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Crónicas del tiempo: Ramón (Mon) Cáceres Vásquez (2)

La deshonestidad es algo intrínseco en el ser humano. Las investigaciones de historiadores criollos y extranjeros, sin embargo, son fuentes irrefutables que citan a hombres y mujeres que actuaron correctamente en la política. Horacio Vásquez, por ejemplo, dio evidencias inequívocas de que no se involucró en los planes para secuestrar o dar muerte a su primo Ramón (Mon) Cáceres.

Aunque otras debilidades y faltas son atribuibles a Horacio Vásquez, los estudiosos de la historia dominicana aciertan que éste jamás se involucró en el magnicidio del mocano.

“Hay diversas opiniones relativas a si Horacio Vásquez era parte del complot para matar a Mon, pero particularmente no creo que él tuviera responsabilidad del crimen”, fue la respuesta de Mario Cáceres, nieto de Ramón (Mon) Cáceres, que sentado en el mismo lugar que sirvió como eje de la conspiración contra Ulises Heureaux, cuida como su vida el legado histórico de sus abuelos.

Historiadores clásicos y contemporáneos concuerdan en el hecho de que si bien la deshonestidad también abunda en la política dominicana, Horacio no quiso ser parte del plan de asesinato de Mon, pero otras flaquezas de carácter lo llevaron luego a cometer errores.

“Lo único que se puede decir es que Horacio no aprobó la muerte de Mon, no. Eso no, hay gente que dice que sí, pero no. Horacio no daba para eso, él no era un perverso. Era un gran ambicioso, que era otra cosa”.

Es la afirmación categórica de Roberto Cassá, historiador y director del Archivo General de la Nación.

No porque la componenda criminal perpetrada el 19 de noviembre de 1911 fuera ajena en la conducta de un político como Horacio, sino porque si hubo una razón por la que él incursionó en la política, fue por su firme convicción de poner fin a las maquinaciones tiránicas de Ulises Heureaux (Lilís), que fueron algunas de las causas de división en el Partido Azul.

Aunque surgieron diferencias entre los primos, Horacio Vásquez no podía establecer similitud entre el proceder de Mon y el de Lilís, asesinado el dictador gracias al plan fraguado y ejecutado por ambos en la provincia Espaillat. Otras causas muy propias de la relación entre los seres humanos, condujeron a un enfriamiento de esa amistad, pero la génesis de la discordia se la llevarían a la tumba. No obstante, Mario Cáceres, nieto de Mon, rodeado del mismo ambiente campestre en Estancia Nueva, Moca, atribuye esas disparidades a que tenían carácter distinto.

En su juventud, Mon Cáceres no mostró interés en la política, sin embargo rompió con ese proceder desoyendo los reiterados consejos de su madre, doña Remigia, que le disgustaba que cualquiera de sus hijos incursionara en ella.

Pedro Troncoso Sánchez, el consagrado historiador dominicano, catedrático y diplomático, escribió acerca de la personalidad de doña Remigia en la biografía titulada “Ramón Cáceres”. Explica cómo se enraizó la aversión por la política en esta singular mujer cibaeña. Y no era para menos.

La experiencia que tuvo doña Remigia con su esposo Manuel Altagracia Cáceres (Memé), fue aleccionadora. La viuda de Memé, en una de sus reflexiones con su hijo Mon, se lo planteó:

“La política es la profesión que más pierde a los hombres, mi hijo; en la que ponen más pasiones y más odios. Ella atrae a los ambiciosos de poder, y mientras éstos matan, traicionan, se vengan y hacen sus componendas, sus secretarios lo disimulan todo con palabras bellas y falsas. Pero lo que a la postre trae la política es desgracia. Mira cómo ha terminado tu pobre padre, por causa de la política. Era demasiado bueno, demasiado honrado, para ser político. Nunca lo seas tú, hijo mío”.

Desoír esta sentencia iba a costarle la vida.

Mon Cáceres escuchaba a su madre con atención porque era un hijo respetuoso y obediente, pero en su vida también se atravesó la política. Del recto criterio que tuvo el asesinado presidente sobre la participación en la política, antes de incursionar en ella, habla Pedro Troncoso Sánchez:

“De sus cavilaciones sobre este concepto, y de sus lecturas, ha sacado en limpio que quien no sea patriota y no esté dispuesto a consagrarse al bien del país, desinteresadamente, no debe aspirar a gobernar. Piensa que dedicarse a este oficio por afán de lucro o por ambición de mando, aparentando preocuparse por el bien de todos o haciéndolo a medias, es sencillamente un crimen. Su primo, Horacio Vásquez le conversa siempre sobre los temas de actualidad, poniendo un ardor que Mon todavía no comparte”.

