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¿Juramento hipocrático o hipócrita?

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¿Juramento hipocrático o hipócrita?

Un buen día de finales del mes pasado acudí donde mi cardiólogo para un rutinario examen que determinara cómo estaban mis signos cardíacos. Lo menos que pasaba por mi imaginación fue de que aquel “chequeo” terminaría con una mala noticia.

“Paciente de alto riesgo de accidente cardiovascular”; ese fue el diagnóstico que hasta ese momento no tenía ni la más remota idea de que este mortal podía ser sorprendido de un derrame o infarto y, con menos suerte, firmar con los Carmelitas.

Después de tantos años en manos de un cardiólogo, mi confianza estaba depositada en él, de manera que lo visité raudo a someterme a un escore de calcio, más conocido entre los facultativos como Tomografía Axial computarizada (TAC).

Con esta exploración, numerosos haces de rayos X y un conjunto de detectores electrónicos rotan alrededor del paciente estudiado, midiendo la cantidad de radiación que se absorbe.

El explorador tomó una serie de imágenes y entonces la mesa se movió (exploración axial). En cinco minutos, mi cuerpo pasó, de manera que el haz de rayos X siguió una trayectoria en forma de espiral. El programa especial informático procesó el gran volumen de datos tomado de mi cuerpo para crear imágenes “transversales y bidimensionales”, que luego aparecieron en un monitor.

-Estamos listos-, me dijo un joven muy cordial y experimentado. –Venga a buscar los resultados el lunes a las siete de la mañana-, me indicó.

Ya ese lunes de entrega de los resultados, en horas de la tarde, estaba delante de mi cardiólogo para que me los tradujera a un lenguaje que pudiera saber cómo estaba mi salud, pues desde hace 15 años soy paciente hipertenso. Ese estudio buscaba cuantificar la calcificación coronaria, es decir saber el nivel de calcificación que se ha formado en el tiempo en venas y arterias.

Después de 10 interminables minutos de suspenso leyendo lo que la máquina había captado, el cardiólogo habló:

-Rafael, tienes que hacerte un cateterismo-, me dijo.

Pensé, me estoy muriendo y no lo sé.

Me refirió a donde un famoso médico amigo de él para que confirmara que tenía que someterme al procedimiento, que consiste en pasar una sonda delgada y flexible (catéter) hasta el lado derecho o izquierdo del corazón. El catéter casi siempre se introduce desde la ingle o el brazo. Aunque es un método que se hace todos los días en el país y el mundo, no deja de tener sus riesgos porque es invasivo. Lo más duro de aquello fue cuando terminada la verificación del score de calcio (TAC), el especialista a donde me refirió el cardiólogo informó que tenía razón la primera opinión, que había que hacerme un cateterismo.

Lo que me tuvo al matar del corazón no fue la confirmación de la desafortunada noticia. Luego que el médico terminó de echarme semejante diagnóstico en los pies, pasó una joven asistente y me dijo sin inmutarse que el costo de ese procedimiento era de 250 mil pesos, que había que pagar en efectivo y no se aceptaban seguros.

Todos los síntomas de la ansiedad se volvieron contra mi. Llamé a un amigo asegurador para que me orientara.

-Pero, ¿cómo va a ser que te indicaron un cateterismo, un hombre como tú que tiene una vida sana y haces ejercicio? Te voy a hacer una cita con mi cardiólogo, Víctor Atallah Lajam, para que tengas una segunda opinión.

¡Vaya mi primera sorpresa!

Vistos los exámenes previos que llevé, el doctor Atallah Lajam me dijo que no indicaba un cateterismo sin hacer una prueba de esfuerzo nuclear a la que tenía que ser sometido. Me hice ese examen, pero resultó que no tenía que realizarme ningún cateterismo, una prueba invasiva, pero mi mayor felicidad fue que no tenía que pagar 250 mil maracas. En la prueba de esfuerzo nuclear invertí no más de 20 mil pesos. La conclusión fue: “no hay evidencias de defectos de perfusión significativos. No hay evidencias de infarto o isquemia significativos. Leve atenuación diafragmática”.

Toda esta historia viene a cuento porque coincide con el alboroto surgido en el hospital infantil Robert Reíd Cabral, donde la semana antepasada murieron 11 niños, lo que puso al descubierto las grandes debilidades del sistema de salud de la República Dominicana.

Sin entrar en detalles de quién o quienes son los responsables de la muerte de los niños en ese centro de salud, lo cierto es que en todo el sistema hay un problema humano que los gobiernos no han tenido el valor de afrontar.

Ciertamente que hay muchos médicos honorables, capaces y que cumplen al pie de la letra con el juramento hipocrático, sin embargo cada día está más presente en los hospitales públicos y centros privados la falta de humanidad de muchos médicos, que llegan al extremo de indicar procedimientos a pacientes sin necesidad, con el agravante de que la gente de escasos recursos no tiene capacidad para discernir, ni la posibilidad de tener una segunda opinión como hube de hacer, para fortuna mía y de mi familia.

Es penoso, como dijera el editorialista de este diario, que un gremio médico diga que no acepta sanciones, antes que dejar que se haga una investigación que determine responsabilidades. También es cierto que muchos de nuestros centros carecen de las más elementales condiciones para tratar a un enfermo, pero es verdad también que las medicinas en los hospitales no se las roban los pacientes. Hay que revisar el sistema de salud de arriba abajo, y deponer todas las actitudes si queremos un mejor país, pues hay que borrar del imaginario público aquel refrán que reza: “entre bomberos no se pisan la manguera”.