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Armas y drogas, industias letales

Solo cuando ocurren tragedias como la de la escuela Sandy Hook, en Newtown, Connecticut, donde murieron 27 personas, entre ellas 20 niños a manos de un jovencito armado, es que la opinión pública norteamericana se estremece y coloca en el tapete un tema tan controversial como el control de las armas, cuya solución no está en reducir su posesión en la población civil sino que va más allá, pasando por esa reglamentación.

El meollo de los problemas de la proliferación de armas y la distribución de drogas a escala global ha adquirido mayores dimensiones, de manera que antes que simplificarlos con políticas que solo buscan poner parches, hay que buscar soluciones definitivas.

Los complejos industriales bélico y de las drogas son dos armas letales contra la humanidad, que las naciones con mayor poder en el mundo los estimulan porque esas dos actividades mueven miles de billones de dólares anualmente, que terminan enriqueciendo a unos cuantos mientras nuestras sociedades se sienten indefensas e impotentes con hechos de violencia tan crueles, bochornosos y penosos como este último.

A raíz de la tragedia en la que perecieron 20 niños y siete adultos, la sociedad norteamericana y el resto del mundo quedaron desencajados. Sin embargo, ¿cuántas tragedias similares han ocurrido en Estados Unidos, sin que se tomen los correctivos desde la raíz para evitar estos hechos? Se recuerda que en 2007, en la Universidad de Virginia otro pistolero abrió fuego contra estudiantes matando a 32 e hiriendo a 17 personas, mientras en octubre de 2006, cinco niñas fueron asesinadas en Pennsylvania.

El control de las armas no radica, ni siquiera, en tener mayor fiscalización de las tiendas vendedoras y exigir mayores niveles de responsabilidad a quienes las portan, sino en limitar a los complejos industriales de armas y drogas, que se han convertido en una amenaza debido a su combinación letal de violencia y muerte.

Ciertamente, hay que ponerle control al incremento cada vez mayor de civiles que quieren y poseen armas de fuego. Se calcula que en Estados Unidos 90 millones acumulan cerca de 270 millones de pistolas, escopetas y rifles de asalto, una cifra escandalosa en una sociedad bombardeada minuto a minuto por contenidos violentos de los medios de comunicación. Para asimilar la magnitud de este problema, solo basta citar el dato de la Agencia de Tabaco, Alcohol y Armas de Fuego (conocida por las siglas de ATF) que establece que el 47% de los hogares norteamericanos cuenta con al menos una arma.

No es menos revelador el hecho de que este año que concluye, 16,5 millones de norteamericanos solicitaron permisos para la posesión de armas, de acuerdo con datos suministrados por el Buró Federal de Investigaciones (FBI), lo que demuestra una creciente demanda de la población en adquirir armas de fuego. De 2004 hasta la fecha, 50 millones de ciudadanos de ese país solicitaron permisos de armas. Este empuje belicista en la población tiene su respaldo en el lobby que despliega la Asociación Nacional de Rifles en el Congreso de los Estados Unidos para defender sus intereses.

El tema de las tiendas de armas no es el principal problema de nuestros días. Tiene que ver con asuntos que van más allá.

Desde el año 1947, pasada la Segunda Guerra Mundial que dio origen a varios de los mecanismos multilaterales, los países occidentales con Estados Unidos a la cabeza, declararon la industria bélica fuera de los Acuerdos del Tratado de Aranceles (GATT), que devino en Organización Mundial del Comercio (OMC).

Esa decisión dio libertad económica al complejo industrial bélico, sumado a las ayudas y subsidios que recibe de los gobiernos.

Para tener noción de la dimensión de la industria armamentista a escala planetaria, solo daremos un dato: El 73% de la venta de armas en 2008 lo acapararon Estados Unidos y Europa.

La guerra contra Afganistán e Irak representó una sangría para los bolsillos de los estadounidenses, en contraste con la acumulación de enormes riquezas para las empresas oferentes de servicios e instrumentos bélicos en esos países, donde el Pentágono tiene más de 100 mil contratistas.

Esa industria ha trabado importantes decisiones en Estados Unidos para que en el mundo haya paz porque ésta no es negocio para ellos. El complejo industrial bélico no solo tiene mercado en las guerras, sino que muchas de estas armas fabricadas van a parar a nuestras calles, a manos del crimen organizado.

Un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) establece que 20 mil armas estadounidenses llegaron solo a México, "lo que significa que cruzaron la frontera al menos dos armas por cada uno de los 8,500 comerciantes de armamentos con licencia federal en los estados de California, Texas, Arizona y Nuevo México".

No falto a la verdad cuando afirmo que funcionarios de alta jerarquía norteamericanos han estado involucrados en esas operaciones. Se recuerda que en el 2009, el secretario de Justicia, Eric Holder, fue cuestionado en el Congreso por su manejo del programa "Rápido y Furioso", mediante el cual liberó armamentos que fueron a parar a narcotraficantes mexicanos. Esas armas se usaron para matar a ciudadanos mexicanos, que terminó siendo un negocio de los carteles, como denunció en su momento la cadena Univisión. Ahora, desgraciadamente, la sangre corre también en las calles de Estados Unidos producto de una industria sin control.

No está demás recordar que bajo el gobierno de Ronald Reagan, en 1985, desde México la CIA, la DEA y el Departamento de Estado organizaron el apoyo a los "Contras" que luchaban para derrocar al gobierno de Nicaragua.

Se ha denunciado que los narcotraficantes mexicanos hicieron de intermediarios entre los cárteles de la droga de Medellín que enviaban por avión cargamentos de cocaína a México, que eran cambiados por armas que venían de Estados Unidos y luego enviadas en el mismo avión a la "Contra" nicaragüense. Los narcos mexicanos que quedaban con la droga, la introducían en Estados Unidos para abastecer el consumo estadounidense. Las alegadas relaciones entre la CIA la DEA y el cartel de Medellín quedaron sobre la mesa en las declaraciones de Ernest Jacobsen, agente de la DEA, en la investigación que abrió la Cámara de Representantes de Estados Unidos sobre el escándalo Irán-Contras.

De acuerdo con informaciones de la ONU, entre 2010 y 2011 el número de armas decomisadas por el gobierno mexicano se duplicó, de 21 mil a 40 mil. Entre 2006 y 2011 la cantidad total de armas incautadas en el país se multiplicó por ocho, de manera que la fiebre no está en la sabana.