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Las FARC se relajan, juegan fútbol al acercarse la paz

Lucen despreocupados, como unos jóvenes apasionados del deporte a los que parecen importarles poco los riesgos a su seguridad

SELVA DEL PUTUMAYO, Colombia. Podría ser un campo de fútbol en cualquier zona rural de Colombia: la tierra aplanada en medio de la selva y porterías en cada extremo hechas con troncos de árboles pintados en rojo, azul y amarillo, los colores de la bandera nacional.

Pero ahí no se juega un partido cualquiera. Los jugadores son miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que lucen despreocupados, como unos jóvenes apasionados del deporte a los que parecen importarles poco los riesgos a su seguridad, algo impensable hace apenas unos meses atrás.

Un equipo de The Associated Press pasó recientemente una semana con miembros del bloque sur de las FARC, una de las unidades más antiguas y beligerantes del grupo guerrillero.

Con un conflicto de medio siglo en Colombia más relajado, y posiblemente la firma de un acuerdo de paz en cuestión de días, miles de rebeldes de las FARC emergen de sus escondites y se preparan para una vida sin armas. Atrás quedaron los días cuanto tenían que cambiar de campamento frecuentemente por miedo a ser sorprendidos mientras dormían con bombas lanzadas desde el aire.

Tras un acuerdo formal de cese al fuego, los cientos de guerrilleros del bloque sur de las FARC han pasado la mayor parte del último año en campamentos acondicionados con refrigeradores, televisión por satélite e incluso acceso regular al internet para los comandantes.

El partido de fútbol es parte de las olimpiadas de las FARC, que coincidieron con los juegos en Río de Janeiro y comenzaron por la mañana con docenas de guerrilleros que llegaban hasta el campamento del frente 49 en botes a motor a través de los ríos del sur de Colombia.

“Este torneo lo organizamos, primero porque hay condiciones favorables para esto; antes la situación militar no lo había permitido”, dijo Pedro Gutiérrez, uno de los líderes del frente 32 de las FARC.

La atmósfera era festiva y recordaba una feria local de antaño. Las guerrilleras, muchas que entraron a las filas del grupo cuando eran adolescentes y conocen casi nada sobre la cultura urbana que las espera en las ciudades colombianas, trenzaron su cabello y se pintaron los labios para la ocasión.

Desde la orilla de un río, una vereda adornada con globos rosas y blancos llevaba hacia un comedor comunicatorio donde aguardaba un caldo caliente.

Los guerrilleros cambiaron sus botas altas de plástico, obligatorias en la selva, por zapatos de fútbol que muchos nunca habían usado. Cada frente tenía dos equipos de cinco personas, uno masculino y otro femenino, y los jugadores llegaron al campo con playeras brillantes con los colores de equipos europeos, como el Milán y el Barcelona, o de la escuadra nacional de Alemania, o el club local Atlético Nacional de Medellín.

Los ganadores del torneo ganarían un balón de fútbol. A excepción de los himnos revolucionarios que sonaban de las bocinas y los fusiles de asalto detrás de las bancas, había poco que recordara a los espectadores los horrores de una guerra que ha dejado 220.000 colombianos muertos y más de cinco millones de desplazados. AP/

Por Fernando Vergara

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