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La síntesis: Visión de Estado

La civilización occidental se fue escindiendo y polarizado en dos modos de pensamiento o jerarquía de valores que fueron perdiendo toda posibilidad de comunicación entre sí. Por un lado está lo que se ha llamado la tradición “literaria” que comprende las artes, la religión, la imaginación y todo cuanto sumerge sus raíces en lo irracional, y, por otro, la mentalidad que corresponde a la ciencia convencional y la metodología científica.

La primera abrió camino al humanismo en nuestra civilización, la segunda creo sistemas de pensamiento lógico que abrieron paso a las especialidades.

Esa división se manifiesta en la forma en que interpretamos y vivimos la realidad. Trae consigo su propia escala de valores. Y cuando se trata de personas que han pasado de la esfera privada a la esfera pública, es mucho el daño o el bien que puede generar una mentalidad dividida a un conglomerado humano. La síntesis es ciencia con humanismo. Es ver el todo, además de sus partes. El estadista ve el todo y sus partes.

Desde el triunfo del pensamiento cartesiano a comienzos XVIII, en la civilización occidental ha primado el análisis a expensas de la síntesis, el mecanismo a expensas del organismo. Consecuencia de ello ha sido la proliferación de especializaciones y la fragmentación que se da en la actualidad. En lugar de contar con un principio cognitivo general y único que confiera una significación a la totalidad del quehacer humano, lo que existe es una multiplicidad de principios en conflictos, cada uno de los cuales rivaliza y compite con los demás en busca de la supremacía y de nuestra afiliación.

Muchos conciben que la única forma de ser exitoso en política es divorciándose de la ética. Como si la segunda estropeara la primera. Y lo que es peor, muchos conciben que los que tengan ética, no deben entrar en política. Muestra de nuestra escisión mental y carencia moral.

Cada una de estas esferas de conocimiento consta de su “disciplina” correspondiente. Y cada una de estas disciplinas constituye una especie de culto, con un ritual propio que la preside y una “teología” propia que la gobierna. El derecho, la política, la economía, la sociología, la historia y un largo etcétera cuentan con sus propios sacerdotes que promulgan un cuerpo dogmático altamente especializado. Cada uno de tales cultos tiene sus propios misterios, expresados en una jerga ininteligible que los hacen inaccesibles a todos salvo a los expertos iniciados. Y, lo más importante, cada uno de estos cultos tiene sus propios intereses creados que proteger, en defensa de los cuales se ataca con tal virulencia que se llega a “excomulgar” a los “herejes”.

El problema de nuestra clase política y nuestras elites es que se refiere a la impunidad, al tema dominico haitiano, a la deuda externa, a la inseguridad ciudadana y los grandes temas nacionales como si no hubieran contribuido a institucionalizarla. Como si todos estos problemas fueran un fenómeno desvinculado de su propia actuación. Como si la culpa fuera tan sólo de la ciudadanía ausente y una sociedad que se ha degradado en valores.

Queremos una sociedad segura, decente y prospera pero manejamos la impunidad con visión coyuntural. Queremos una justicia sana, pero no fortalecemos ni auspiciamos la carrera judicial ni su auténtica autonomía. Queremos una relación de ganancia mutua y respeto de los espacios soberanos dominicano y haitiano, pero con poca mesura se confunden los medios con los objetivos. Queremos campañas electorales cortas y procesos políticos eficientes, pero aupamos la campaña electoral a destiempo. Queremos un estado de derecho institucionalmente fuerte pero que empiece con el otro, no conmigo. Nos hemos encaramado en una deuda pública insostenible que debido a su costo ahoga el presupuesto general de la Nación, pero no asumimos las consecuencias de una autentica y valiente decisión que implique sobriedad desde el Estado.

Como Nación nos hayamos enfrentados a una confusión desconcertante de “absolutos” en conflictos, cada uno de los cuales afirma poseer las respuestas que buscamos y trata de imponernos su propia interpretación de la realidad. Se escuchan voces, individuales y colegiadas, nacionales e internacionales, que rivalizan entre sí, muchas veces de forma mutuamente excluyente, en sus proclamas de legitimidad. Siendo el común denominador no solo la falta de mesura, sino la incapacidad de incluir al otro, como un legítimo otro.

Ser hombre o mujer de estado es tomar las decisiones desde ese centro político muchas veces inestable, muchas veces incomprensible, pero profundamente sabio, incluyente y, en efecto, con vocación de Estado, en particular de Estado Social de Derecho. Asumir la síntesis, es orientarse a gobernar, a dirigir, a tomar decisiones, a transformar desde el poder y desde fuera del poder como ciudadanos responsables.

Los hombres y las mujeres pasan, los principios quedan. Si nuestra mirada se limita a las próximas elecciones seguiremos hipotecando las próximas generaciones. Hagamos que nuestras obras hablen más alto que nuestras palabras. El país lo merece.