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Julia de Burgos: diez acotaciones apologéticas en torno a su poesía (2 de 10)

Sin orden ni concierto, como vayan aflorando a mi espíritu (aun cuando corra el albur de ser a causa de semejante falta de compostura intelectual vilipendiado), acometeré en las reflexiones subsiguientes la empresa asaz comprometida de ponderar, no desde la trinchera en donde lanza su metralla la crítica erudita de toga, birrete y púlpito sino, antes bien, acomodado en el más risueño mirador de lector lúdico al que sólo seduce la belleza de la expresión y la hondura del pensamiento, acometeré, decía, avecindado a ese nada presuntuoso pabellón, la tarea de destacar algunas de las populosas bondades que exornan el discurrir poético de Julia de Burgos.

Me envanezco de haber leído y releído (esto último según Borges es lo más importante) la totalidad o poco menos de los poemas que la alta lírica puertorriqueña alumbrara; me siento por dicho motivo autorizado a estampar sobre esta resignada hoja de papel unas cuantas apostillas de índole evaluativa cuyo peso veritativo, si es que lo tienen, emana del sentimiento de maravilla, de la fascinación con que me gratificara su verso portentoso. Empero, como desconozco por completo lo que los acuciosos hermeneutas han escrito acerca de los cantos arrobadores que de Burgos nos obsequiara (negligencia de la que estoy lejos de enorgullecerme), me asalta la perturbadora sospecha de que las apuntaciones apologéticas que a humo de pajas me he impuesto pergeñar, nada novedoso aporten por lo que toca a la interpretación y encarecimiento de la poesía de Julia, y esté yo como aquel que dice "descubriendo el agua tibia", repitiendo, sin caer en la cuenta de mi escasa originalidad, los dictámenes que la rigurosa raza de los exegetas adictos a las más diversas corrientes heurísticas mucho tiempo atrás han dado al arduo honor de la tipografía…

Sin embargo, para poner las cosas en punto de verdad y siempre que no sea el lector de distinta opinión, me permitiré hacer énfasis en el hecho -idea que tengo por axiomática- de que en materia de estimativa literaria de estética solera, cuando la glosa del escoliasta es fruto de desbastada sensibilidad potenciada por una cultura humanista rica y vasta a la que brinda soporte despierta inteligencia que no desdeña las iluminadoras corazonadas de la intuición; cuando el aquilatamiento de un escrito de linaje artístico (poema, cuento, novela, teatro, etc.) halla sostén en pareja visión idiosincrásica, por más que conceptualmente lo que el avezado catador registra en las páginas sobre las que se ha volcado a resultas del entusiasmo que su belleza suscitara no se diferencie gran cosa de lo que multitud de estudiosos antes que él dijeran, toparemos necesariamente con un acento, con una entonación, con un talante únicos e inimitables porque proceden de lo más genuino y singular del espíritu del enjuiciador; y semejante circunstancia, al forzarnos a contemplar la obra escudriñada a través del cristal de ajena sensibilidad de refinado viso -cuyo empeño está en las antípodas de cierto oficio crítico de estériles precisiones- no puede sino derramar luz -tal es mi más firme convicción- sobre el texto que el exegeta ha hecho objeto de reflexión y encomio.

Y puesto reputo harto razonable la tesis vertida en el párrafo que antecede, aunque ni por semejas posea yo los elevados atributos que distinguen al investigador competente en el género de análisis a que acabo de referirme, hasta donde la medianía de mi ingenio lo consienta, me dispongo en los renglones que siguen a llevar a cabo, como lo hube de prometer, un bosquejo de valoración de la creación poética de Julia de Burgos; emprendimiento al que a partir de este instante me consagraré tratando de no mezclar barzas con capachos y encomendándome, como mandan la sensatez y la cortesía, a la irreprochable tradición de la claridad.

Si de algo estoy muy cierto -argüiría indigente sensibilidad no advertirlo- es que el verso de la encumbrada aeda antillana, en no pocas de sus más afamadas composiciones sorprende por su vigor, por acudir a un ademán rotundo, categórico, incisivo, en el que la pasión y una emotividad a flor de piel caldean la palabra por modo que los vocablos más usuales y encontradizos en los que acostumbra engastar su pensamiento de lírica progenie, se nos presentan de manera intempestiva adoptando un cariz terminante, definitivo, perentorio. Parejo decir enfático -pero jamás hinchado ni aparatoso- lo reputo por una de las notas distintivas de mayor relevancia estilística de la poesía, con frecuencia propensa al dramatismo y al relampaguear de lo patético, de la modesta y admirable hija del barrio de Santa Cruz de Carolina.

Así pues -primera acotación apologética-, abónense las observaciones que preceden a la cuenta de un temperamento literario fogoso, cuya impetuosidad ocurre de ordinario a la frase sentenciosa que tiende a generar clima afectivo de gravedad solemne. No se me oculta que semejante embestida verbal de volcánica teatralidad, con probable verosimilitud no será bien quista de aquellos individuos que por mor de cierta sedicente modernidad transitan la vía de un discurrir poético de jaez intelectual, que hace jactancioso alarde de metafísicas vaharadas o que, -es la otra cara de la moneda- nos atosigan con un lenguaje cuya metafórica exorbitancia de vanguardista filiación me lleva siempre a recordar aquel conocido proverbio humorístico de que "la montaña parió un ratón"… Al fin y a la postre, quienes reaccionan con mohín de disgusto ante los contundentes aldabonazos rítmicos y sonoros de la portalira borinqueña, sobre arrinconarse en una concepción de la poesía que por superficial y estrecha no merece los honores de la refutación, dan prueba de adolecer de esa manía eterna e incorregible de sindicar de gusto rancio lo que no es del gusto suyo.

Aun cuando las aseveraciones que acabamos de traer a colación ameritarían un debate más por lo menudo, con la mira puesta en no incurrir en sospecha de afectada prolijidad, las dejaremos para sosiego del lector en el punto en que han quedado; y cerraré este acápite con el señalamiento -viene como anillo al dedo en este preciso lugar de mi cavilación- de que en pronunciado antagonismo con la poesía de más reciente data, que ni por su laxa estructura gramatical ni por su carencia de armonía sonora se presta a ser leída en alta voz, la de Julia es auténtico canto, no porque acuse la forma de una canción melódica apoyada en notas musicales sino porque posee una innegable vocación de oralidad; porque exhibe un desplante oratorio que de manera natural incita al lector a levantar la voz, cosa de saborear los perfiles impolutos del verso y, de paso, rehabilitando por un parejo el arte injustamente venido a menos y al día casi extinto de la declamación.

dmaybar@yahoo.com

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