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Francia impugna una década brutalmente

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Francia impugna una década brutalmente
Fotografía de archivo fechada el 2 de septiembre de 2016 que muestra al presidente francés, François Hollande, durante una rueda de prensa en la edición 25 de la reunión franco-germana de Évian en Évian-les Bains, Francia. Hollande anunció el 1 de diciembre de 2016, que no se presentará como candidato a la presidencia en la reelección. (EFE)

PARÍS. En solo dos semanas, Francia ha descabalgado a los estandartes de la derecha y la izquierda en la última década, una impugnación brutal de dos líderes que llegaron al Elíseo como encarnación del cambio y salieron de él convertidos en cadáveres políticos.

Con su renuncia a presentarse a la reelección, el presidente François Hollande se somete de modo voluntario a la pira incendiaria antes de ser sacrificado en vida por los suyos, como le acaba de ocurrir a su predecesor Nicolas Sarkozy.

Consciente de que su destino pasaba por una salida humillante u otra peor, prefirió ahorrarse (y de paso ahorrar a la izquierda) una derrota en las primarias socialistas o, en el mejor de los casos, un cataclismo en la primera vuelta de las presidenciales de 2017.

Si Sarkozy fue calcinado en las urnas de las primarias de su propio partido, Hollande ha optado por el harakiri.

Para buena parte del electorado, uno y otro representan lo que la ultraderechista Marine Le Pen llamó el “UMPS”, al juntar las siglas del partido conservador y del socialista para dar a entender que sus políticas son fundamentalmente las mismas.

Francia ha atravesado una dura década, que comenzó con la crisis financiera en la que Sarkozy prometió “refundar el capitalismo” y termina con la amenaza del yihadismo sobre el país.

Ambos factores, las turbulencias económicas y el terrorismo, han contribuido a desestabilizar en gran medida los quinquenios presidenciales de Sarkozy y Hollande, que no lograron dar la impresión de poder luchar contra las amenazas.

Hasta el círculo más íntimo del actual inquilino del Elíseo le había puesto en alerta sobre el riesgo de disputar la reelección.

Según el diario “Le Parisien”, su expareja y ministra de Ecología, Segolene Royal, le pidió que no participase en las primarias de la izquierda si no estaba seguro de que las iba a ganar. Y no había nada menos seguro que una victoria de Hollande.

En un país acostumbrado a las resurrecciones políticas sería arriesgado enterrar definitivamente a cualquiera de los dos, pero lo cierto es que el rechazo expresado por los franceses tiene que ver tanto con sus políticas como con sus propias personalidades.

Histriónico y propenso a la sobreactuación Sarkozy, tibio y voluble Hollande, ninguno ha conseguido encarnar al hombre fuerte que los franceses anhelan, en la estela del fundador de la V República, el general Charles de Gaulle.

Dice François Fillon, el candidato conservador a las presidenciales y gran favorito en las encuestas, que Francia “nunca ha estado tan a la derecha como ahora”.

A la vista de la enmienda a la totalidad que han sufrido los dos últimos presidentes y, sobre todo, de los posibles contrincantes en la carrera por el Elíseo, no parece muy desencaminado.

La derecha tiene en Fillon a un campeón del liberalismo económico y del conservadurismo moral, que ha hecho campaña con esos valores y que aspira precisamente a eclipsar a la ultraderechista Le Pen gracias a ese discurso.

Los socialistas todavía debaten quién los representará en abril del año que viene, pero ya les ha surgido un aspirante independiente por el flanco diestro, el exministro de Economía Emmanuel Macron, algo poco habitual en la izquierda, donde las alternativas suelen venir más bien desde el radicalismo.

Si a eso se le añade que el sucesor de Hollande será probablemente el primer ministro Manuel Valls, también del ala moderada, la intuición de Fillon cobra fuerza.