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Alejandrina y los sueños truncados

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Alejandrina y los sueños truncados

EL CAJUIL, OVIENDO. Una casita levantada de tablas de palma criolla, techada de hojas de cinc oxidadas por el salitre de la Laguna de Oviedo, sirve de cobijo a una mujer de una ancianidad, escasísima en

estos tiempos. Cuando se cruza el umbral de la pequeña propiedad, cercada de palos secos sostenidos por alambres de púa, el sendero se torna fangoso por el alto registro de lluvias en la zona del Parque Nacional Jaragua.

Los propietarios de la casucha dispusieron de algunos trozos de cemento para hacer más viable caminar hasta el interior de su refugio.

Bordeada por una pequeña calzada que sirviera de ornamento, más que de refuerzos a los pilares que la sostienen, la casa está en actitud de vigilancia de aquel espejo de agua híper salina y de sus 60 especies de aves acuáticas.

En el regazo de aquella vivienda, justo en la puerta de entrada, permanece en una silla azul, tejida en guano donde descansan las enaguas de doña Alejandrina Pérez Moreta, una de las pocas almas femeninas vivientes, que ha visto nacer tres siglos. Su vigilia parece eterna, como permanente es la respiración al yodo que proviene desde aquella laguna. Su longevidad, 117 años, la atribuyen a los genes familiares y a la talosoterapia (uso de agentes marinos para terapia corporal), que cada día recibe por la alta salinidad de la zona.

Alejandrina, aún con fuerzas en su voz- no así su mente-, es una prolífica madre de 12 hijos, ocho de los cuales han muerto. Tres de ellos viven aquí, en El Cajuil, cerca de la matrona, y una cuarta en Santo Domingo.

Sus ojos, vigilantes, desde tempranas horas de la mañana se pierden en la lejanía y, una vez observa llegar gente, la longeva mujer se pone de pies en busca de una conversación con los curiosos que acuden a contemplar la belleza del estanque, para lo cual sirve el Observatorio de las Oficinas del Ministerio de Medio Ambiente.

Desde su habitual asiento, Alejandrina echa un vistazo a su fogón de barro, el que atiza, de vez en cuando, aguardando para coser los alimentos que suelen llegarles a la familia, pero que en muchas ocasiones esa espera se prolonga en el tiempo. La cocina y una pequeña habitación, son los espacios donde Alejandrina pasa los días que le restan por vivir.

Cuando Alejandrina intenta rebasar el límite de la propiedad, sus familiares o vecinos tienen que recogerla del suelo. Ha perdido buena parte del control para andar distancia.

Intentando penetrar en su memoria, para revivir los hechos de su vida pasada, la de sus familiares y los acontecimientos históricos, hace un esfuerzo en vano y no puede dar muchos detalles. Su memoria, sin embargo, guarda con lucidez lo más reciente. En esas conversaciones sobre hechos pretéritos, la memoria de Alejandrina tiene que ser asistida por una de sus hijas o sus biznietos.

Al preguntársele sobre sus hermanos es poco lo que puede recordar.

Sus hijos, toman la palabra para explicar que de cuatro, solo ella y una hermana viven. En su taciturnidad construye historias y planes, mientras sobre su morada pasa en vuelo rasante una bandada de palomas coronitas, una especie que con las garzas reales y azules, las gaviotas y flamencos se disputan el espacio de la Laguna de Oviedo.

A pesar de que en su memoria se tejen planes, Alejandrina ve pasar los días sin propósitos. Duerme teniendo en la cabecera un gigantesco estanque de agua de 24 kilómetros cuadrados, con extensos manglares y 24 cayos en los que se solaza un ejército de flamencos.

Para ella, el mundo se torna igual siempre. Espera que algunos de sus hijos, y en los casos excepcionales los visitantes que acuden a disfrutar de los encantos de la laguna, le puedan regalar algunos pesos. Pero Alejandrina Pérez Moreta no es mujer de extender la mano para mendigar limosnas, pues vive aferrada a una ancianidad prolongada que no pidió y a una pobreza extrema, propia de la zona.

Por el asfalto negro que cruza a pocos metros de su hogar, la modernidad no termina de pasar. Ella no entiende del viejo litigio judicial, que lleva 20 años aprisionando la esperanza, que una vez desencadenaron los planes del desarrollo ecoturísticos en la zona de Pedernales.

Por la puerta de Alejandrina tendrían que pasar los camiones y vehículos con aquellos sueños de un desarrollo relegado en la hermosa provincia de Pedernales. Como ella, son miles los habitantes a los que, en dos décadas, les han robado sus sueños de trabajar. No conocen de los argumentos legales ni conservacionistas. Lo cierto es que Alejandrina es una entre miles de pobladores de esta costa que ve cada día cómo tarda en llegar el alimento al fogón.

Con sus manos delgadas, su rostro cicatrizado de arrugas, de pies sobre sus dos escuálidas piernas, Alejandrina ve esperanza cuando llega el extraño, como si con aquella visita, le cambiara la vida.

Cada ser de esta zona aspira a su progreso económico con preservación del medio ambiente.