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La renuncia

Benedicto XVI da una lección universal de sensatez cuando renuncia por motivos de edad y salud... de energía en suma.

Discutido, muy conservador para el ala progresista de la iglesia católica, totalmente retrógrado para los ex creyentes, admirable pastor para sus fieles... Joseph Ratzinger no ha dejado indiferente a nadie, en un papado que ha transitado por estos complicados años del siglo XXI.

La iglesia católica es lenta en sus cambios. Y la vida va infinitamente más rápida que ella. En ese desfase, el Papa ha entendido que se necesita alguien con vigor físico, no sólo espiritual, para seguir el paso decidido de la Humanidad hacia quién sabe dónde.

Todo ha cambiado y la iglesia católica también lo hará. Si nos ponemos a ver, ¿por qué un Papa puede renunciar a su cargo, un sacerdote colgar los hábitos y casarse, pero un feligrés de a pie no puede rehacer su vida si está atrapado en un mal matrimonio?

No es un asunto menor. No puede seguir abriéndose la brecha entre la cúpula y la base. La iglesia católica tendrá que repensar la indisolubilidad del matrimonio, el celibato de sus sacerdotes, el sacerdocio de las mujeres, su cerrada postura hacia los homosexuales... Es decir, tiene que repensar su relación con su base... que es la Iglesia propiamente dicha.

La iglesia católica crece hoy en Asia y en América Latina. Debe aspirar a ser, pues, como esos continentes: joven, vibrante, mirando al futuro, abierta a las innovaciones, orgullosa de sus raíces. Capaz de reinventarse porque es necesaria.

IAizpun@diariolibre.com