Compartir
Secciones
Podcasts
Última Hora
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Crucigrama
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Versión Impresa
versión impresa
Redes Sociales
Lecturas

Mucha espuma y poco chocolate

Hace unos cuantos meses pasó por mi casa una conocida y entró a saludarme. Estaba regia. Unos zapatos de brillo color rojo, un traje de escote muy amplio, el pelo recogido que le llegaba al cielo, un maquillaje que le hacía parecer una princesa, una hermosa cartera colgada de su hombro y unos dedos todos cubiertos de añillos que parecían millonarios. Y le pregunté: ¿A dónde vas con tanto lujo? Al supermercado, me dijo. Y un trueno me entró por la garganta, tosí, cerré los ojos y me tomé un vaso de agua. No dije nada. Ella se levantó del sillón, dio dos vueltas para que me fijara bien en todo, levantó los brazos para que viera sus pulseras, y se marchó sin decir adiós. ¡Virgen de la Altagracia...! Me quedé mirándola hasta que se montó en su carro que me pareció carísimo y no volví a saber de ella hasta pasado un largo tiempo.

Me llamó hace un largo tiempo para contarme que debía un dineral en su tarjeta de crédito, la cual había conseguido por medio de un ejecutivo con el que tenía una relación sentimental pero que todo había terminado por lo cual él no le pagaba lo que ella “compraba”. Habló hasta decir ya. Me llamó de nuevo y me contó que él tenía dos novias y una esposa con tres hijos. Habló y habló por más de una hora y me contó todos sus pesares. Volvió a llamarme un día después y habló hasta dejarme sorda, y continuó llamándome día tras día para hablarme de todos sus fracasos. Yo cerraba los ojos y no decía “ni esta boca es mía”. Pero el último día ya jarta de sus negatividades, colgué el teléfono y no lo volví a levantar jamás aunque era ella quien llamaba.

En primer lugar, yo creí, al verla tan hermosa, que iría a una recepción de personas importantes o se dirigía a una fiesta de millonarios. Pero... ir a un supermercado con tanto lujo me hacía pensar en los que van allí con ropa descuidada, a veces son chancletas y pantalones cortos. Eso me hizo preguntarme por qué esa, tan solo conocida, que nunca antes había venido a visitarme y jamás me había llamado por teléfono, se apareció en mi casa. De seguro es que ya no tenía a quién contarle sus problemas y sus negatividades y me había escogido como una pendeja que se arrodillaría a escucharla. Ya la he echado a un lado.

Esto es algo que comencé a escribir y estoy repasando. Y aunque tiene realidad, es solo un cuento.

Es que creo que la amistad es algo más sincera, más personal, y que una amiga, además de compartir sus problemas y fracasos, te debe llamar para reír contigo, chismear un poco, verse con frecuencia y tomarse un cafecito. Creo que a una verdadera amiga, al escucharla, puedes ayudarla a buscar una solución, compartir sus tristezas, y hasta guardar silencio mientras ella te cuenta lo que le ha pasado. La amistad, para mí, es lo mejor que hay en la vida, pero que una persona solo te llame para contarte sus negatividades, decirte siempre que está pasando por malos momentos y jamás contarte algo ligero y risueño, es tener una “relación” de mucha espuma y poco chocolate.