¿Siempre jóvenes o niños para siempre?

A raíz de uno de los últimos episodios de violencia en la UASD, el comentario de un lector recogía una idea un tanto curiosa. Sugería que los padres de los estudiantes deberían formar una Asociación de Padres de Alumnos de la UASD y dirigirse a la rectoría para hacer valer el derecho de sus hijos a recibir clase.

Hace dos generaciones esos estudiantes querían cambiar el mundo y sus padres tenían muy poco que opinar en el asunto. Muchos, además, ya eran padres ellos mismos. Hoy, según la Society for Adolescent Medicine, la adolescencia termina alrededor de los 26 años. Algo inimaginable hace 20, 25 años...

Pero algo ocurre en la vida real que da razón a los teóricos. Los estudios se prolongan hasta esa edad, por lo que la independencia real es difícilmente lograble antes. A menudo los partidos políticos tienen en su división de juventudes a cuarentones y las becas para estudiantes se ofrecen a “jóvenes de hasta 35 años”. La maternidad se retrasa (no la biología), los adultos se visten como jóvenes y los jóvenes como adolescentes. El ocio de la niños se prolonga en forma de videojuego: los treintañeros son sus principales clientes.

Todo se infantiliza. La cultura debe administrarse en cápsulas, nada debe retener la atención más de diez minutos. Todo se presenta en forma de juego. Todo debe ser diversión, incluido el trabajo. Nos comunicamos con infantiles emojis, caritas que sustituyen a las palabras. Tenemos muuuuchos amigos, como en la infancia.

Paradojas: un factor importante de la felicidad es no querer ser más joven de lo que se es.

(¿Volver a los 20? ¡Qué pereza!)

IAizpun@diariolibre.com

Inés Aizpún