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Ilusiones cognitivas

Los barrios de América Latina han sido inspiración de laureados escritores, que se han servido de las estampas y de los personajes pintorescos de nuestro mulato continente. Hay historias y figuras que parecen sacados de la trama de una de las novelas de Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa.

La Fe, es un barrio capitalino donde la impronta del dictador Rafael Trujillo Molina dejó sus huellas en el Estadio Quisqueya y el hipódromo Perla Antillana, y como sector popular no es la excepción en la recepción de una riqueza anecdótica que merece recordarla.

Desde pequeños, la atención de los mozalbetes que nos apoderábamos de patios y calles para jugar de verdad, sanamente, fue siempre la personalidad y la manera muy particular de actuar de dos vecinos solteros, jugador de caballo uno, mientras el otro fue un empedernido gallero.

Obviamente, eran personalidades distintas; sin embargo, tenían en común dos cosas: la primera es que se convirtieron en una especie de diario en el que llevaban la vida y los milagros de todos los vecinos, especialmente atisbaban las vidas de aquellas mujeres casadas que, al decir de ellos, brincaban la empalizada para materializar infidelidades, al tiempo que se hacían eco de supuestas historias de jovencitas que solían recoger en las puertas de sus casas, hombres encopetados en el confort de un Chevrolet Impala de los setenta.

La segunda coincidencia en el perfil de aquellos solterones era su especialidad en convertir en grande los temas triviales, mientras aquellas tareas gigantescas las reducían a una nuez de Navidad. Si se buscaba reducir un tema de importancia a la mínima expresión, esto es, hacer que una tarea grande resultara un juego de boy scout, había que recurrir a Mon o a Chulimpio.

Para esos años, ninguno de quienes formábamos el grupo de adolescentes teníamos respuestas a la complejidad de la psiquis de aquellos dos elementos, a lo que se sumaba que estábamos muy lejos de las lecturas del padre del psicoanálisis Sigmund Freud y de sus enseñanzas sobre la conducta humana. No teníamos, pues, la más remota idea en buscarle explicaciones a la pregunta de por qué Chulimpio y Mon simplificaban los problemas de envergadura, al tiempo que convertían en complejos los temas menudos, como sucedió con aquella historia sobre la abstinencia de una gallina para poner huevos.

Chulimpio sostenía, a pies juntillas, que la gallina era pisada por el gallo todos los días, sin que tomara el esfuerzo de poner aunque sea un huevo. De ese tema, recuerdo, Chulimpio, el primero de los dos personajes, construyó una historia, que el barrio sabía y repetía hasta convertirla casi en leyenda. La condición estéril de la gallina de convirtió en el problema mayor.

El dueño del gallinero acudió al único veterinario del barrio, cuyas oficinas estaban ubicadas en la calle Euclides Morillo. La versión del facultativo en animales no satisfizo la curiosidad del atormentado criador de aves, que fue a parar con su problema a la casa de Chulimpio, quien ni siquiera sabía, naturalmente, dónde quedaba la Escuela de Veterinaria de la UASD. El propietario de las aves calificaba de ilustrísimos los consejos de Chulimpio, cuando decía: "Ese sí sabe".

Cuarenta años después, encuentro algunas explicaciones racionales, verídicas, cuando exploro las conductas no solo de Mon y Chulimpio, sino la de aquel vecino criador de aves, con el perfil de un perfecto psicópata encubierto, que prefirió llevarse del consejo de un "opinador", que nada sabía de veterinaria, antes que seguir las instrucciones de quien estudió el tema.

A los dos meses justo de seguir los consejos de Chulimpio, el vecino vio cómo una extraña enfermedad atacaba y mataba las gallinas.

Hoy sé que se debe uno prevenir contra el encanto, no solo del psicópata que lleva a la gente a cometer disparates, sino que debemos aprender a reconocer situaciones en las que los errores sean probables, como forma de prevenir tropezones importantes cuando están en juego cosas de primer orden, como representó el gallinero para aquel vecino.

El cerebro, tan complejo y estudiado, tiene su mecánica de operar. Como los vecinos de La Fe, Mon y Chulimpio, expertos en hacer pequeñas las grandes cosas, y grandes las pequeñas cosas, eran dueños absolutos del ocio y de la vida ajena; uno de ellos persuadió al criador de aves para que desoyera al veterinario, mientras el otro, Mon, fue quien convenció a Marcos para que acuchillara hasta la muerte a su mujer "por infiel".

No todas las ilusiones son visuales, hay ilusiones del pensamiento o ilusiones cognitivas. A la edad adulta, identificamos a Mon y a Chulimpio en personajes que en el discurrir de nuestras vidas conocemos, con los que interactuamos, que hacen lo indecible por encontrar, a cada minuto, un criador de aves para fuñirle la vida.

Hay que cuidarse de personas como Chulimpio y Mon, que son los típicos incapaces, mensajeros de falacias, grandes para las cosas pequeñas, pequeños para las cosas grandes.