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Julia de Burgos: diez acotaciones apologéticas en torno a su poesía (8 de 10)

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Julia de Burgos: diez acotaciones apologéticas en torno a su poesía (8 de 10)

Me asiste la certidumbre que una de las razones –y no la de menor monta- a la que debemos abonar el creciente predicamento que en su país como también en el área del Caribe ha ido adquiriendo en años recientes la figura de Julia de Burgos, tiene mucho que ver con la particularidad de que en no escasos de sus más connotados poemas los temas del patriotismo nacionalista, del amor y compasión por el desvalido, el pacifismo, la dignidad de la mujer y la liberación de los prejuicios que amputan el pensamiento y encadenan la voluntad afloran con explosivo ímpetu.

No obstante, (será esta mi sexta glosa apologética) conviene no echar en saco roto la evidencia de que no es por albergar en el verso parejos asuntos -de indudable urgencia y gravedad- que su lirismo nos embruja y se nos impone como uno de los más empinados y sólidos con los que en el rotundo idioma castellano quepa topar… Hasta donde he podido constatar, la cosa es al revés: es su singular cuanto levantada manera de exponer poéticamente dichas cuestiones la que les confiere perentoriedad, acucia y validez. En todo caso, no es por embarcarse en una crítica social, ideológica y política que su voz alcanza cimas de incomparable esplendor; sino que la excelencia de su numen es la que nos conmina a encarecer el contenido de porfiada insumisión de su palabra y a no preterirlo, estemos o no de acuerdo con las ideas, reclamos y exhortaciones a que su elocuente estrofa con vehemencia se entrega. En sus composiciones de corte social, el contenido de rebelión y protesta tiene importancia, considerable importancia, en tanto que elemento motivador, en tanto que vigorosa propensión existencial y desiderátum que da materia, a semejanza de la leña que alimenta la hoguera, al despliegue eruptivo de la corriente expresiva. La vertiente ética y vindicadora de Julia de Burgos pesa y nos conmueve porque ha sido transfigurada en honda, pura y luminosa poesía. Mucha gente antes que ella, junto a ella y después de ella coincidió en la aspiración de ruptura y libertad que irrumpe en los versos de la aeda boricua; sin embargo, ¿quién recuerda los nombres del grueso de los que izaron las mismas banderas por las que Julia en su poesía combatió…? Pocos, porque los afanes de tales individuos en pos del progreso social no tuvieron la fortuna de encarnar en creación de soberbio linaje; el canto de la sencilla hija del barrio de Santa Cruz de Carolina, por el contrario, al ennoblecer la prédica contestataria, arropándola en la armonía del verso, la sembró para siempre en el corazón del que esté dispuesto a abrir las puertas del espíritu al ósculo abrasador de la belleza.

He aquí, empero, que la trova resplandeciente de la poetisa a la que estas flacas apuntaciones consagro, lejos de conformarse con incursionar en el controversial terreno de la arenga social, nos lleva de la mano hacia los parajes que la gran poesía de todas las épocas, con asiduidad que arraiga en la verdad de lo que no se mustia, ha frecuentado hasta el día de hoy y sería inverosímil pensar que no seguirá frecuentándolos en el futuro… Y entre los temas que más felices arpegios arrancan a su lira el del amor (a menudo ensombrecido por el miedo, la angustia y roncas aprensiones ominosas) no podía faltar. Poetisa de la carne, de la vivencia erótica, en sus más ardientes composiciones la libido se torna indomeñable llamarada que, pese a lo explícito de las imágenes en las que vuelca el bramar delicioso de la voluptuosidad, jamás condesciende a lenguaje ingrato de brusco realismo, como ese con el que solemos tropezar actualmente en innumerables escritos que presumen de literarias prendas.

Cerciorémonos de la veracidad de lo que vengo de argüir dando lectura a los trozos poemáticos que a esta hoja de papel de inmediato traspongo. Bajo el encabezamiento de ARMONÍA DE LA PALABRA Y EL INSTINTO, por este modo pulsa sus cuerdas la poetisa: “Todo fue maravillas de armonías/en el gesto musical que se nos daba/entre impulsos celestes y telúricos/desde el fondo de amor de nuestras almas.//Hasta el aire espigose en levedades/cuando caí rendida a tu mirada;/y una palabra, aún virgen en mi vida,/me golpeó el corazón, y se hizo llama/en el río de emoción que recibía,/y en la flor de ilusión que te entregaba.”

Y en el poema intitulado CANCIÓN DESNUDA, cuyas son las estrofas que copio a continuación, expresa Julia su satisfecho y jubiloso erotismo acudiendo a estas palabras: “Despierta de caricias,/aún siento por mi cuerpo corriéndome tu abrazo./Estremecida y tenue sigo andando en tu imagen./¡Fue tan hondo de instintos mi sencillo reclamo!”

Pero acaso la pasión sensual cruda, avasalladora, aun cuando siempre límpida, exhiba su más elocuente indumentaria verbal en el memorable canto EL RIVAL DE MI RÍO, del que distraigo los siguientes versos de exultante lirismo: “¡Río Grande de Loíza… Alárgate en su vida./¡Río Grande de Loíza!... Alárgate en su espíritu,/a ver si te descubres en la flor de su alma,/o en el sol de sus ojos te contemplas tú mismo.//Él tiene en sus caricias el gesto de tu abrazo,/y en sus palabras cuelgan rumores parecidos/al lenguaje que llevas en tu boca de agua/desde el más quieto charco al más agreste risco// (…) ¡Quién sabe si al vestirme con mi traje de carne,/y al sentirte enroscado en mi anhelo más íntimo,/surgiste a mi presencia en el río de sus ojos,/para entregarte, humano, y sentirte más mío!”

Se consumó la fusión del amado y el río… dificulto que en el idioma exaltado del apasionado sentir erótico podamos encontrar un discurrir poético que, de la guisa en que ha quedado cabalmente demostrado en las estrofas ejemplares que acabo de reproducir, aúnan al anhelante jadeo del instinto -de cuyos hontanares brota la palabra de Julia-, el esmero y refinamiento para engastar la emoción y las ideas en un decir de fulminante eficacia, envidiable transparencia y suprema dignidad.

Y pues el precedente comentario tiene viso de ser la séptima acotación de las diez a que me he obligado, si el lector lo tiene a bien, abrámosle la puerta a la octava…

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