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La insoportable levedad de las ciencias inexactas

"A los economistas se nos responsabiliza por los fallos de la política económica. Cada brote de inflación, cada ola de desempleo es tirada a nuestras puertas. El físico no es culpado cuando un meteoro golpea la Tierra; el químico no es responsabilizado cuando los venenos son mal utilizados; y las ciencias médicas no se disculpan por la gripe común. ¿Por qué, entonces, son los economistas responsabilizados por los errores de los gobiernos y, en última instancia, por los errores de los votantes? No tenemos más poder sobre los congresos que nuestros colegas de ciencias tienen sobre los meteoros, venenos y gripe común." George Stigler, 1982.

Es casi un convencionalismo generalizado referirse a las ciencias física y naturales como si se trataran de ciencias «duras» o «exactas»; en contraposición, a las disciplinas que tienen por objeto a la conducta humana se les suele tipificar como «blandas» o «inexactas». Es una distinción que no hace homenaje a la complejidad que encierra situar al individuo en el centro de la actividad científica. Stigler -al recibir en 1982 su merecido Premio Nobel en Economía- planteó que no había razón para creer que la explicación de los fenómenos económicos y sociales era de menor complejidad que la explicación del mundo físico. Y sostuvo que los desafíos de la conducta económica son probablemente tan complejos como los desafíos que enfrente el físico y el químico.

Incluso, a la economía se le trata como la «ciencia enana», en clara referencia a un rango científico que no alcanza la estatura de las disciplinas que tienen por objeto al mundo físico. Los propios economistas tienen una gran parte de responsabilidad en esta dominante tipificación de los rangos científicos. Por lo menos, desde los tiempos de Quesnay en el siglo XVIII los economistas han tratado de darle rigor científico a su profesión tratando de asimilarla las ciencias naturales. En ese entonces, el circuito económico era representado como analogía del circuito en el cuerpo humano. Luego de la revolución marginalista de finales del siglo XIX la economía comienza a adoptar -de una forma más generalizada- el lenguaje de la física y las matemáticas, como es el caso del concepto de equilibrio económico. Prácticamente, los economistas han puesto en el uso de esas herramientas como la única vía para darle carácter científico a su profesión. Al final lo que se tiene es más matemáticas y menos economía: las herramientas han devenido en un fin en sí mismo. A pesar de ello, es difícil enumerar los aportes que en las últimas décadas han hecho las matemáticas y la econometría al desarrollo de la economía como ciencia.

El problema fundamental es que la economía no es una ciencia empírica. En el laboratorio de ciencias naturales se pueden recrear las condiciones para repetir una y otra vez los experimentos diseñados. En economía no es posible, pues a diferencia del mundo físico, la conducta humana tiene un propósito. Los seres humanos son movidos por intereses, independientemente de las valoraciones morales que pudieran atribuírseles. En cambio, el movimiento de los objetos físicos -carentes de propósito- es gobernado por leyes objetivas, no subjetivas. Es, por lo tanto, un contrasentido pretender evaluar el carácter científico de la economía bajo la métrica de las ciencias físicas y naturales. Es una «levedad» -utilizando el lenguaje de Milán Kundera- que no puede ser resuelta agregándole la «pesadez» de las herramientas matemáticas, pretendiendo que el empirismo suplante el carácter subjetivo de la acción humana. Se tratan de dos ámbitos científicos completamente diferenciados.

Aun reconociendo que las llamadas «ciencias duras» tienen un espectro de acción más controlado, es destacable que su «verdad científica» ha evolucionado a través del tiempo y que muchos de sus paradigmas resultaron dinámicamente falsos; o simplemente, no pasaron la prueba del tiempo. Piénsese en los siglos que transcurrieron antes de que la teoría geocéntrica fuera sustituida por la heliocéntrica. Igual ha pasado con el átomo, considerado hasta principios del siglo XX como la partícula más pequeña de la materia, cuando el descubrimiento de partículas subatómicas probó como falsa esa supuesta verdad científica. Son simples ejemplos, pero deben alertar sobre la posibilidad de que muchas de las verdades de hoy se conviertan mañana en puras mentiras. Es una realidad que puede ocurrir tanto en el ámbito de las ciencias objetivas como en las subjetivas. Por eso, Stigler en un arranque de irreverencia académica afirmó que el 97 del conocimiento que se enseñaba en las universidades era falso. Una forma muy pedagógica de recordarnos que el conocimiento no tiene un carácter definitivo.

El hecho de que la economía sea un usuario de las matemáticas no le confiere una preeminencia sobre las demás disciplinas sociales, de la misma forma que las «ciencias duras» no pueden considerarse superiores a la economía. Al tener por objeto el estudio de procesos económicos únicos -por lo tanto, no repetibles- la economía corre el riesgo de flotar en la «levedad» o en la irrelevancia, pero sería un error pretender mitigar ese riesgo con un empirismo inútil que sacrifica a la buena teorización.

@pedrosilver31

Pedrosilver31@gmail.com