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12 Segundos

Ya que el vuelo partía a las 7:00 mañana, salimos para el aeropuerto antes de las 5:00 de la mañana, en plena oscuridad, el chofer, mi esposa y yo. Se me quedó un bulto, pues tuvimos que volver a la casa. La señora que se quedaba con la casa me estuvo esperando en la puerta de hierro. Me apeé del carro, fui a la puerta, cogí el bulto y volví al carro. Al entrar el bulto, me di cuenta que no estaba solo.

Resulta que una yipeta se había puesto frente a mi carro, bloqueando el camino y dos hombres habían salido de ella, uno con escopeta y el otro con cuchillo. El de la escopeta se mantuvo a una distancia y le escuché sobar su arma. El otro estuvo arriba de mí y colocó el cuchillo entre mis costillas, justamente por encima del corazón. Hasta el día de hoy siento la presión de su punta. El de la escopeta ordenó al cuchillero "¡revísalo!". Cuando extendió la mano hacia mí, zafé un grito sin palabras, un grito visceral, un grito más lleno de desafío e indignación que miedo. El cuchillero vaciló y grité de nuevo, con tantas ganas que duré tres días ronco. El otro dijo "¡Vámonos!" Los dos se fueron corriendo tan rápidamente que uno chocó con la yipeta. Se montaron y el vehículo arrancó. Le dije a la señora de la casa, todavía parada en la puerta de hierro "¡cierra la puerta!", me monté en el carro y nos fuimos. No perdimos el vuelo.

Supe después que el de la escopeta amenazó al chofer y a mi esposa y los dos, más inteligentes que yo, se tiraron debajo del tablero. Cuando grité, mi esposa astutamente alcanzó el guía y tocó la bocina a todo dar. La señora de la casa (según ella misma) "locamente" gritó desde la puerta. El chofer valientemente se apeó del carro, lo vi parado cuando los dos maleantes se retiraron corriendo.

Todo eso pasó en cuestión de 12 segundos, 12 segundos llenos de sensaciones. Sentí el cuchillo pero no lo vi. Escuché la escopeta pero no la vi. Pude oler el hombre porque estuvo a pulgadas de mí pero no lo vi.

Estoy vivo hoy gracias a Dios. Gracias le doy a Dios.

POR QUÉ GRITÉ

La verdad es que no sé. Fue algo instintivo, no pensado. Cualquiera diría que mi vida vale más que los 150 dólares y el pasaporte que tenía encima, y cualquiera tendría la razón. Hace poco oí a uno decir con orgullo que en caso de un atraco, él asumiría una actitud mansa: "Toma mi dinero. Toma mi cartera, mi reloj, mi anillo, las llaves de mi carro. ¿En qué más te puedo servir, señor Ladrón?"

No doy gracias hoy por haber retenido mis valores, sino por haber retenido la vida. Salimos todos ilesos. Gracias a Dios.

Entonces, si estoy de acuerdo más vale perder el dinero que la vida, ¿por qué grité?

Sigamos la lógica de la premisa de la mansedumbre, que debemos complacer al ladrón. Él te amenaza, le das todo, se va con tu dinero, te quedas con tu vida. Una transacción capitalista clásica. Las dos partes salen con lo que más aprecian. El ladrón prospera y se envalentona por la facilidad de su experiencia. Piensa en expandir su operación. Cuando otros se dan cuenta que es tan lucrativa y, sobre todo, tan fácil robar, más y más se dedican a esta "profesión creciente", con un futuro tan brillante. Se aumenta la criminalidad.

Todo el mundo se queja y se asusta de la ola de crimen y violencia. Todo el mundo debe reconocer que asumir la actitud mansa fomenta su crecimiento y te convierte en cómplice.

Si bien es cierto que conservar tu dinero no es motivo suficiente para poner tu vida en peligro, tal vez haya motivos suficientes. Si en vez de robar mi persona, quieren robar mi vehículo, ¿vale la pena resistir? Si quieren entrar en mi casa, ¿vale la pena resistir? Si quieren violar a mi esposa, ¿vale la pena resistir? Si quieren raptar a mis hijos, ¿vale la pena resistir?

