Genialidad o incompetencia

Para sus adversarios, la actuación del primer ministro inglés David Cameron respecto de la independencia de Escocia fue deplorable. Autorizó el referéndum pudiendo haberse opuesto a él, como ha hecho el gobierno español en relación con Cataluña. Dejó que una simple mayoría de los que acudieran a votar pudiera ser suficiente para aprobar la separación, cuando pudo haber exigido un porcentaje mayor o haber vinculado la decisión con el número total de votantes inscritos. Pasó por alto que su propia impopularidad y la de su partido en Escocia motivaría votos por la independencia como expresión de oposición al gobierno. Y mantuvo luego una actitud intimidante, remota, que irritó a los escoceses.

Para quienes le apoyan, por el contrario, Cameron demostró ser un excelente negociador, un sagaz jugador de póquer. Rechazó la propuesta que le hicieron los escoceses de una elección con tres opciones: todo igual sin cambio, independencia o una mayor autonomía, y requirió que fueran sólo dos, el sí o el no a la independencia. Sabía, dicen esos partidarios, que con tres opciones a elegir los votos se repartirían entre la independencia y la mayor autonomía, pues esta última desplazaría a la del statu quo, haciendo que los separatistas pudieran proclamar su triunfo como quiera, sea vía la independencia o vía la autonomía.

Otros observadores le dan una calificación intermedia. Admiten su oposición a las tres alternativas, pero aducen que subestimó los riesgos de la jugada, dejó el terreno electoral a los independentistas, y tuvo al final que prometer la mayor autonomía que se había negado a aceptar como opción.

Los resultados tienden a validar las decisiones y la victoria del no favorece a Cameron, quien logró también reducir el impacto de sus ofertas de autonomía extendiéndolas a las demás regiones del país. Pero el partido no ha concluido, queda por ver cuáles serán las próximas jugadas.

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