Y tenía razón este hermano pobre, pálido y perennemente mal peinado, recogido por mi padre, quien lo trataba con respeto y devoción a pesar de ser menor que él, y para decirlo piadosamente, un fracasado.

Tío Nito siempre acertaba. Para algo debían de servirle los infinitos libros que leía y que rodeaban, hasta el borde, la camita de soltero a perpetuidad de su cuarto del patio, un espacio reducido y húmedo que era el único que había aceptado en nuestra casa, el mismo donde me atrincheraba cuando niño, disparando mis pistolas de fulminante, contra oleadas de bárbaros soldados mexicanos que intentaban tomar El Álamo. Y no solo leía como un poseso, sin reparar en horas del día o la madrugada, sino que también escribía infinitas páginas, llenando, uno tras otro, decenas de blocs amarillos, de los que se usaban para practicar el método Parker de caligrafía. "Son cosas de Nito, déjenlo en paz -nos advertía mi padre- Siempre fue así".

Pero claro que desobedecíamos y lo espiábamos furtivamente, tanto los niños de la casa como los amigos que iban los sábados a perderse en las selvas de Borneo de nuestro patio de Gazcue, y a pelear junto a Sandokán contra los ingleses. Y tío Nito lo soportaba todo con estoicismo e indiferencia espartana. Solo cerraba las ventanas del cuarto, sumiéndose en una prudente oscuridad y alumbrado por una lámpara de pantalla gris, cuando más sonora era la batalla entre los chaquetas rojas y los Tigres de Mompracen, que, de más está decirlo, yo acaudillaba.

Completamente indiferente ante el qué dirán, vivía rodeado de artefactos y objetos inexplicables, entre ellos un astrolabio, esqueletos de armadillos, pomos de formol con murciélagos, puñales florentinos, pipas de espuma de mar, tinteros decimonónicos, meteoritos recogidos en la Pampa, arcos y flechas de los indios putumayos, obras mayombe y máscaras rituales de los congos, helechos, esponjas y paquetes de té de Ceylan. Se sentaba a leer, vestido con una chilaba turca, un gorro encarnado de Fez, fumando una mezcla de picadura, menta y un trozo de manzana, cuyo humo azuleaba primero las paredes de una juca, cuando no lo hacía acostado. Su mecedora de Virginia estaba situada en el centro de aquel retablo de maravillas, junto a una mesa con cabezas de polichinelas sonrientes y encendedores rústicos, acoplados a casquillos sacados de las trincheras de la batalla del Somne. Y cubriendo todas las paredes, como una serpiente que se muerde la cola, una especie de papiro ilustrado donde se resumían, con ilustraciones, fechas y explicaciones, 6,000 años de historia humana en 23 pies de largo, creación de un yanqui tan loco como él, de nombre Sebastian C. Adams, titulado Mapa Sincrónico de la Historia Universal.

Ese era el paraíso y el último refugio de tío Nito, a quien observábamos por las hendijas, incapaces de entender su rara forma de ser feliz, y mucho menos por qué un erudito desasido del mundo, cuando se creía a solas, con cara triste y ojos empañados, cantaba entre dientes una misma melodía, aquella que decía "... si no me hicieran falta tus besos, me tratarías mejor que a un perro..."

Papá era otra cosa. Ingeniero exitoso y rico, mimado por los funcionarios del Jefe, no solo porque sus obras no delataban el desvío ineludible de fondos, ni la adquisición de materiales de baja estofa, sino porque con él todos, sin falta, ganaban, especialmente ese dúo insaciable de los hermanos Paulino. Sabía vivir y dejaba vivir. No por casualidad se ganaba siempre las licitaciones para pavimentar las interminables carreteras y levantar los puentes por los que transitaba la gloria inmarcesible del Primer Constructor de la República. Un empresario exitoso, para decirlo en pocas palabras, y por tanto trujillista hasta la médula, con dos o tres queridas bien establecidas, casona solariega en Gazcue, hijos estudiando en Estados Unidos, licencia para portar armas y el carro del año en la puerta.

Pero era a la hora de las comidas, especialmente, de los almuerzos dominicales, cuando ambos mundos se acercaban y se tocaban, y hay que decir que lo hacían bastante pacíficamente, a pesar de ser tan opuestos: de un lado, mi padre el sibarita, un bon vivant de vinos franceses, manjares criollos con mucha salsa y sabor, arroces, pescados, carnes y víveres frescos; del otro, un frugal tío Nito, que apenas se servía dos cucharadas de arroz blanco rociadas con limón, un puñado de coles de Bruselas hervidas y un consomé de pollo, bebiendo al final varios vasos de agua al tiempo.

Fue en uno de esos almuerzos, cuando mi padre anunció a la familia, mientras encendía el tabaco y jugaba con la copita de anís de las digestiones, que su hijo preferido, o sea yo, gracias a su derecho de picaporte con el ínclito Jefe, había sido admitido en el servicio exterior de la República, propiciando que el buen nombre de nuestra familia pronto sería pronunciado, con admiración y respeto, ante el concierto de las naciones. "Pero Manolo,-fue el único comentario de tío Nito- ¿tú crees que de este zocotroco puede salir un Talleyrand?"

