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Se suicidó la ideología

Así dice una canción de Joaquín Sabinas: “No había revolución, se acabó la guerra fría, se suicidó la ideología y uno no sabe si llorar…” Pero entre nosotros no se suicidó la ideología, por el contrarío, la han matado tirando al suelo la disciplina, lo que antes se hacía con respeto en las escuelas, entre las parejas, los ciudadanos y la policía, los ejemplos políticos que nos dieron Juan Bosch, Peña Gómez y algunos más que ya no están entre nosotros pero aún viven en nuestros recuerdos y en nuestra alma.

Lo que pasó en un parque de Santiago y en Ortega, de Moca, demuestran, junto a otros tantos capítulos criminales, que la xenofobia mató a palos y colgó a alguien de un árbol como prueba eficiente de que asesinaron la ideología en sus orígenes y sus caracteres y también en la cultura, la religión y los avances políticos. Lo de Ortega, lugar querido y muy visitado por mí desde la infancia, me hizo temblar el corazón. Lo del parque de Santiago, ubicado en una calle por donde cruza todo el mundo y a todas horas, es un golpeo y ensañamiento hasta la muerte de la ideología que nació con el respeto, aún contra personas que no queremos ver, y menos si son inmigrantes sin papeles. Y ahí estuvo el último balazo que le dieron los fiscales perdonando y aplaudiendo, con su decisión, a los asesinos y golpeadores de esas gentes.

Mi país, que tanto quiero y extraño desde esta lejanía, no me ha dejado, como quiero, cerrar los ojos, la boca y los oídos, cada vez que lo visito, ante el asesinato de la ideología. Alguien puede no querer a los emigrantes haitianos sin papeles, como ocurre en USA con los mexicanos que, a pesar de los pesares, continúan cruzando la frontera, pero matarlos, maltratarlos, destruirles sus casas, es lo peor que puede suceder. Hay que tener en cuenta que “hoy por ti y mañana por mí”. Los dominicanos también emigramos por todo el mundo con papeles y sin papeles, en especial hacia NY, y lo peor que hacen muchos, muchísimos, es robar, asesinar, vender drogas, y después de muchos años en la cárcel, son deportados.

Pero lo peor de lo peor, además de lo que hacen algunos compatriotas, es que ni el Presidente Michel Martelly, ni el Embajador Haitiano en República Dominicana, dicen “esta boca es mía”. Los haitianos, en su mayoría, en especial los desamparados, viven en un infierno desde siempre y después del terremoto, hasta lo que estaban bien han caído en un barranco sin salida con el asesinato de sus ideologías. República Dominicana y Haití son dos países unidos por una misma frontera y de culturas diferentes, pero lo poco que queda para ambos es que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Es cierto que los haitianos, hacen cientos de años, nos invadieron, pero los españoles también y no dejaron ni para el recuerdo un solo indígena y los norteamericanos nos han invadido en dos ocasiones y han matado a diestra y siniestra. Para estos estoy escribiendo una novela en la que se ve lo que hicieron y lo que pueden hacer otra y tantas veces. Dios nos ampare.

Denver, Colorado