Mientras más complacemos a los ladrones, más se atreven. Si no logramos detenerlos ahora, ¿será más fácil después?

Debo decir una y otra vez que no recomiendo a nadie, absolutamente nadie, hacer lo que hice. Gracias a Dios, no eran locos, no eran borrachos o drogadictos fuera de sí, no eran criminales endurecidos, no eran de aquellos que lastiman por placer, perversamente. Tengo que dar gracias a Dios también porque mis ladrones eran, relativamente hablando, de los menos malos.

No pensé en nada de eso antes de gritar, no pensé en nada. Pero sí creo que estamos en una guerra, una guerra para restaurar la decencia, y no hay guerra sin bajas.

POR QUÉ NO ME MATARON

Tampoco sé por qué me dejaron vivo. Tal vez, extrañamente, se asustaron, si no de mí, tal vez de mi ángel guardián. Tal vez fue la primera vez que se toparon con un loco que se niega a entregar todo sin oposición.

Ojalá que sea porque son ladrones pensantes. La calle mía es estrecha. Estuvimos a pocos metros de media docena de casas. Eran las 5:15 de madrugada, casi la hora de levantarse. Esperaban una operación rápida: bloquear el carro, intimidarnos con las armas, quitarme de todo, llevar su botín e irse. En cuestión de segundos. Producto de la bulla repentina de gritos y bocinazos, todo cambia. El riesgo de ser atrapados acaba de aumentarse. Lo normal es entregar todo sin resistencia, que es la decisión más racional de parte de la víctima, al menos a corto plazo. Pero cuando grita, suspender la operación es la decisión racional de parte de los ladrones. Quiero creer que mis ladrones pensaron y si pensaron, pensaron bien.

ROBO 101

Mi esposa, mi chofer y yo íbamos camino al aeropuerto después del atraco, hablando sobre el incidente. Sin duda los ladrones -el cuchillero, Sr. Escopeta y el chofer de la yipeta, tres al menos- tenían que hacer su propia evaluación de lo acontecido, buscando mejorías en su modus operandi, como empresarios de cualquier estirpe. En cien casos, cuando hacen lo que hicieron conmigo, logran sus expectativas. En el caso mío encontraron otra cosa y no lograron nada. Entonces ¿cuál sería su evaluación?

Ojalá se dieran cuenta que cuando la situación cambia, su mejor opción es abandonar el intento e irse. Las ventajas que llevan los ladrones son el elemento de la sorpresa, la relativa soledad del entorno, la superioridad de su equipo (fueron armados, yo no), el terror que instilan y la rapidez de la operación. Cuando se cambia la situación y se elimina una o varias ventajas, entonces la probabilidad del éxito disminuye. Por encima de todo, absolutamente todo, deben evitar ser atrapados. Es mejor abandonar un escenario desfavorable y buscar a uno que les conviene más. Entonces si aparece un carro, o si la víctima está armada, o si ofrece algún tipo de resistencia, déjenlo y busquen una presa más fácil.

DE QUEJAS A SOLUCIONES

A muchos nos gusta quejarnos. Sin excepción, si cuentas tu propia historia de terror, te salen con otra peor. Personalmente no tengo que informarme más que exista una crisis de violencia en nuestra sociedad. Antes lo sabía en teoría, ahora me lo sé en carne propia. Perversamente, es agradable contar y escuchar los relatos. Al final, uno sacude la cabeza sabiamente como si estuviera sopesando las posibles soluciones. ¡Qué va! No hay soluciones fáciles. Lo que hace falta, una tarea bastante difícil por cierto, es iniciar un diálogo hacia soluciones factibles. Lo que hacen falta son estrategias sobre cómo manejar estas situaciones, no solamente para salir del paso sino para contribuir a su reducción.

Por supuesto, sé que gritar es una estrategia peligrosa. Lamentablemente, tuvo éxito. Entonces, la próxima vez -como andan las cosas. bien puede haber una próxima vez- ¿qué hago? Necesito ayuda para reflexionar.