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La naturaleza del problema cuasi fiscal (1 de 2)

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La naturaleza del problema cuasi fiscal (1 de 2)

Se ha gastado mucha tinta y recursos para justificar la "solución" que se ha dado al problema de la deuda cuasi fiscal surgida a raíz de la crisis bancaria de 2003: capitalizar al Banco Central con bonos de hacienda pública para que los intereses devengados por esos bonos igualen el costo financiero de los títulos emitidos por el Banco Central. De esa manera, en teoría, el Banco Central dejaría de tener pérdidas anuales. Sanearía sus cuentas. Y el costo sería absorbido por el gobierno central que lo amortizaría en el largo plazo.

Alguien pudiera argumentar que si de todas maneras el gobierno terminaría pagando o asumiendo esa deuda, la solución más sencilla hubiera sido que se hiciera cargo directamente de la misma y liberara al Banco Central de ese enredo.

Pero ocurre que, en ese entonces, se creía que los adquirientes de certificados del Banco Central estarían renuentes a canjear sus valores por títulos de Hacienda Pública, y es probable que para evitar conmociones en el mercado se hubiera preferido armar una estructura financiera triangular en la que se mantuvieran vigentes los pasivos (certificados del Banco Central) al tiempo que la Hacienda Pública cubría el monto de esos intereses con el rendimiento de los títulos de capitalización que emitiría.

Como sucede casi siempre, había premisas implícitas que debían cumplirse. La más importante era que el Banco Central cesara en su emisión neta de nuevos títulos (difícil de llevar a la práctica por razones de necesidad temporal de política monetaria, aunque no imposible ), o que por lo menos la institución monetaria moderara el uso de este mecanismo, lo cual no ha sucedido.

Así, se ha entrado en una carrera en la que no se sabe quién correrá más y con mayor habilidad, si el galgo o el conejo, si los certificados del Banco Central o los bonos de capitalización del gobierno.

En la práctica, que suele burlarse con desparpajo de algunas teorías, el problema no ha sido resuelto e incluso ha dado lugar a que surjan otros de tanta o mayor envergadura que el original.

Y es que por encima de las buenas intenciones están los juegos de poder, los intereses particulares, la debilidad de las instituciones y hasta el famoso velo invisible que determina que no siempre se llegue a comprender lo que en realidad sucede, o a darse cuenta de que lo que ocurre no necesariamente conviene al interés general ni al de la propia administración pública.

Y, ¿qué es, entonces, lo que ha estado pasando?

Ha estado sucediendo que la deuda cuasi fiscal no ha disminuido, sino que ha aumentado sensiblemente, como lo demuestra el monto registrado por el Banco Central en la partida activos frente al gobierno, o sea deuda del gobierno con el Banco Central, que al 31 de junio de 2014 ascendía a RD$411,268 millones, o RD$276,581 millones netos si se descontaran los bonos de capitalización emitidos, comparado con solo RD$3,411 millones en junio de 2004.

En la medida en que esa deuda generada por las pérdidas del Banco Central ha ido aumentando, el gobierno se ha visto obligado a distraer recursos de otras actividades para honrar este servicio y, además, a anotar en su pasivo las obligaciones crecientes, con lo que se afecta la situación fiscal por decisiones no propias de las finanzas públicas sino monetarias.

Algo similar sucede con los títulos que el Banco Central pone, a su vez, en circulación: no han parado de crecer y por tanto su costo financiero no ha dejado de aumentar, a cargo del erario. En efecto, a junio de 2004 el monto de esos títulos ascendía a RD$82,779 millones, que era una cifra más o menos comparable con el monto del rescate bancario que fue la razón de su surgimiento, mientras que a junio de 2014 llegaba a RD$330,988 millones.

De manera que el problema original en vez de haberse resuelto es cada día más grande en su magnitud monetaria y ha pasado a complicar no solo el manejo de las finanzas públicas sino también el desempeño monetario, del sector financiero y, sobre todo, del sector real, que es el que debe motorizar el empleo y la producción.