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De Lilís a Trujillo, y ahora a Danilo

El libro De Lilís a Trujillo, cuyo autor es Luis E. Mejía, es un relato detallado de la historia del pueblo dominicano transcurrida desde 1900 a 1930.

En 1925, el Presidente Horacio Vásquez formó una comisión encargada de realizar un estudio de campo para llevar a cabo un plan de colonización en la frontera mediante asentamientos humanos, y frenar así la penetración de haitianos.

Dice Luis E. Mejía, en su libro, que "formé parte de la Comisión encargada de la colonización de las regiones fronterizas. Con el Dr. Juan B. Pérez, el senador doctor Alejandro Cabral, los ingenieros Octavio Acevedo y Balzaroti, el doctor Canela y Lorenzo Despradel, recorrí, a lomo de mulos, de abril a mayo de 1925 la frontera con Haití, desde la Bahía de Manzanillo , en el norte, hasta la ensenada de Pedernales, en el sur. Atravesamos cordilleras y ríos, por regiones casi salvajes, de espléndida naturaleza tropical."

Es de notar que el autor del libro describe la existencia en la zona fronteriza, en 1925, de regiones de "espléndida naturaleza tropical", lo que ya en nuestros días ha prácticamente desaparecido.

Luis E. Mejía continúa diciendo que "me alarmó la pacífica invasión haitiana que iba borrando las huellas de nuestra nacionalidad. En Capotillo, entre treinta niños inscritos en la escuela, veinte y seis se expresaban en patois. En Restauración, más de la mitad de la población era haitiana. Lo mismo sucedía en casi todos los lugares visitados."

Al lector de seguro no se le escapa la relación que existe entre el desmonte de los bosques de la zona fronteriza que ha tenido lugar y la penetración poblacional de los haitianos hacia esa franja y el interior de la República.

Como consecuencia del trabajo de la comisión, y la decisión del Presidente Vásquez de buscar solución a un problema tan agudo, se fundaron diversas colonias en la frontera. El autor lo narra así: "escogimos los lugares apropiados para ubicar las colonias, después de estudiar su suelo, sus medios de vida, sus condiciones sanitarias y la forma de darle salida a sus productos. Rendimos un circunstanciado informe de nuestra labor, que leí al Presidente Vásquez, para convencerlo de llevarlo a la práctica. Se puso en ejecución y fundáronse algunas colonias, hoy de vida próspera."

¡Que pena que ese proyecto no se hubiera continuado hasta nuestros días!

En 1929 el Presidente Vásquez y el Presidente Bornó firmaron un tratado de delimitación de la línea fronteriza, para lo cual hubo que sacrificar territorio nacional y entregarlo a Haití en busca de frenar la penetración haitiana en tierras dominicanas.

Luis E. Mejía lo narra de esta manera: "desde la independencia había quedado en poder de los haitianos el triángulo que en la parte central de la frontera formaba nuestro territorio dentro del de ellos, donde se hallan enclavadas las poblaciones de Hincha, Las Caobas, San Miguel de la Atalaya y San Rafael de la Angostura, cuyos habitantes, cerca de medio millón, son de raza negra y hablan patois. Después de laboriosas negociaciones se firmó en Santo Domingo el 21 de enero de 1929, un tratado de límites. Túvose principalmente en cuenta el statu quo existente en 1874."

El autor agrega que: "aunque hubimos de reconocer los hechos consumados era preferible perder un territorio, nunca ocupado por nosotros, después de la independencia, a anexarnos una población no asimilable, nacida en aquella región."

A Luis E. Mejía se le olvidó de decir que si en esos poblados la población era haitiana, se debía a que los dominicanos fueron expulsados por las armas y luego de la independencia los vecinos se negaron a devolver esas tierras.

El comportamiento dominicano, generación tras generación, con respecto a Haití y sus ocupaciones de tierra dominicana, se concentra en dejar que las cosas sucedan sin remediarlas a tiempo y luego considerar que a los hechos consumados hay que darles confirmación legal.

No es de extrañar que con el tiempo a la ocupación de tierras haya seguido la expoliación de nuestros bosques, y finalmente, la etapa última en que nos encontramos, la invasión poblacional masiva.

Tampoco es de extrañar que nuestra permisividad haya sido utilizada para exigir el otorgamiento de la nacionalidad dominicana a quienes nos han invadido, si bien es cierto que ese flujo inmigratorio fue estimulado primariamente por el interés de empresas privadas y particulares dominicanos en aprovechar al principio la ventaja comparativa de mano de obra más barata, para lo cual se contaba con la indolencia de un Estado que se convirtió también en empleador masivo de esa mano de obra, actuando, ¡oh paradoja!, en contra de los intereses de la población dominicana.

Y, ¿ahora qué hacer? ¿Habrá de seguirse el patrón tradicional de aceptar los hechos consumados o surgirá una reacción vigorosa para recuperar lo que pasivamente se ha concedido? Lo primero conduce a la fusión de los dos estados y de la nacionalidad; lo segundo a mantener el perfil propio de la dominicanidad.

Ahora es tiempo de Danilo. La historia lo juzgará: encumbrándolo si acierta en reforzar el perfil de la dominicanidad; denigrándolo si falla. La política migratoria, con músculo, debe correr pareja con una política exterior orientada a la defensa inteligente, explícita y firme de los intereses nacionales. No caben términos medios, ni indecisiones. El tiempo dará la respuesta.