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Calle de una vía

La integración entre países, y los pasos para llegar a ella, han sido sistematizados en las teorías económicas. Comenzando con los convenios sobre productos específicos, se sigue con un acuerdo de libre comercio, luego un mercado común, pasando después a pactos monetarios que culminan con una moneda común, y finalmente se llega a la unión política. Esa carta de ruta, por supuesto, no es inflexible, pero refleja una lógica de avance gradual y progresivo.

Llama la atención que el proceso inverso, la desintegración, no despertara igual interés académico, lo que probablemente se debió a la creencia de que las bondades de la unión harían irracional volver atrás a las ineficiencias de mercados y estructuras productivas de menor tamaño.

En la creación de la eurozona prevaleció ese mismo criterio. Fueron establecidas las condiciones que un país debía cumplir para ingresar, pero no el proceso a seguir para poder salir. Se le vio como una calle de una vía, por la que se avanza en una dirección sin cambiar de rumbo. La mayor aprensión de la eurozona con la situación de Grecia, por lo tanto, no son sus potenciales consecuencias sobre el PIB del grupo o sobre el intercambio comercial, sino precisamente que se demuestre, si Grecia sale, que la unión monetaria es en realidad una calle de dos vías.

Entrar a la eurozona significó que Grecia renunciaba a manejar su propia política monetaria, causa de graves episodios de inestabilidad en el pasado. Eso le permitió endeudarse a menor costo. Si sale del euro, las deudas que contrajo en euros seguirán en esa moneda, pero la percepción de los inversionistas sobre el riesgo de cobro aumentará, tanto respecto de Grecia como de los otros países de la zona con economías débiles.

La eurozona podría decir que el caso griego es único, irrepetible, por ser un país que no debió ser admitido como miembro, pero quedaría por ver qué tan convincente sería ese argumento.

gvolmar@diariolibre.com