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Lo que conversaba con varias amigas

Hace unos cuantos días reunidas en una de las inmensas montañas de Denver, un grupo de amigas, ya pasadas del meridiano, ya abuelas, nos reíamos al contar cosas y cositas de los nietos y las hijas. Yo tenía en mi cartera un artículo escrito por Isabel Allende, en el que ella decía algo así: “Madre es una sola, por suerte”. Le toca sacudir la nariz de los hijos, lavarle el culito, lavarle los pañales (algo que ahora no se usa), llevarlos a vacunar, y mientras son pequeños cantarle canciones para dormir a esa criatura minúscula, arrugada, chillona, y a medida que crecen enseñarlos a caminar, cepillarles los dientes, peinarlos, cortarles el pelo, y a su tiempo llevarlos a la escuela, prepararles algo para que disfruten las vacaciones, etc. Y ya cuando llegan a la mayoría de edad estar desveladas hasta que regresan de las fiestas, temblar cuando el hijo y la hija aprenden a manejar, se enamoran, tienes horas y días de exámenes en la universidad.

Una madre es niñera, maestra, chofer, cocinera, médico, policía, confesora, mecánica, y con ella entrega su tiempo sin esperar que se lo agradezcan. Es decir, “son cosas de la edad” cuando la mandan pal’ carajo. Pero, a pesar de los pesares, una madre es una mujer que quiere más que nadie a sus hijos y, aún mayores, los cuida por los siglos de los siglos y llora de emoción porque alguno de ellos se acuerda del Día de las Madres y la visita y le trae un regalito, muchas veces una taza o un par de platos envueltos en papel de celofán. El peor defecto que tienen las madres es que se mueren antes de restribuírles por lo que han hecho. Eso deja a las hijas e hijos desvalidos, culpables e irremediablemente huérfanos. Por suerte la madre es solo una, porque nadie aguantaría el dolor de perderla dos veces.

Como madres, aunque nos causaba dolor, en esa bella montaña nos reímos de los errores de los hijos con nosotras. La vida es así, trae deseos que se logran cumplir cuando alguno de esos “matatanes” nos pide perdón y se lo damos sin ni siquiera pensarlo. Si se divorcian, ahí estamos. Si lo botan del trabajo, le damos lo poco o lo mucho que tenemos. Si se enferman, estamos a su lado todo el día y la noche también. Pero con todo y todo lo que ocurra, esperamos que un día, no muy tarde piensen, entiendan, recapaciten y vuelvan de la mano de Dios a ese lugar, pobre o rico, bonito o descuidado, que tenemos en el corazón.

Y ni qué decir cuando se es abuela. Así somos madres dos veces. Un nieto, una nieta, es un premio que la vida nos da para volver a ser lo que fuimos. Es cierto que con los nietos somos más apoyadoras, ya que para ese tiempo hemos olvidado todo y volvemos a empezar. En esa reunión de mujeres enlomadas nos reírnos de nosotras mismas. Comentar, con ese grupo de amigas, “el instinto maternal”, la finalidad de “preservar la especie” y volver con los nietos a sacudir narices, cantar para que duerman, llevarlos a pasear y apoyarlos por siempre fue una gracia de Dios.