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En directo - Los Abuelos, héroes de la tercera edad

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En directo - Los Abuelos, héroes de la tercera edad
Cuando se es joven nos parece que nunca vamos a llegar a viejos, pero con frecuencia la vida se pasa como si nada en apenas media docena de estornudos existenciales. El primero de ellos sucede de manera inconsciente, con el biberón, el lloriqueo, los mocos a flor de nariz, el pediatra, las vacunas y los pañales. El segundo periodo transcurre jugando pelota con los compañeros del barrio o maroteando los pocos árboles silvesteres que quedan por la la ciudad. El tercero enfrentándose a unas horrorosas integrales para acabar la carrera y entrar con la mayor dignidad posible en el competido mercado laboral. La cuarta etapa en un altar con bastante cara de tontos diciéndo que sí para toda la eternidad a la pareja con la que se tendrá uno o varios hijos años despues. El quinto, y tal vez el tiempo más largo y duro, pagando como se pueda la hipoteca, el carro, las facturas de los colegios, las universidades y lidiando con los problemas de los muchachos. El sexto y último ¡¡ atttchiiissss!! el estornudo defintivo, como ancianos con la descendencia de nuestra descendencia colgada de las manos, ejerciendo de abuelos. ¡Y lo súbito que esto sucede! uno está tan tranquilo y le llaman por teléfono, ¨ vaya a la clínica de inmediato que Juanita y José ya parieron ¨, porque antes el bebé lo traía la mujer y ahora lo hacen ambos. Ahí se acaba de sopetón la etapa que aún se daban unas bailaditas, del señor maduro pero interesante, de la elegante mamá de Juanita y ¡zas ! un niñato de apenas ocho libras y unos segundos de nacido nos hace entrar directo a la inapelable categoría de abuelos: ¡felicidades, ya son abuelos! ¡ vengan, una foto con los abuelos! Pero ser abuelo o abuela es una gran bendición, sobre todo si se ejerce esta sabia profesión con medida, paciencia y con una buena dosis de pedagogía. Gracias a los nietos, dejamos en parte de ser los trastos viejos que vamos perdiendo nuestro humor y acabamos rodando por la casa hasta quedar arrinconados donde menos molestamos. Uno, al abuelear -hacer de abuelo- verbo muy activo que debería ser aprobado por la académia de la lengua, cobra nuevas posibilidades de ser útil a la sociedad y en especial a la familia. Sirve, por ejemplo, para hacer de nana supletoria o de canguro por unas horas ¡interminables! echándole el ojo a los muchachos, o de nido maternal cuando los hijos tienen una cena con los amigos o un viaje de fin de semana y dejan en casa uno, tres o cinco nietos que, como aquella película de Bud Spencer y Terence Hill, juntos son dinamita, quedando al final cansados, extenuados, agotados y molidos, pero siempre con una sonrisa de satisfacción que, esa sí, no tiene precio. O también hacemos de acompañantes cuando los llevamos al zoológico, al parque, a los columpios, o nos montamos con ellos en el chu chu tren, les compramos su consabido refresco, el helado, el algodón, la paleta, la pizza, y nos volvemos algo niños sintiendo lo mismo que ellos. A los abuelos se nos acusa, con bastante razón, de que consentimos y apoyamos a los nietos, pero ser abuelo significa ser papá de segunda generación y queremos evitar muchos de los errores por exceso o defecto que cometimos en la primera con nuestros hijos.Y que este fantástico milagro suceda en la tercera edad, creo que nos convierte de manera automática en una especie de héroes, aunque no recibamos medallas por ello. Nos basta, como en las milicias, con la satisfacción del deber cumplido.