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Como flor, otras tantas flores

La conocí en la prisión cuando yo ejercía mi profesión de abogada e iba a visitar a una clienta. Envuelta entre las rejas y con su vida agotada, si es que aquello se le podía llamar vida, me dijo que nació en un campo lejano y siendo adolescente se enamoró de un muchacho que la inició en los ardores de la pasión y ella le entregó su virginidad y su inocencia. Aceptó a hacer de todo y con todos y pues le proporcionaban la comidita que exigía. Uno de sus tantos primos se encargó de llevarla, traerla y entregarla a turistas pervertidos, viejos que solo podían manosearla y amantes de un par de horas y nada más. Me contó que llegó a la Capital de manos de un turista con edad para ser su abuelo, pero que le proporcionaba suficiente dinero para vivir y mandar a sus padres. Aún así, ese viejo fue incapaz de descubrir la ternura que ella llevaba oculta en su corazón.

Hasta que una noche consiguió que ella aceptara hacer un triángulo con otras dos mujeres y para conseguirlo le ofreció el doble del dinero. Ella lo inició pero pasados unos minutos se sintió ofendida, acorralada, ultrajada y se negó a continuar siendo la perdiz de aquellas bocas empantanadas y aquellas manos atrevidas que acariciaban su sexo, y se levantó de aquel “hotel de ventiuna categoría” y huyo sin saber a dónde iba. Pero su alcance la llevó a la cárcel donde el viejo-pervertido dijo que ella le había robado unos cuantos dólares y dio un dinerillo al oficial de turno.

Me fue difícil rescatarle la ilusión, la fe y la esperanza de una nueva vida. La ayudé a salir del agujero. Me dijo que se iba al rancho de sus padres porque presentía que aún le quedaba algo en ese lugar oscuro, seco y sin aliento, donde había nacido y crecido al amparo de los suyos. También me contó que si ese viejo-pervertido en lugar de darle golpes despiadados le hubiera proporcionado seguridad, ella le habría dado fidelidad y un poco de amor. No la he vuelto a ver. No sé si seguirá con su vida despiadada cruzando la calle Duarte y la Mella o si de algo le sirvió ese crudo momento para transformar los años que le quedan por vivir. ¿Estará viva todavía? No lo sé.

Pienso que esas flores usadas con vileza y compradas con asaltos, vendidas y chantajeadas por el “chulo” de turno y luego desechadas como basuras contaminadas, no tiene alternativas. Esta flor, después de tantos años, creo que no tendrá presente que todavía le recuerdo y que deseo que tenga una vida, aunque que sea, un poco feliz. Quizás algún día, cuando vuelva a mi país, me encuentre con ella, yo buscándola entre todas las que pasen por mi lado y ella con la mirada baja. Ojalá le encuentre algún día con una esperanza dibujada en su sonrisa, una fe en ella misma aunque sea pequeña y que vive una vida nueva. Yo continúo con la nostalgia de volver a verla.

Punto y seguido: Muchos creen que la prostitución es un estado de elección muy fácil. Habrá algunas. Pero no todas esas mujeres son malas. Hay de todo en la vida. Sin embargo, el odio y la discriminación son igual a un pecado capital.