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El derecho a tener voz y voto

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El derecho a tener voz y voto

Tener voz y voto. En el marco de la ciudadanía plena y de una democracia fortalecida lo uno es tan importante como lo otro. Pese a esto, los políticos se interesan más por obtener los votos de los ciudadanos que por escuchar sus voces, y mucho menos tomarlas en cuenta en la toma de decisiones que importan y afectan a los mismos. En el país, lejos todavía de las campaña electoral del 2016, son muchos los políticos que través de diferentes medios quieren posicionarse como los merecedores idóneos de los votos de los ciudadanos. Más allá de los rostros sonrientes que exhiben en las vallas publicitarias en las que se presentan como productos atractivos, habremos de cuestionar sus discursos, su trayectoria, su cercanía al pueblo, su capacidad de compromiso y sus virtudes públicas. ¡Debemos someterlos a debate!

Pero ahora más que nunca, cuando los problemas del país requieren otras opiniones más allá de las del gobierno y de las elites políticas, el voto deberá ser consciente y reflexionado y ello hace retomar la importancia de “tener voz” en los procesos electivos y en la toma de decisiones públicas, lo que su vez remite a las ideas de “participación” y “deliberación” y a la necesidad de liberarnos de las patologías del “representacionismo”, que condena al ciudadano a ser votante en todos los ámbitos, y al Estado, a ser un Estado “electorero”, olvidando que sólo la participación y la deliberación hacen una democracia fuerte.

La defensa del derecho “tener voz” –además de derecho al voto– nos sitúa en escenario de la democracia deliberativa, asumida como “un conjunto de opiniones según las cuales la deliberación pública de los ciudadanos libres e iguales constituye el centro de la toma de decisiones políticas legítimas”. La democracia deliberativa considera además que la legitimidad política no se basa únicamente en las urnas o la regla de la mayoría, sino principalmente en dar razones, explicaciones y motivos mediante un proceso de deliberación a posiciones que puedan soportar la seguridad y el escrutinio público.

La noción de deliberación está íntimamente ligada a los nuevos movimientos sociales, desde los cuales se trasladó a la discusión política, ya que la idea de deliberación supone una opinión pública informada, reflexiva y sometida a prueba a través de la discusión. Una opinión de que “al darle voz a nuevos conflictos sociales tiene la oportunidad de poner en la agenda política el calendario de la transformación social”, en calidad de comunidades reflexivas, que piensan y declaran sobre lo que les sucede.

Las élites que dominan la política en nuestro país se muestran cada vez más alejadas de los procesos y problemáticas generales del debate político auténtico. La exigencia de diálogo, debate y discusión acerca de sus mensajes y discursos dará lugar a más racionalidad y compromiso y a menos demagogia. ¡Nos dirán que sí hay debate, que los candidatos discuten sus ideas con el pueblo! Pero no sucede así. Sus debates no pasan de ser diálogos de sordos, en donde el bullicio carnavalesco esconde las verdades y celebra las simulaciones.

Si los mensajes de los políticos son sometidos a la discusión y deliberación popular, éstos deberán cuidará sus “mensajes”, ya que “todo lo que digan podrá ser usado en contra”. Ya no se tratará de venderse como el mejor, ni de hacer alardes de virtudes y cualidades que no se poseen. Todo será sometido a escrutinio antes de votar. Si la discusión se efectúa con la debida amplitud, con rigor y consistencia, muchos políticos se quedarán con sus fiestas vacías. Y cuando traten de salir a comprar voluntades, podrán llevarse la gran sorpresa de que los antiguos “compradores” aprendieron a decir no a la manipulación y sí al decoro.

Es necesario que los procesos deliberativos deban encontrar su soporte en programas de educación cívica y foros discursivos para ayudar a mejorar la calidad de la ciudadanía. Debe generarse una cultura pública que respalde las preferencias políticas reflexionadas, que desarrolle el “uso público de la razón” y la búsqueda de motivos públicamente justificables para la decisión de voto.

¿Dónde deberán, entonces, celebrarse las deliberaciones en una cultura pública destinada a transformar las preferencias políticas de los ciudadanos? En foros comunitarios, mediante encuestas deliberativas realizadas por la sociedad civil, en redes virtuales, en asociaciones privadas o voluntarias, en las escuelas y universidades, en los gremios profesionales, en los sindicatos y agrupaciones de campesinos, empresarios, grupos ecologistas, colectivos femeninos y juveniles, entre los miembros de la base de los partidos políticos, en los grupos religiosos, en el seno de la familia, en los ayuntamientos, en vistas públicas en las cámaras legislativas, en asambleas populares y de juntas de vecinos, y finalmente en la esfera de los grupos oprimidos y excluidos de la sociedad. ¡Y ojalá que a través de los medios de comunicación!

Tener voz, es no permitir que otro hable por ti. Tener voto es decir “yo decido”, “yo pienso”. Yo ejerzo mi derecho a votar “conscientemente”, libre de coerción, de manipulación o pactos amañados. La democracia deliberativa es posible, complementa y vigoriza la democracia representativa; se basa en la justificación política seria; avanza mediante la deliberación libre entre ciudadanos iguales. Es posible “pensar juntos” y buscar pruebas y evidencias para la elección de la mejores personas y para no tomar en cuenta a las peores. Y esto es posible. ¡Soy de los que creen que el pueblo piensa!