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El disfraz

El transporte -de carga, combustible y pasajeros- es un sector clave para la seguridad y la economía de un país.

Aquí está en manos de empresas privadas con privilegios de monopolio que se permiten chantajear al Estado y a la sociedad cada vez que los dueños se aburren. No prestan un servicio público; lo perpetran.

Disfrazados de "sindicalistas" de los años sesenta se permiten todo tipo de maltrato a sus clientes. Infringen las normativas de circulación y atentan contra la libre competencia imponiendo tarifas y tasas.

Pero si lo hacen es porque los gobiernos lo han permitido. De esta connivencia entre políticos y transportistas hay un perdedor: el pueblo.

El transporte público está organizado en base a rutas que son caras, ineficientes, inseguras, contaminantes y lentas. Como empresas, son una anomalía: actúan como un monopolio aparentemente deficitario, y aunque son empresas privadas los contribuyentes pagamos las flotas de vehículos con asombrosa regularidad y contribuimos a pagar su combustible. Y por el mal humor que despliegan, los dueños del negocio deben estar estafando a sus "asociados", los choferes.

¡Hay que insistir! Problemas que entendemos estructurales no son más que una irresponsabilidad de las autoridades. Si se pudo construir el Metro, al precio que se hizo, y por encima de tanta oposición nacional e internacional, se puede acabar con las mafias del transporte.

Distorsionan la economía y entorpecen la vida diaria de una sociedad que ya está aburrida de tanto abuso.

IAizpun@diariolibre.com