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La versión de Serra

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La versión de Serra

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Concertóse el plan, y sin contar con otro auxilio más que con el de la confianza en la buena causa y el valor y decisión que cada cual estaba en el deber de dejar acreditados, se señaló el 27 de Febrero a las 11 de la noche para proclamar el advenimiento de la República Dominicana.

Jamás una noche de los trópicos ha parecido más bella que la que iniciaba una época de esplendor tras de tanto tiempo de calamidades y tristeza.

“Id, hijos míos, nos dijo mi madre a mi hermano y a mí, colocándonos al cuello del uno la estampa de la Virgen, y al del otro la de Jesús. Váis a cumplir, añadió, con el deber sagrado de ofreceros por la salud de vuestra patria: valor y confianza: que la bendición del cielo os acompañe!

El punto de la reunión era la Plaza de la misericordia.

Creíamos que el número de los concurrentes sería mayor, pero desgraciadamente éramos muy pocos.- Comprometida es la situación, dijo Mella, juguemos el todo por el todo; y disparó al aire su trabuco. Marchemos pues!.

Nos dirigimos a la Puerta del Conde, defendida por unos 25 hombres mandados por el Teniente Martín Girón, quien nos entregó el fuerte como lo teníamos convenido. El tiro disparado por Mella nos hizo allegar gente de los que estaban comprometidos, e inmediatamente Manuel Gimenes, Manuel Cabral y D. Tomás Bobadilla y algún otro salieron en reclutamiento por los campos.

Al principio faltaba una organización militar, pero el buen sentido de todos dictaba las más acertadas disposiciones, y se ejecutaban con oportunidad e inteligencia. Se cubrieron todos aquellos puntos más importantes. Pusiéronse en un momento en servicio dos cañones: los demás encontráronse acusando el abandono en que se tenían: ni siquiera se encontró estopa.- Hagamos tacos con escobitas, dijo Ángel Perdomo; y en un momento recogimos alrededor de la muralla todas las que pudimos necesitar. En estos trabajos nos ayudaba la tía de Francisco, la infortunada Trinidad Sánchez, que en sus propias faldas conducía pólvora para las murallas...!

Ocupados en todos estos trabajos estábamos cuando se presentó una ronda de a caballo. Era el hijo del general haitiano Riviere. Al echarle el quién vive? y mandarle el centinela hacer alto! volvió riendas, descargó su pistola sobre la avanzada y partió a escape. Poco después tres tiros de alarma se oyeron en el cuartel, que fueron repetidos por otros tres en nuestro fuerte, en donde sin cesar cada momento acrecía el número de los que venían para responder al santo llamamiento de la Patria.

Era de ver el asombro que causaba la presencia de Sánchez. Con qué alegría lo abrazaban aquellos que le habían tenido por muerto!

El canciller del consulado francés, se presentó oficiosamente en nuestro fuerte. La situación en que se encontraban los del gobierno era sumamente precaria. Podía decirse que el gobierno no había acuartelado la tropa, sino que estaba preso. Los puestos militares, Juina y Santa Cruz, los teníamos interceptados, y los cuerpos de guardia de la ciudad estaban desamparados unos, y otros ocupados por nosotros.

En toda la noche el gobierno no hizo otra cosa sino estarse a la expectativa, mientras que el pueblo se había aglomerado todo en un gran festín nacional: así fue que al mezclarse la luz naciente de la aurora con la no menos espléndida de la luna, que en la noche nos había acompañado, el estampido del canon, el toque alegre de la diana y la voz tumultuosa del himno patriótico que se elevaba melodioso como el de las diversas aves en el campo; esa variedad de sonidos, esa multitud de sensaciones, dieron tal especialidad a aquella mañana, que inútilmente pretenderá representarse toda la poesía del 27 de febrero, aquel que no tuvo la dicha de presenciarlo.

A las 9 se nos apersonó un ayudante del gobernador que acabábamos de conocer, entregando un pliego al jefe del movimiento revolucionario, en que inquiría el motivo de encontrarse el pueblo reunido y el carácter con que lo hacía en aquella actitud.

–Señores, dije, quisiera tener la satisfacción de responder a la pregunta; y sentado en un aparejo, sobre un barril que nos sirvió de escritorio en la pulpería de D. Juan Pina, escribí el primer documento de la República, que constituye el acto de Separación, e inmediatamente sancionado por el pueblo fui acompañado de Tomas Concha, de Jacinto Concha y de Manuel José Machado, a notificar al Corregidor D. Domingo de la Rocha el estado de la rebelión en que el pueblo se había declarado contra el gobierno haitiano, y el establecimiento de la Junta Gubernativa. El Corregidor convocó al representado al gobierno y todas las cosas se llevaron con tal prudencia, interviniendo el cuerpo consular en obsequio de una transacción pacífica y digna, que los haitianos entregaron la ciudad, firmándose capitulaciones honrosas, y salieron del país sin que de una parte ni de otra se oyera una sola expresión inconveniente ni un acto se cometiera impropio de pueblos cultos...

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