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Importar profesores: ¿Distracción o tema de debate?

A finales del año pasado, el presidente Danilo Medina anunció la posibilidad de contratar profesores extranjeros para formar a los profesores dominicanos en las áreas de Matemática, Ciencias y Lenguaje, como una respuesta a los pobres resultados exhibidos por los estudiantes dominicanos en estos campos en las evaluaciones internacionales. A partir de entonces, muchos sectores han considerado esta fórmula como buena y válida , no sólo para enfrentar las grandes lagunas y deficiencias demostradas por nuestros estudiantes en dichas áreas, sino que algunos llegaron más lejos y la consideran como una buena medida para mejorar la educación dominicana. Nada más alejado de la verdad.

La medida pudiera entenderse como una clara respuesta a la supuesta falta de capacidad de los profesores dominicanos para enseñar eficientemente y lograr mejores resultados en estas áreas fundamentales para la preparación técnica y profesional de los de los estudiantes. Y, por supuesto, esta incapacidad deberá extenderse a los centros oficiales de preparación de profesores, a las diversas universidades que realizan programas de formación de maestros, a los gremios de profesores y principalmente al Ministerio de Educación, organismo rector de la educación dominicana. ¡Ellos sabrán si deben admitir su culpa o enarbolar la defensa de su capacidad y de su deber de formar, profesionalizar y defender a los maestros de la patria!

Pero el problema es mucho más complejo. La situación calamitosa que presenta el sistema educativo dominicano no se reduce solamente al desempeño de los profesores, como tampoco es justo hacerlos responsables del fracaso de la educación dominicana. Y si se desea ponerlos en la lista de los culpables, primero deberán estar otros muchos antes que ellos. La formación de los profesores en las competencias para enseñar a las nuevas generaciones puede considerarse la dimensión más importante para garantizar la calidad de la formación de los estudiantes y esto demanda un cambio de perspectiva en su formación, innovación y puesta al día. Pero los cambios en la formación del profesorado son imposibles sin los cambios en el sistema educativo.

A partir de hechos concretos se puede decir que el sistema educativo dominicano ha colapsado, luce errático, confuso e ineficiente. Según el Indice de Competitividad del Foro Económico Mundial correspondiente al periodo 2011-2012, las notas del país en educación son visiblemente reprobatorias. En cuanto a calidad de la educación la República Dominicana está en la posición 140 y en la 139 en Matemáticas y Ciencias entre los 142 países evaluados. Sólo 6 de todos éstos tienen peor evaluación que nuestro país. Y no sabemos cuál sería el ranking del país si se midieran también las otras áreas académicas. Otros muchos ejemplos reiteran la ineficiencia y la obsolescencia del sistema educativo dominicano.

Conviene destacar que el profesor es tan sólo un elemento en el engranaje educativo, que si bien es cierto tiene una gran responsabilidad en el proceso educativo, no menos cierto es que debe contar con las condiciones y recursos necesarios para hacer su trabajo efectivo y garantizar los mejores resultados. Además del nivel científico y pedagógico del profesor, de su profesionalidad y compromiso, se requiere de aulas de clase adecuadas, bibliotecas, laboratorios, instalaciones sanitarias y deportivas y medios y recursos educativos, además de una buena gerencia. De capital importancia resulta la remuneración de los profesores, que debe ser comparable a la de otros profesionales. El maestro debe recibir un salario que le permita vivir dignamente y que le haga sentir que no es tratado como mano de obra explotada, sino como un profesional cuyo aporte al desarrollo es altamente valorado y reconocido.

El profesor de la escuela pública, y también el de colegios privados carenciados y de zonas marginales, recibe una población estudiantil afectada por los grandes males sociales que padece el país. En un país como el nuestro con cuatro millones pobres, con más de un millón que vive por debajo de la línea de la pobreza crítica, con dos millones de desnutridos, entre ellos miles de niños y niñas, con unos 300 mil niños y niñas dedicados al trabajo infantil, hacen su práctica docente más difícil aunque más meritoria, porque además de enseñar y orientar, deben combatir las deficiencias y penurias que llevan al fracaso escolar de los más vulnerables. Así las cosas, no podrá haber mejora en el sistema educativo hasta que no haya mejora en las condiciones de vida de las familias empobrecidas y se asuman con seriedad las necesidades esenciales no resueltas de los más necesitados. En términos de honestidad política y social, esto reviste más importancia que el simple hecho de importar o no profesores.

El reto que acabamos de enunciar, y a sabiendas de que la calidad del sistema educativo de una nación es uno de los determinantes principales de su éxito en el presente siglo, nos lleva a reflexionar sobre lo referido por Oppenheimer (¡Basta de Historia!, 2011): "hay que poner la educación en el centro de la agenda política de nuestros países… Para tener una buena educación se debe tener un buen gobierno, que no sea corrupto y que destine los impuestos que se recauden a la educación. Si no se tiene un sistema impositivo adecuado o no se tiene un gobierno honesto, es imposible pagarle bien a los maestros y tener un buen régimen educativo".

En este escenario, el anuncio de la posibilidad de importar profesores, más que una solución, puede resultar más bien una distracción. Garantizar la calidad de la educación dominicana y la obligación del gobierno para asumirlo como un deber prioritario, urgente e ineludible, ese debe ser el verdadero tema de debate. ¡Así debemos asumirlo!