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Cambios de moneda

Algunos cambios pueden ser traumáticos y complicados. Cosas como cambiar de escuela o trabajo, mudarse o acostumbrarse a un nuevo jefe, por no hablar de asuntos como divorciarse o adaptarse a una limitación física, implican desafíos no siempre fáciles de superar.

En el ámbito macroeconómico, uno de los cambios más complejos es sustituir una moneda por otra. No nos referimos a los reemplazos de moneda por parte del mismo banco central, como han hecho en ocasiones Brasil, Argentina y otras naciones, para quitar ceros a los precios y enviar el mensaje de que en lo adelante la inflación estará bajo control.

Fuera de ser un buen negocio para las compañías que acuñan monedas e imprimen billetes, esos cambios sólo envuelven la logística del canje y la actualización de precios y bases informáticas.

Hay casos intermedios en que el emisor no es el mismo, pero existe un compromiso de canje. Sucedió así con los países que ingresaron a la eurozona, habiéndose establecido un valor en euros de la moneda local que dejó de usarse.

El banco central de cada país siguió operando, pero la decisión de emisión pasó a ser colectiva bajo el control del Banco Central Europeo. En el caso de Crimea, hubo un cambio de país, y Rusia le dio los rublos para sustituir la moneda de Ucrania.

Más difíciles son los casos en que un país adopta la moneda de otro sin tener injerencia sobre el emisor de la nueva moneda ni poder influir sobre sus decisiones. Ésa fue, por ejemplo, la situación de Ecuador, cuando dejó su moneda para salir de la inestabilidad económica, y puso el dólar a circular.

Pero más complejo todavía es partir de cero, y crear una moneda propia nueva, como podría tener que hacer Escocia si opta por la independencia. Tendría que crear un organismo emisor, fijar un valor inicial de conversión, y ganar la confianza interna y externa. Y debería hacerlo desde el principio, pues un mal comienzo podría ser irreversible.

gvolmar@diariolibre.com