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Punta Cana, República Independiente

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Punta Cana, República Independiente
Hace 30 años fui por primera vez. El viaje se me hizo largo pero rodeado de aventuras. El viejo carro que me transportaba con mi familia se enchivó en la carretera que bordeaba el mar. Recuerdo los cocoteros, el sonido embravecido de unas olas y una luna con visa puertorriqueña que se colaba tímidamente.

Hoy regreso discretamente arrugado, dibujada en el rostro una barba blanca que señala el transcurrir de los años. Atravieso un inmenso cañaveral, sobre unos rieles, un tren cargado de caña esperando ser transportado al ingenio. Algunos turistas montados en jeeps rojos juegan al safari y visitan los bateyes con miedo a contaminarse de la pobreza imperante.

¡Al fin, Punta Cana! Una autopista de primer mundo, el aeropuerto recibiendo más de 50 vuelos diarios. En el aire se mezclan varios idiomas, inglés, francés, alemán. Una terminal con estilo caribeño diseñada por el arquitecto Oscar Imbert, digna de premios. Jardines para niños, techos de cana, tubos al aire, tiendas, un mural impresionante de Thimo Pimentel y una integración a la naturaleza que dan deseos de regresar siempre al trópico.

Frank Rainieri hace de guía turístico y habla con la pasión de quien ha hecho vida de esta empresa.

El orden y la limpieza me impresionan. Damos un paseo por el hotel. El mar con sus tres colores acecha, el sol invadiéndolo todo. Un grupo de niños se sumerge en la piscina mientras sus padres observan felices. Una brisa venida del cielo mueve con ritmo las palmeras.

Este hotel es Tortuga Bay me comunica Frank, –un hotel boutique–. No me atrevo a preguntar los precios. Elegantes cabañas, algunas frente al mar y un aire de "disfrutar la vida" las envuelve. Punta Cana es algo más que un resort. Descubro el pueblo lleno de restaurantes y bares. Una super bolera, apartamentos, tiendas.

El enclave turístico tiene su propia planta, su acueducto, un centro de investigación, una super escuela bilingüe donde cada quien paga acorde a su salario y se mezclan los hijos de dueños y empleados en iguales niveles. Una iglesia, donde cada domingo se ventilan los milagros producto del trabajo.

¿Vienes a almorzar a casa? Me invita el hacedor de milagros

Es domingo. La casa de Frank y Aidée es abierta. Por la puerta en cualquier momento puede aparecer una figura de las que vemos en noticieros y periódicos, Oscar, Misha, Kissinger, Bárbara o Hillary y Bill.

Pido un Bloody Mary al camarero mirando al mar. Tengo una sensación extraña. Si Frank pudo hacer un espacio privilegiado de esta parte de la isla, ¿habrá posibilidades de hacerlo en la isla entera?

Sonrío mientras le confirmo a Ethel Kennedy que verdaderamente este país es un paraíso. Ella promete volver...