La visión que tuvo Mon sobre la política, lo refrendó en el ejercicio de la vida pública debido a la fuerza de su carácter, que reforzó en el trabajo agrario en la hacienda mocana y en el quehacer público.

¿Fueron las circunstancias que se impusieron en el guerrero mocano ante su primera actitud de mantenerse alejado de la política? ¿Habría sido el medio que influyó para que se embarcara en la guerra y en la política? , o ¿fue el destino, eso que nadie sabe qué fuerza lo impulsa, el que colocó a Mon Cáceres en un espacio privilegiado de la historia del país?

Mon Cáceres, producto del medio

Los tres factores se conjugarían, más el hecho de que algunos rasgos de su perfil los heredó, además, de su progenitor.

El padre de Mon Cáceres, como he venido señalando, fue Manuel Altagracia (Memé) Cáceres, nacido en Azua en 1838, el año en que Juan Pablo Duarte y sus compañeros fundaban La Trinitaria; Memé era hijo de la dominicana María Fernández, oriunda de las Matas de Farfán y del venezolano Juan Manuel Cáceres.

A los 17 años, Memé Cáceres ya había peleado en Santomé, San Juan de la Maguana, bajo las órdenes del general José María Cabral, ostentando el rango de teniente en una batalla desigual de los dominicanos contra el poderoso ejército de 12 mil guerreros haitianos, que se inició el 22 de diciembre de 1855, pero que se ganó heroicamente.

Todas las guerras intestinas despiadadas, en las que no solo Memé Cáceres se estrenó como militar, sino que un aluvión de criollos se graduó en esos episodios bélicos, tuvieron su origen en la gran pobreza material de La Española que dos siglos después del descubrimiento de Cristóbal Colón, sus habitantes vivían de lo que se cultivaba y no había otro medio de producción que generara riqueza. Esas condiciones deplorables se mantuvieron hasta los siglos XVl, XVll y principios del XVlll.

Juan Bosch, en su “Historia dominicana”, al referirse a la mejoría económica que luego darían algunos pueblos del Cibao, plantea que

“123 años después, esto es el 16 de agosto de 1887, fue cuando se inauguró la primera vía de comunicación que conoció el país como el Ferrocarril Central Dominicano, el cual según afirma el historiador Emilio Rodríguez Demorizi, nunca salió de Samaná ni llegó a Santiago, pues su recorrido fue exclusivamente de Sánchez a La Vega y 8 años después, el 16 de agosto de 1895, se inauguró un ramal de San Francisco de Macorís a La Jina”.

La primera prueba del ferrocarril fue el 13 de mayo de 1884.

Las vías de comunicación terrestre de la época no solo eran pésimas, sino escasas. Ramón Cáceres (Mon) y su primo Horacio Vásquez se dedicaban al negocio de las recuas para transportar mercancías por el Cibao central andando por caminos inhóspitos, negocio que fue impactado negativamente con las vías del ferrocarril; esta obra iniciada por la dictadura de Ulises Heureaux, luego ampliada varias veces, una de ellas en el gobierno de Mon Cáceres, 60 años después fracasó por la competencia que le hacían los camiones, autobuses y automóviles.

No obstante, en los últimos 32 años del siglo XlX, se produjo un acontecimiento que también impactó positivamente la economía criolla. Se trató del Grito de Yara, que dio inicio a la guerra de independencia de Cuba, que al extenderse al oriente cubano, los ingenios azucareros fueron destruidos en gran parte, así como fincas ganaderas y cafetaleras.

Citando al historiador Julio Le Riverend, Bosch afirma que de 100 ingenios que había en Cuba en 1868, solamente uno se salvó del azote del ejército Mambí.

La guerra cubana, en la que tuvo una participación fundamental el general dominicano Máximo Gómez, generó un éxodo de familias cubanas hacia diferentes países del continente Americano, entre ellos, República Dominicana.

El 25 de noviembre de 1873, estalla en Puerto Plata un movimiento conspirador baecista contra los seis años de Buenaventura Báez, cuyo líder fue Ignacio María González. A esa provincia norteña fueron a dar, un año después, los inmigrantes cubanos Carlos y Diego Loynaz, quienes establecen el primer ingenio azucarero en las cercanías de la Novia del Atlántico. Un segundo ingenio, La Esperanza, queda instalado en lo que es hoy el barrio San Carlos, en la Capital, referido por Bosch como “la primera empresa capitalista”, que comenzó a moler unos cuatro años después. Otros ingenios fueron construidos, y en abril de 1880 el propio Gregorio Luperón, entonces presidente del país, pasó a ser parte de una sociedad mercantil dedicada a producir azúcar. En medio de un caos político y una crisis económica a principios del siglo XX es que Ramón (Mon) Cáceres llega a la Presidencia de la República.