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Dios tendrá que meter su mano...

Porque los predicadores no tienen fuerza...

Desde los tiempos de los profetas, los predicadores denuncian los males del mundo, de la sociedad, del hombre, y lo hacen en su condición de administradores de la Palabra o enviados de Dios.

No todos llenan su cometido, ni tienen claro su mandato, pues desde la antigüedad se habla de los malos profetas, de los ministros de iglesias que abandonan la senda o no responden a mandato divino.

Que de todo hay en la Viña del Señor, aunque no sea el caso, que sí podría ser la propia Viña, y el Señor quedarse aparte.

¿Cómo anda el mundo, la sociedad y el hombre modernos (para ubicarlos en el tiempo), resulta suficiente el anatema de las iglesias o debieran hacer algo más que aleccionar ocasionalmente?

Los policías tal vez no hacen el trabajo, y tampoco los fiscales, y mucho menos los jueces, pero ¿qué decir de las confesiones cristianas?

Antes el pecado era como la yerba mala que bastaba con arrancarla y echarla al fuego, pero ahora es delito, y crece como árbol robusto que no se tumba con cualquier hachazo.

La verdad que si Dios no mete la mano, y no solo la voz de sus profetas, se perderá todo el viñedo.