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Política agrícola

Hace poco tuve el honor de presentar el libro “Política agrícola”, cuyo autor es Frank Tejada Cabrera.

En esta obra se vierten recomendaciones sobre gerencia agropecuaria, que deberían formar parte del manual de cabecera de quienes gestionan explotaciones arroceras; plantaciones de plátanos con variedades de mayor rendimiento resistentes a determinadas enfermedades; o ganadería lechera.

Constituye, pues, un gran aporte para hacer las cosas de cara al éxito, aunque en esta materia nunca nadie puede estar seguro de nada.

El libro también contiene opiniones sobre política económica, expresadas con convicción.

Y es que Frank Tejada Cabrera mantiene la ilusión de que el hombre del campo debe vivir decentemente del fruto de su trabajo. Sin embargo, pocos de los agricultores poseen su formación profesional y su espíritu de superación.

El autor afirma que “no se justifica que el agricultor y el agro-empresario, produzcan los alimentos de la población y la materia prima para la industria, sin tener ingresos suficientes para vivir bien. Lo importante es ganar dinero... su deber es producir bienes que sean rentables, para que su familia viva bien”.

Probablemente nadie se opondría a que el agricultor viviera bien por medio de la aplicación de conocimientos técnicos. Pero, no necesariamente la rentabilidad agropecuaria dependerá de una buena gerencia, aunque tienda a optimizarla.

Desde la antigüedad, los bienes agrícolas han estado condicionados a los avatares de la política porque era más relevante alimentar a precios bajos a los residentes en las urbes que cuidar la rentabilidad del productor agrícola.

Los países avanzados comprendieron que era imprescindible que el campo fuese rentable. Por eso poseen agricultura próspera y subsidian a sus agricultores para que vivan con niveles de ingresos decentes, pero no lo han entendido todavía los países pobres como República Dominicana, de agricultura decadente e ingresos bajos.

La rentabilidad agrícola no puede depender únicamente de la gestión empresarial, aunque es un factor importantísimo, sino que las políticas públicas deben complementarla corrigiendo las externalidades negativas que la afectan.

La agropecuaria tiene que ser mimada, protegida, ser objeto de inversiones públicas cuantiosas en infraestructura, apoyo logístico, extensión profunda, trato impositivo y fiscal diferenciado y más favorable.

Por otro lado, el autor asegura que “lo peor es la falta de conocimientos para poder aplicar la tecnología e innovación, que permitan que la finca sea rentable”.

Esta falta de conocimientos se percibe a simple vista. Los agricultores, sobre todo pequeños y medianos, permanecen aferrados a prácticas ancestrales y se oponen al cambio por temor a lo desconocido. Las enfermedades proliferan y la productividad es precaria. Hay que reconocer que falta liderazgo, seguimiento y recursos en las instituciones públicas, que deben velar por la salud y bienestar del sector agropecuario.

Un programa intensivo y bien llevado de extensión agrícola, sin matices políticos partidarios, con recursos disponibles en proporción al reto que se asumiría, dirigido por gente con vocación, que integre prácticas agrícolas y variedades óptimas con apoyo técnico permanente y de calidad, disponibilidad de crédito, e inversiones cuantiosas en infraestructura, podría producir la revolución de la productividad que tanto se necesita en el campo, modificaría el nivel de vida de sus habitantes y permitiría dejar de lado la contratación de inmigrantes indocumentados.

Lo he comprobado en un predio que tengo donde ni siquiera existen caminos vecinales sino senderos primarios, a pesar de su potencial económico (ejemplo de poco apoyo a los productores). Allí decidí sembrar una pequeña superficie de 25 tareas de plátanos de la variedad FHIA 20, in vitro. La productividad se va a duplicar en relación a la de los platanales tradicionales vecinos. Los campesinos que han estado viendo con sus ojos ese cambio, han comenzado a reemplazar las variedades tradicionales por la nueva. Ese es el efecto demostración operando en sentido positivo.

Alguien podría preguntarse por qué no se hace esta labor de demostración y extensión agrícola a nivel masivo en todo el país. La respuesta podría ser que las prioridades son otras y ya el campo no tiene el poder político que tenía. Además el liderazgo agropecuario ha perdido relevancia.

En otro orden, Frank Tejada también cuestiona la pertinencia del modelo económico.

Uno de los factores que explica mucho de lo que ha pasado es que no existe una elite que ponga los intereses generales por encima de los particulares, asuma el reto del desarrollo y presione con insistencia para que se modifique el modelo económico. Si siguiera sin hacerlo, la nación dominicana podría ir perdiendo viabilidad y correría el riesgo de convertirse en disfuncional, como le ha ocurrido al país vecino.

La elite se ha acomodado a las circunstancias y vive en guetos privilegiados. Mientras cada cual siga pensando en resolver los problemas por su propia cuenta, se vivirá en una sociedad fragmentada, de futuro incierto.