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De la interpretación: confesiones de un crítico insipiente (3 de 5)

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De la interpretación: confesiones de un crítico insipiente (3 de 5)

Ya que estamos en vena testimonial, en aras de que las presentes rememoraciones biográficas acerca de los avatares en el ejercicio de mi crítica no sean tachadas de fragmentarias, cojas y parciales y, por supuesto, siempre que el lector no sea de distinta opinión, luce adecuada la coyuntura para registrar sobre este bondadoso papel que ni a las peores necedades niega hospitalidad, aquellas facetas de mi quehacer de discernidor y empedernido aristarco que por no haber experimentado ninguna apreciable modificación en el prolongado lapso de mi desempeño exegético caben ser calificadas, sin que a causa de semejante denominación me halle incurso en despropósito, de constantes heurísticas.

Pues cuando medito sobre dicha cuestión a mis anchuras no puedo, en efecto, sino arribar a la conclusión de que tanto en el remoto período en el que practicaba la crítica a lo Zoilo, como en la fase posterior que se extiende hasta la actualidad, mi labor de apreciador de arte y literatura -también de cine, teatro y música-, respondía a ciertos postulados o, si esa palabra se muestra demasiado pretenciosa, a ciertas certidumbres atinentes a la función, métodos y oficio de la crítica que desde entonces ni un ápice han variado.

¿Cuáles son y en qué estriban las mencionadas constantes?

Haciendo gracia de pormenores anecdóticos a los que por estos renglones han consentido acompañarme, ensayaré condensarlas ordenadamente -siento desvío por la confusión- en los párrafos que siguen: para empezar, desde un inicio se me hizo manifiesto que la crítica -o al menos la modalidad de ésta que despertaba mi entusiasta interés- era de naturaleza didáctica; y que el crítico debía, por consiguiente, poner su conato en enseñar, en guiar al lector o espectador a franquearse su propio sendero en lo concerniente al descubrimiento y cata de los valores estéticos, ideológicos, sociales, históricos, etc., de la específica obra artística sometida a escrutinio.

En segundo lugar, corolario de lo anterior, entendí que habida cuenta de que la crítica no estaba dirigida a un cenáculo restringido de especialistas, a gente erudita y docta en el área de las humanidades, sino a la generalidad de las personas cualquiera fuera su estatus profesional (a condición, naturalmente, de que no les faltase un mínimo de ilustración y de disposición para el aprendizaje), reparé, decía, en que el lenguaje al que el crítico debía ajustar su reflexión convenía esquivara en la medida de lo posible los tecnicismos y se acogiera a un discurrir, si no coloquial, sí, por descontado, claro, inteligible, preciso y, de ser factible, cosa de rehuir monotonía y desabrimiento, levantado y airoso por lo que hace a su dignidad elocutiva.

El principio tercio al que mi crítica buscaba acomodarse era el de la absoluta prioridad de la determinación y tasa de los atributos estéticos de la obra examinada. Lo indiscutiblemente crucial, aquello sobre lo que procedía fijar no de manera exclusiva pero sí preferente la atención del escoliasta a la hora de justipreciar un escrito, un lienzo, una interpretación musical o dramática, era establecer si el autor había tenido éxito en el plano artístico y, de ser así, hasta qué punto había conseguido distinguirse por comparación con las más sobresalientes creaciones contemporáneas y de tiempos pretéritos en el ámbito expresivo en el que desplegaba su labor.

En cuarto lugar, nunca me abandonó la creencia de que la crítica -la buena, por supuesto, aquella cuyas páginas nos convidan a que las releamos una y otra vez- importaba un enfoque que no se limitara a la mera dilucidación sino que exigía también lo que tal vez no sea errado llamar aprehensión creadora. Pues para adentrarse en el escrutinio del arte y la literatura con feliz resultado no bastaba que el crítico hiciese acopio de razones y conocimientos sino que, provisto de tales herramientas, debía él también obligarse a crear. Empero, impónese aquí una urgente precisión: en lo que concierne al género literario de la crítica crear no significa abrir las compuertas a la más desbocada fantasía, no supone inventar, no guarda relación ninguna con el concepto de ficción asumido en el sentido usual de elaboración de historias fabuladas sino, antes bien, con el de hallazgo y descubrimiento. Y parejos hallazgos y descubrimientos tienen mucho que ver con la circunstancia de que en toda crítica, de manera explícita o sobreentendida, vamos a topar con un esencial elemento de subjetiva valoración. Al valorar el intérprete nos está ofreciendo, esté o no consciente de ello, una posibilidad de adentrarnos en la obra analizada desde la perspectiva saturada de afectos y latencias surgidos al filo de su idiosincrásico atisbamiento. Y no hay razón para dudar que en toda manifestación valorativa que implica, más allá de los constructos conceptuales, la plasmación verbal de ciertos acontecimientos anímicos, el "elan" creativo no tiene ni podría tener jamás carácter prescindible, contingente o fortuito.

De lo traído a colación en el párrafo que antecede se desprende -es el quinto principio al que no he dejado de arrimarme- que para llevar a cabo con lucimiento y buena estrella una crítica de objetos primordialmente estéticos, es ya no oportuno sino indispensable que el crítico atesore en la faltriquera tres recaudos de índole espiritual: 1, cultura humanística amplia, bien asimilada que no se contraiga a lo literario y artístico sino que no desdeñe otrosí nutrirse con las enseñanzas de la filosofía, la filología, la lingüística, la historia, etc.; 2, acendrada sensibilidad desbastada en la frecuentación de las supremas creaciones que los maestros de la expresión fecunda y noble nos legaran; 3, competencia discursiva, esto es, talento -como todo talento en buena parte innato- para trasvasar de persuasiva y fascinante guisa a la palabra las percepciones, sentimientos y particular reacción anímica que la obra escudriñada haya hecho aflorar.

Y para cerrar con broche ya que no de oro al menos de latón este incompleto catálogo de los fundamentos que han informado mi concepción de la crítica desde que décadas atrás me impuse el temerario propósito de ejercerla, viene a cuento declarar que nunca he renunciado al planteo que sobre su naturaleza hace Federico C. Sainz de Robles, quien opina es triple su función: explicar, clasificar y juzgar. He aquí un estupendo -ya que no sencillo- programa cuya validez no me luce controvertible, programa al que en mis momentos más afortunados me gustaría pensar, esperando no pecar de soberbio, que he logrado atenerme.

dmaybar@yahoo.com

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