A este pueblo no hay quién lo entienda

Los políticos no lo advierten, aun cuando esa debería ser su tarea principal: los cambios en la conducta del pueblo, que responden al ánimo, pero que se deben a la circunstancia.

Desde la antigua Roma. La misma plebe que aplaudía de manera delirante cuando los leones disponían de los cristianos en el viejo coliseo, después asumió su religión.

Ahora es igual. Veleidoso, mañoso, pero imponiendo sus reales cuando esos reales se correspondan con sus intereses, el pueblo dominicano, por ejemplo, es el “má mejor”.

Y del pueblo de la capital ni se diga.

Una encuesta aprueba que David dejara sin efecto la Brillante Navidad de Roberto, aun cuando fuera en su momento una sensación nacional.

Sin embargo, en el Gran Santo Domingo cantan en coro alabanzas a la réplica de la torre Eiffel, y se dice que no tiene charme, que es encanto en francés, pero sí flow.

Algo así como espíritu de calle.

Los críticos se quejan: ¡Ay, mis cuartos!, creyendo que se financió con sus impuestos, pero queda en el aire la pregunta: ¿oh, y los favorecedores de la torre no pagan tributo?

Cuando puedan contesten.

Diario Libre