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Banco Peravia

La intervención del Banco Peravia, probablemente luego de un proceso infructuoso para evitar su desplome, nos sirve para recordar que la quiebra de instituciones financieras no es cosa del pasado, a pesar de las auditorías externas, las inspecciones de la Superintendencia de Bancos, los requisitos de capital mínimo, las normas de calificación de activos, el encaje legal, los requerimientos de provisiones, las prácticas de buen gobierno corporativo, la cuantificación de riesgos consolidados, la identificación de intereses vinculados y demás requisitos y políticas a que están sometidas.

Corresponde a las autoridades establecer si hechos delictivos estuvieron involucrados, pero lo más importante ahora es evitar que depositantes y acreedores legítimos de la entidad sufran pérdidas.

Existe un límite superior de medio millón de pesos por depositante cubierto por el fondo de garantía constituido para esos fines, monto inferior en valor real al que otrora estaba asegurado en las asociaciones de ahorros y préstamos. Los depósitos que superan ese monto estarán sujetos a la valoración y liquidación de los activos del banco.

Los depositantes de los bancos han sido ya suficientemente penalizados. Durante años atrás tuvieron que aceptar tasas negativas de interés, inferiores a la tasa de inflación. Reciben mucho menos que los inversionistas en bonos del Estado y títulos del Banco Central.

Y encima de todo eso tienen que pagar un impuesto sobre los intereses que reciben, suma que sólo pueden recuperar si presentan una declaración individual a la DGII.

Afortunadamente para el país, el Banco Peravia era pequeño, y su colapso no será causa de una crisis sistémica.

Ese hecho favorable, sin embargo, no alivia la ansiedad de los depositantes mayores, quienes confiaron en una institución regulada, de cuya solvencia ellos no tenían por qué dudar, y pueden tener allí el fruto de largos años de trabajo honesto.

gvolmar@diariolibre.com
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