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Desmontando las luces

En 2005 José Antonio Rodríguez -hoy ministro de Cultura y entonces empresario privado- tuvo la idea de montar un Parque de Luces idéntico al que años después Roberto Salcedo contaría haber soñado en un viaje a Disney con sus nietos. Rodríguez lo montó en el primer tramo de la Avenida Anacaona provocando exactamente el mismo atasco y perturbación del entorno que ahora genera la idea reforzada a la enésima potencia en el Parque del Conservatorio y que firma el alcalde como instigador.

El sitio no era el adecuado y las protestas (esa vez sí) fueron escuchadas y entendidas, así que las bombillas se mudaron dos años después a las cuevas de Santa Ana. Era un proyecto chiquito y todavía no vivía tanta gente en esa zona. La actividad duraba apenas 10 días, del 22 de diciembre al 1 de enero y las luces se apagaron solas.

Cuando en 2013 el alcalde Salcedo tiene la revelación, sueña a lo grande y pone todo su empeño en recuperar la idea original de Rodríguez rebautizándola como la Brillante Navidad. Primero construyó en el parque del Conservatorio contra la opinión de todos los vecinos del área (estudiantes, hospitales y residentes) un anfiteatro que no estaba en ningún plan urbano y que ahora funciona para conciertos privados para la clase media-alta (el de Nick Jonás cuesta entre 2,500 y 6,000 pesos la entrada). Eso durante todo el año. En diciembre la cantidad de luces y gente que atrae la Brillante Navidad desborda cualquier plan de urbanismo y Ley de ruidos vigentes. (¿Que por qué no actúa la Procuraduría y le quita las bocinas, como a los comerciantes bullosos? Buena pregunta...)

Pero el problema no es sólo el ruido. Se trata de que el Alcalde promueva actividades que cuestan según se dijo una vez 100 millones de pesos (y luego se rebajó a 62 millones, entre fondos del ADN y patrocinios) y que degrada la vida de un sector que ya ha dado la voz de alarma: las inversiones ya se han depreciado, nadie alquila un apartamento con este desastre en la puerta de su casa.

¿Desastre? Sí, desastre. No sólo se incumple la ley de ruidos, se ha perjudicado y desoído a los estudiantes del Conservatorio y a los vecinos, incluyendo entre estos a dos hospitales. Se congestionan hasta entaponarlas dos vías de acceso más o menos fluido en una ciudad ya de por sí saturada de carros y se han invertido millones que debieron haberse dirigido a temas con impacto para mejorar en la calidad de vida de todos los ciudadanos. El problema no es la idea. El problema es la intención y el lugar.

“Los pobres también tienen derecho a divertirse” dicen los encargados de la comunicación del Ayuntamiento buscando provocar un conflicto de clase inexistente. No tiene ningún sentido el argumento porque no es sincero. Los conciertos en el anfiteatro son un negocio para públicos que pagan de 2,000 pesos por persona en adelante y la Brillante Navidad es un negocio de millones que mueve a poderosos patrocinadores (unos desganados y otros resignados. Todos los consultados, decididos a huir del conflicto directo con el ADN.)

Brillante Navidad

¿Es tarea del ayuntamiento organizar festivales de más 30 días? Pues mire usted... no. Y en todo caso se entendería que lo hiciera si la ciudad fuera un ejemplo de convivencia, servicios y pulcritud. Si hubiera resuelto el resto de tareas que por ley debe cumplir y que no hace. Hablamos de basura, cementerios, mercados, aceras... Pero no es el caso.

En febrero de este año Roberto Salcedo subía una foto a su cuenta de Instagram. Decía lo orgulloso que se sentía de su equipo, que ya en esas tempranas fechas del año estaba ya trabajando para la Brillante Navidad. “Su” equipo. A ese que trabaja desde febrero para montar en diciembre un parque de diversión en un sector que lo rechaza ... lo paga usted con sus impuestos.

¿Alguien creyó que el problema era solo el ruido de los conciertos? Ese es el síntoma. Como la tos de una fuerte neumonía.

IAizpun@diariolibre.com

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