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Vuelta atrás del reloj

El crédito permite disfrutar de cosas que los ingresos no dan para poder comprar. Si se consigue a una baja tasa de interés, parece irracional no aprovechar la oportunidad. Y si el dinero se invierte bien, con lo que produzca se pagará la deuda.

Esos argumentos los oímos aquí respecto de la creciente deuda pública y fueron escuchados también por los griegos. Cuando a raíz de la entrada de Grecia en la eurozona se abrieron fuentes baratas de préstamos en euros, el gobierno las aceptó con avidez y desbordante entusiasmo. El metro de Atenas, carreteras, armamentos, empleos públicos, subsidios, instalaciones deportivas, viviendas y demás ingredientes para una vida feliz fueron creados, construidos o importados, dejando suficiente para premiar con gran generosidad por sus labores a políticos, intermediarios y grupos económicos cercanos al poder.

Los sueños terminan, sin embargo. Cuando se hizo tan evidente que el gobierno no tenía cómo pagar sus deudas, las antes complacientes fuentes de crédito se fueron cerrando, los intereses aumentaron y el gobierno, el FMI y la Unión Europea pidieron a la población pagar más impuestos. Llegaron entonces las recriminaciones, las protestas y los reclamos de que pagaran los que se beneficiaron.

Pero los grandes beneficiarios sabían lo que estaban haciendo. Conocían las falsas estadísticas, los manejos contables y los excesos de gastos, y sabían hacia dónde el país se encaminaba. Pusieron su dinero a salvo y no necesitan de una pensión o de un salario para cubrir sus necesidades.

La victoria electoral de un partido que ofreció rechazar la austeridad es un reflejo de esa situación. Pero el daño ya está hecho y no hay modo de escapar de sus consecuencias. Los griegos quisieran haberse opuesto a las ventas de bonos cuando éstas eran celebradas como un éxito de negociación y como prueba de solidez económica. Pero no pueden volver atrás el reloj.

gvolmar@diariolibre.com