A diferencia de mi padre y mi madre, yo no me molesté con lo dicho por tío Nito y solté allí mismo la carcajada. Mientras ellos le reclamaban, airados, tachándolo de hombre de poca fe y desinformado, yo me retorcía de la risa sobre mi silla, mientras este se retiraba con los brazos abiertos, como quien ya cumplió un deber, musitando: "Lo dije un día: Manolito solo es, y no pasará de ser, joven, hermoso y felón. Punto"

En realidad, todos queríamos en la casa, con especial dulzura, al loco de tío Nito, como solo se puede amar a un ser especial e inofensivo. Pronto fue olvidado su desplante y le fue perdonado el agravio, aunque yo me pasé semanas riendo a carcajadas, recordando la cara y los gestos con los que intentó explicar a mis padres el tiempo perdido en mi educación, el desperdicio de pagar, a precio de oro, un tutor castizo y grave, siempre con un paraguas negro bajo el brazo, llegado en la oleada de los refugiados republicanos españoles, y más que nada, el sacrificio de asumir mi estancia en los Estados Unidos, de donde regresé graduado, cum laude, en marcas de Borbón, ropa interior de coristas y contorsiones de rock and roll.

Más por las carnales relaciones de mi padre con el Jefe, que por mis conocimientos o voluntad de servicio público, fui asignado a la Cancillería, con el objetivo, se me dijo, de ir preparándome para empeños mayores. Ante mi desinterés y escasos resultados, fui cayendo de una sección y un negociado a otro, hasta recalar en una diminuta oficina, cuya ventana daba a un muro de ladrillos, lo cual, no sé por qué, me hizo recordar el cuchitril de tío Nito. Allí me pasaba el día saliendo a fumar, cabeceando y soñando con las francachelas de fines de semana, antes que atendiendo mis deberes que consistían en estudiar casos sin importancia y que nadie reclamaba, como eran las solicitudes de repatriación de los dominicanos desperdigados por medio mundo. De mi se esperaba, en gesto de infinito optimismo, que estudiase escrupulosamente los expedientes, hiciese las comprobaciones de rigor y concluyese con una propuesta de dictamen que le sería presentada, primero al Canciller, y finalmente al Jefe.

Mi padre, a pesar de molestarse con las críticas de mi tío, sabía bien de qué madera estaba hecho su hijo. Más que nadie, viviendo en las entrañas del Estado, sabía que un irresponsable como yo no tardaría en caer bajo las patas de los caballos, y que de semejante situación el Jefe solo me permitiría partir con los pies por delante, a pesar de la amistad que los unía. Era la ley no escrita e inexorable, por eso en su infinito amor filial, dejando a un lado hasta el sentido común, violando las normas sacrosantas de la maquinaria trujillista, pidió en secreto a tío Nito que se encargase de revisar los expedientes de repatriaciones, que yo llevaría cada día, discretamente, a la casa y decidiese "por el inútil", que era yo. Y así lo hicimos durante años, ganándome el general aplauso, el reconocimiento y las promociones correspondientes "por mi indudable e infalible sentido de la corrección, la oportunidad y el deber".

Gracias al tino y aguzado olfato de mi tío Nito, a su sentido de la humanidad y la decencia, incluso, por su tenaz capacidad de soñar, cientos de dominicanos, tras llevar vidas azarosas por el mundo, y sufrir desastres, guerras, traiciones familiares, abandonos, bancarrotas, olvidos, prisiones, manicomios, equívocos y persecuciones, pudieron volver al país. Claro que aquí los esperaba el Jefe, y no pocos me confesaron que preferían morir al sol que en el frío y la oscuridad de un país extraño. Así volvieron cientos, fracasados, destrozados, amargados, avergonzados, provenientes de Nuevitas, La Habana, Bogotá, Madrid, Barcelona, Berlín, New York, Lisboa, Tánger...

Nunca se supo que quien decidía entre la vida y la muerte de los expatriados desesperados, concediéndoles, al menos, el consuelo de morir entre los suyos, no era el Jefe, sino un hombrecillo melancólico, soñador y mal peinado, también desesperado, enclaustrado en una cuarto de reliquias al que nadie podía firmar la carta que lo autorizaría a regresar a sí mismo, y que en sus horas de fragilidad cantaba la melodía de sus malos amores, mientras suspiraba por llevar, algún día, flores a la tumba de Ana Bolena.

Y aquí estoy, en medio de las ruinas de lo que fue nuestra casa solariega de Gazcue, ante la puerta desvencijada de El Álamo, que parece recién tomado por las horas atacantes. Nada queda de las cabezas de los polichinelas, la juca, ni los huesos de armadillo. "Embajador -me llaman- debemos salir o llegaremos tarde a la recepción".

Es entonces que comprendo que ya no soy hermoso, ni joven, pero sigo siendo inexorablemente felón. Y partimos.