Cuando votar no es decidir

Votar no es exclusivo de la democracia. En Cuba, una dictadura tan hereditaria como la monarquía, se vota. Y en Venezuela se vota, aunque es el ejemplo de cómo las urnas pueden despeñar un país por el autoritarismo.

Se hace difícil confiar en la democracia cuando se confirma que la corrupción se articula (y disfraza) con legitimidad porque las urnas han elegido a tal o cual partido. Y son ellos, los partidos políticos -todos- los que han abusado de la confianza de un electorado comprometido con votar porque cree que votar es decidir.

Votamos pero no decidimos. Delegamos en un poder, el Legislativo, para controlar al Ejecutivo que ejerce directamente el poder. Delegamos en el poder Judicial para que sea el árbitro de nuestras diferencias y para que además defienda al ciudadano ante el Ejecutivo y el Legislativo.

Votamos pero no decidimos. Nunca hemos decidido que en lugar de tres poderes tengamos uno con diferentes ramificaciones y una sola cabeza. Esa decisión la tomaron (por encima de los votantes) los partidos que han llegado al poder para poder acomodar la forma del Estado a las necesidades de sus respectivas cúpulas.

Y en esas avanza el siglo 21. La calle trata de hacer presión para salvar lo que queda salvable de una democracia envejecida muy pronto. Era joven ayer mismo, “la joven democracia”, y hoy jadea. Se mueve inquieta, mirando hacia los lados buscando un agarre.

Votar hoy no es decidir. Votar hoy es conseguir un empleo, un bono, una ayuda, un furgón para un operativo. Y mientras la clase política no sea consciente de su responsabilidad para con el futuro, seguiremos estrangulando a puro voto eso que llamamos democracia.

IAizpun@diariolibre.com

Inés Aizpún