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Había quienes creían que el gobierno, en vista de la disminución que tendrá lugar en el costo del subsidio a la electricidad por el menor precio del petróleo, iba a decidir no hacer uso de la autorización de venta de bonos soberanos contenida en el presupuesto de este año. O que decidiría que era mejor, ya que las erogaciones en dólares para comprar petróleo serán menores, vender más bonos en pesos en el mercado local y menos en dólares en el mercado internacional. Quedó demostrado que no era así.

Para el gobierno no tenía lógica suspender o modificar la emisión, por varias razones.

Una de ellas era que las condiciones en el mercado financiero internacional eran propicias, existiendo una gran demanda para títulos como los nuestros debido a la continuación de los estímulos monetarios, la prevista ronda de compras de valores por el Banco Central Europeo y el deterioro crediticio de algunas economías emergentes. Otra era que convenía hacer la colocación antes de que la Fed pudiera tomar medidas que condujeran a un alza en las tasas de interés. Además, aunque se anticipaba que el petróleo seguiría barato al menos durante todo este año, no podía descartarse la ocurrencia de eventos imprevistos o un cambio en la estrategia de producción de la OPEP. Y, no menos importante, a las reservas de divisas del país les caían muy bien los dólares a ser recibidos por la venta de los bonos.

El endeudamiento en moneda extranjera incrementa, lógicamente, el riesgo cambiario del gobierno, por las pérdidas en pesos en que incurriría si la depreciación de nuestra moneda se acelerara. Pero la magnitud de ese riesgo es ahora menor por la mejoría en la balanza comercial externa del país y el fortalecimiento de las reservas.

Nada de eso elimina, sin embargo, la validez de la preocupación de fondo sobre el ritmo de crecimiento de la deuda del gobierno, siendo evidente que no es viable sostenerlo en el futuro.