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Economía del comportamiento

“El uso de Economía del Comportamiento (behavioral economics) fue inicialmente popularizado en el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan en los finales de los 40’s… Hebert Simon, quien en los 50’s y 60’s avanzó lo que el etiquetó economía del comportamiento como una alternativa a la escuela neoclásica dominante. Más tarde, la denominación de economía del comportamiento fue utilizada por economistas que buscaban reformar el paradigma neoclásico dominante… Pero mucho más visiblemente el término fue apropiado por Daniel Kahneman, Richard Thaler, y Eric Wanner en el recién creado programa de economía del comportamiento en la fundación Alfred Sloan en 1984.” Floris Heukelom, 2014

Economía y psicología han ido de las manos a través de toda la evolución del pensamiento económico. Pero esta relación se ha hecho más obvia a partir de los 80’s cuando el psicólogo –y luego, Premio Nobel de Economía- Daniel Kahneman inició su programa de investigación en lo que se convertiría en una rama de la economía: la «economía del comportamiento». Inmediatamente, llama la atención que el término «behavioral economics» parezca una redundancia, pues la economía siempre ha estudiado el comportamiento humano en la esfera de las decisiones económicas. Tal como señala Heukelom, si la economía estudia ese comportamiento de los individuos, entonces «economía del comportamiento» resulta en un confuso pleonasmo.

Los promotores de esta nueva rama de la economía entienden que tiene un gran potencial para servir de guía a las políticas públicas, e incluso que podría ser una herramienta útil para hacer más eficientes los programas de lucha contra la pobreza. La idea es que conociendo las motivaciones de los comportamientos humanos es posible realizar un mejor diagnóstico y diseñar mejores soluciones. Así lo plantean Datta y Mullainathan en un estudio titulado Behavioral Design: A New Approach to Development Policy.

Parten de la realidad de que muchos programas de intervención fracasan porque la gente no se comporta de la forma esperada, de manera que el punto central es diseñar programas que efectivamente funcionen.

Un ejemplo citado por esos autores es el de cómo las empresas pueden cambiar los hábitos de ahorro para el retiro de sus empleados. La recomendación basada en behavioral economics es que los empleados en lugar de marcar una casilla para acogerse a un plan de ahorro, tengan que marcar la casilla para NO acogerse a éste. Esto ha significado un incremento del ahorro por encima del 40%, y de paso ha cambiado la política de Estados Unidos en materia de pensiones. A simple vista esto pudiera ser muy recomendable; pero si evaluamos un poco más profundamente el problema, pudiéramos argumentar que se trata de un engaño en el proceso de toma de decisiones de los individuos, ya que acostumbrados a dar explícitamente su aceptación de un plan, no se percatan de que al no marcar la casilla están comprometiéndose a un determinado nivel de ahorro. Una especie de ahorro forzado y disfrazado.

El problema con esta rama experimental de la economía es que trata de determinar las motivaciones de los individuos en el marco de las decisiones económicas que toman constantemente, y de esa forma manipular la conducta de los individuos. No hay forma de determinar cada una de esas motivaciones como tampoco hay forma cierta de anticipar los cambios que esas motivaciones sufren frecuentemente. Y definitivamente, nos lleva al problema de agregación: cómo pasar de las motivaciones individuales a una motivación social, sin perder las particularidades de cada uno.

El problema más serio, sin embargo, es la definición de las fronteras entre economía y psicología. La economía parte de la realidad psicológica de cada individuo, expresada en su función de preferencias y que revela en sus decisiones de mercado. La economía –como ciencia subjetiva- no está interesada en las motivaciones que un individuo pudiera tener cuando compra o demanda un bien o servicio. Lo relevante es que dada una realidad el individuo pueda expresar libremente sus preferencias. Ahí está el gran potencial del mercado: poner de acuerdo a individuos que guiados por motivaciones distintas están dispuestos a realizar transacciones mutuamente ventajosas. Sin embargo, de acuerdo con Smith, uno de los proponentes de behavioral economics, lo importante no es el individuo como unidad que toma decisiones económicas, sino como el ambiente de mercado afecta las decisiones de los individuos.

Si bien behavioral economics se fue desarrollando sobre la base de una creciente insatisfacción con el modelo neoclásico y su incapacidad para recoger todas las imperfecciones de la realidad, su respuesta no puede considerarse como superior a tal modelo, en su intento de superar la imposibilidad de montar una ciencia económica completamente empírica. Un experimento puede ir bien o puede ir mal, en una aleatoriedad que dificulta extraer respuestas definitivas. No negamos el potencial de behavioral economics para mejorar determinados programas de intervención, lo que afirmamos es que no parece pertenecer a las fronteras de la economía.