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Economía del nacionalismo y la inmigración

“El nacionalismo es una fuerza relativamente reciente, pero poderosa. No aparece hasta la emergencia de los países modernos (Estado Nación) en el siglo diecinueve; desde entonces, ha jugado un rol crucial en la política nacional de casi todos los países. Independientemente del régimen político, la coordinación de los intereses de grupos diferentes dentro de un país es más fácil en el nombre ‘del país’ que en el nombre de un grupo, aun cuando la coordinación sea aparentemente a favor de ese grupo. A través del siglo XX, el nacionalismo ha motorizado un gasto gubernamental masivo, educación masiva, rivalidad militar, y dictaduras.”

Lan y Li, 2015

El creciente proceso de globalización que vive la Humanidad, además de propiciar la creación de mayores nexos entre las economías nacionales de los distintos países, ha ido –simultáneamente- influenciando, para bien o para mal, la formación de valores, costumbres y actitudes culturales en las sociedades locales que redefinen de alguna manera conceptos tan importantes como el de la soberanía nacional. Los países se comprometen voluntariamente a tratados de libre comercio, a intercambio de informaciones, a la jurisdicción de cortes internacionales, a tratados de extradición -entre otros- que ponen un límite al ejercicio de su propia soberanía. Pero se hace en el entendido de que los beneficios como nación son mayores que el aislamiento de la comunidad internacional.

Los economistas Lan y Li, en un trabajo publicado en el Journal of Economic Policy (mayo, 2015), analizan –precisamente- el impacto que la apertura económica tiene en la intensidad del nacionalismo, definido como un sentimiento específico hacia un determinado Estado-Nación; en contraste con otras formas de nacionalismos, tales como el étnico, el local y el económico. El análisis de los datos estadísticos fue complementado con encuestas para medir diferentes dimensiones del nacionalismo, como el criterio de la unidad nacional, el énfasis en la protección del interés nacional y el militarismo. La conclusión del estudio es que la apertura económica genera un mayor interés en el sector de los bienes transables internacionalmente versus una disminución del interés en los mercados locales, lo que se traduce en una reducción del sentimiento nacionalista. Algo que no está del todo claro en el citado estudio es la relación de causalidad entre nacionalismo y apertura económica: ¿la apertura económica provoca un menor nacionalismo, o un menor nacionalismo provoca una mayor apertura económica?

Así como la globalización se ha traducido en un masivo flujo internacional de bienes y servicios, también ha despertado el interés por una mayor movilidad de la mano de obra. Sin embargo, esa movilidad ha estado limitada por las regulaciones laborales, especialmente en los países más desarrollados. La consecuencia ha sido la inmigración ilegal, tanto hacia Europa como a Estados Unidos. En este último país la inmigración ilegal es estimada en cerca de un 4% de la población total. En el caso nuestro, tenemos la particularidad de que muchos dominicanos han llegado ilegalmente a Estados Unidos, mientras un flujo de inmigrantes haitianos cruza la frontera para integrarse al mercado laboral local, formal o informal. Habría que determinar si el flujo migratorio neto –los que emigran menos los que inmigran- es positivo o negativo, aunque pudiera considerarse que esos flujos migratorios aproximadamente se compensan entre sí.

En general, las migraciones han sido positivas para las economías receptoras, incluyendo a la República Dominicana. La industria dominicana –inicialmente azucarera, desde los finales del siglo XIX- fue beneficiada por los inmigrantes procedentes de las Antillas Menores y luego, en pleno siglo XX, por la inmigración haitiana. La crisis de la industria azucarera en los 80, y la obligada reorientación del modelo económico sacaron a la inmigración haitiana de los bateyes, y pasaron a desempeñar labores en la agricultura, la construcción y el turismo, entre otros sectores. Naturalmente, la obvia presencia de la inmigración haitiana ha despertado el rechazo de un nacionalismo étnico que ve en esa realidad una amenaza a la identidad nacional.

Ciertamente, la mano de obra haitiana ha sido un factor importante en el proceso de acumulación capitalista, lo cual se ha traducido en mayor capacidad de inversión y de creación de empleos en nuestra economía. Se ha argumentado que la disponibilidad de esa mano de obra ha hecho más lento el proceso de adopción de nuevas tecnologías. Pero habría que evaluar si los sectores con menor utilización de mano de obra haitiana son más innovadores –tecnológicamente hablando- que los sectores que la utilizan más intensivamente. En todo caso, la inmigración haitiana ha servido de contrapeso a las rigideces del mercado laboral formal.

Tal como han mostrado Lan y Li el nacionalismo –no necesariamente, el patriotismo- es resistente a los cambios que inevitablemente se derivan de la exposición de las economías domésticas a los procesos de apertura internacional, y de paso se aferran a un concepto estático de la identidad nacional, la que sin dudas evoluciona a través del tiempo.